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Vie, Abr

Existe un virus más peligroso que el Covid

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Un ciudadano en Tambogrande se refugia dentro de su casa junto a su esposa, hija y perro cuando da el toque de queda, ahora a las cuatro de la tarde. Afuera hay amenaza de lluvia así que corre un viento fuerte que refresca, por lo que decide tener su ventana abierta para renovar un poco del aire cálido y húmedo que persiste dentro. Entonces, un sereno se acerca a esa ventana y con el vocabulario más soez que existe, le ordena cerrarla.

El ciudadano se queja en redes sociales, incluyendo mi cuenta de Facebook, y descubrimos que otro sereno en la misma ciudad es quejado por tratar de igual o peor manera a las personas de tercera edad que se acercan a cobrar en el Banco de la Nación. Lo que parece ser un incidente aislado comienza a lucir como un patrón de conducta grupal.

Pero, algo más llama la atención: un tercer usuario increpa al primero que no debería quejarse porque los serenos están facultados a “actuar con firmeza”. Mmmmm. ¿Ser firme es lo mismo que ser vulgar? ¿Vestir un uniforme que te identifica como un cuerpo de seguridad te da derecho a maltratar a la ciudadanía? ¿Son las órdenes de tus superiores? Retrocedamos más hacia casa y un par de semanas en el tiempo.

Un militar abofetea a un menor de edad a quien intervino en Bellavista (Sullana) por presuntamente desacatar las restricciones de movilidad impuestas por la cuarentena debido al Covid-19, y esta vez todo se graba en video que posteriormente se viraliza en redes sociales. Sin perjuicio de establecer culpas, revela cuán deteriorada está nuestra salud mental, la que se ha debilitado mucho más durante estas tres semanas de aislamiento.

Este deterioro se ve en tres actores. Obviamente los dos básicos son el agresor y el agredido. Aislemos (el verbo de moda) por un momento si uno es autoridad y el otro no la ostente; más bien concentrémonos en la causa última de la conducta de cada quien.

En el primer actor vemos que la violencia es usada como recurso para tener o recuperar control; y además de ser una violencia reactiva en principio, se trata de una más sádica, ésa que aun habiendo reducido al contrincante, o cuando éste decide no pelear, subraya el poder Recordemos que un agresor actual se construye sobre la base de un agredido no tratado o mal curado; y si hay sadismo, mucho más riesgo aún. Y esto, salvo una condición mental preexistente, puede ser adquirido mediante nuestra crianza, nuestra educación o la instrucción del tipo que sea y en la que hemos estado bajo una estructura invariablemente vertical. ¿Acaso no aprendimos esto estudiando la violencia de género? Entonces, no alcen la ceja porque violencia es violencia toda la vida, no importa de dónde venga. En el segundo actor tenemos dos variantes muy visibles.

En Sullana se trata de una persona, que independientemente del proceso psicobiológico que experimenta durante la adolescencia, no es capaz de razonar en función de la empatía: si me piden que me proteja, protejo al resto; pero esa lógica nunca ocurrió, sino un “a mí eso no me importa”. Claro que el muchacho lució aparentemente razonable y arrepentido después de producido el daño, ¿pero por qué no lo razonó preventivamente? No diría que es masoquismo; rebeldía mal encausada más bien (ojo con la defensa cerrada de la madre, que preliminarmente se explicaría por el factor género: “él es hombre”).

En Tambogrande no pasa de este modo. La acción del ciudadano fue anteponer la seguridad de su familia, así que acató la orden y se encerró en casa a la hora que las autoridades le dijeron debía hacerlo. Siguió la regla. ¿Por qué, de pronto, se le compensa con un castigo? ¿Notan la diferencia?

Y, peor aún, ahora que el gobierno ha permitido que las personas con espectro autista tengan quince minutos de respiro al aire libre bajo la supervisión de otra persona que les cuide, no quiero ni imaginar qué pasaría si se chocan con el señor de la bofetada o este otro del vocabulario vulgar. Si yo tuviese un familiar con esa condición, creo que dentro de casa estaríamos mucho más seguros que en la calle bajo la vigilancia de personas con niveles de tensión malamente manejados, sin hablar de su instrucción o grado de inteligencia emocional.

Si quería vela en el entierro, que aguante la cera caliente.

Y está el tercer actor en el que la violencia mal curada, la agresividad evidente, el estrés, la psicosis y, cómo no, el fetichismo sadomasoquista (especialmente en quienes dicen ser heterosexuales “muy masculinos”) brotó con más viralidad que el propio Covid-19: la opinión pública. Era surrealista (como el arte de quien me pasó el acceso a un grupo de Facebook) ver reacciones que, analizadas fríamente, revelan una larga lista de condiciones mentales que si eres psicólogo o psicóloga, o te da una jugosa base de datos para hacer tu estrategia de ‘mailing’, o cuando menos te da tema para una tesis de maestría o doctorado… y a costo cero encima.

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Como dice un familiar cercano, ttal parece que cuando las redes sociales no existían, nos cuidábamos mucho en decir lo que pensábamos, y si éramos muy honestos, buscábamos un círculo muy muy cercano y reducido; pero la tecnología parece habernos desinhibido, como si entre el cerebro y los dedos no hubiese algún peaje, que sí parece existir en el lenguaje hablado.

Según explican psicólogos más razonables (porque también de todo hay en ese gremio), el asunto de las redes sociales es que al emisor del mensaje le dan una idea de anonimato aparente porque sospecha que su reacción se diluirá entre cientos, miles o millones, sin pensar que por el hecho de usar una conexión basada en protocolos informáticos, la identidad de quien dice tal o cual cosa es lo más sencillo de descubrir casi al momento en que presionaste ‘enviar’, ‘comentar’ o publicar’.

Deberías ver la película de Oliver Stone sobre Edward Snoden para entender lo que digo… y probablemente te lo pensarás dos veces antes de decir lo que sueles decir. Está en Netflix. Y tras el ‘cherry’ de la semana, sigamos. La llamada sociedad ‘sin filtro’ no nos oculta con más facilidad; nos expone con mayor rapidez.

Buen día para fiscales, jueces, ingenieros informáticos, hackers aficionados y abogados.

Dejemos el penoso incidente de la bofetada o el sereno boquita-de-caramelo, y exploremos el asunto de las noticias falsas, que, como en toda crisis, es también más viral que el propio Covid, y ahí sí que no hay cuarentena ni toque de queda que valga. A pesar que especialistas han recomendado confiar en fuentes oficiales o de prestigio, estamos compartiendo información no verificada, menos autenticada, con una velocidad asombrosa. ¿O acaso pagan por video o meme? Avisen, ¿no?.

Como resultado, lo que estamos creando, primero en nuestras mentes y luego en las mentes de nuestros contactos, son sentimientos de falsa esperanza, de impotencia o de temor. La falsa esperanza una vez confrontada con la realidad produce decepción; la impotencia (especialmente la que manipula citas, oraciones o hasta mantras) genera una suerte de discapacidad volitiva en el individuo al punto de convencerle que es un inútil y que venga lo que venga para bien o mal (lo que es campo fértil para los lavados de cerebro); el temor es un gatillo de la ansiedad que suele terminar en violencia contra uno mismo y/o contra quienes nos rodean.

Si ya te has dado cuenta, vas por buen camino; si aún no lo ves, paciencia, quiere decir que es necesario tomar el control de tus emociones, no que tus emociones te controlen.

Y claro, también está el otro extremo bien extremo: el superescéptico, quien da por falso todo, incluso lo cierto, como un mecanismo de autoprotección mental para evitar que todo este desmadre informático cause algún impacto en su mente, pasando del cuestionamiento prudente a la compulsiva negación paranoide. Sí, en el fondo se trata de miedo.

Pasos para no volverse loco

Los mecanismos de control mental no son nada del otro mundo a decir de los especialistas, y se basan en estos pasos sin un orden en particular:

  1. Respira despacio y profundo. Es una vieja y milenaria técnica que consiste en hacer ingresar todo el aire que puedas inflando tu estómago (Nelson, mis pulmones no están en mi panza; no, pero lo que se trata es de ampliar tu diafragma), luego contener contando hasta tres, y exhalar por la boca hasta vaciar por completo tus pulmones. El chiste es hacerlo despacito unas cinco o siete veces.
  2. Pregúntate y pregunta si todo lo que recibes es cierto o autenticado. La fuente oficial o los medios de prestigio siguen siendo un filtro excelente para determinar si lo que nos envían o encontramos es veraz (desde el inicio de la crisis, El Regional de Piura adoptó la política de “si la autoridad no lo dice, no se publica”). Las amistades, salvo que hayan probado tener información de calidad, no son la mejor referencia.
  3. Evaluar si vale la pena compartir lo que me pasan. Muchas veces son creaciones de personas hábiles en algoritmos (cadenas de caracteres que permiten categorizar cierto tipo de información) cuyo fin es construir y robar bases de datos basadas en nuestros contactos; entonces, lo ideal sería no hacerlo, salvo que sea un dato oficial (ojo, oficial) y útil para la colectividad.
  4. Piensa antes de escribir. ¿Has visto las películas gringas cuando detienen a alguien y le dicen que tiene derecho a guardar silencio pero si lo rompe todo lo que diga será usado en su contra? En redes sociales funciona exactamente igual (¿dónde crees que se fundó Facebook?). Si bien tenemos libertad de expresión, y ésta no ha sido conculcada, también es cierto que si no cuidamos lo que ponemos o decimos, podemos generar incertidumbre, pánico o hasta provocar reacciones violentas. Y como tenemos una salud mental deteriorada, esto pasará casi sin advertirlo.
  5. Sí, sí hay consecuencias. Aunque el derecho informático peruano aún está en estadío de feto, las pocas leyes existentes son muy específicas con respecto a las penas para delitos contra el honor y la buena imagen (calumnia, difamación e injuria) mediante los que el aagraviado que es vivo puede vivir el resto de su vida a costa de tus ingresos mensuales. Del mismo modo, la División de Delitos de Alta Tecnología de la Policía Nacional del Perú ha mejorado sus herramientas para detectar a estafadores e instigadores de conmociones sociales como los saqueos. En Lima, ya lograron descubrir y procesar a dos que operaban en el cono sur de la capital.
  6. El protocolo se hizo para seguirse. El error de mucha gente es, precisamente, saltárselo. Solo en el caso de la cachetada o el golpe, la Asesoría Legal de la Policía Nacional del Perú especificó que éstos no son usos permitidos durante una detención; entonces, si no está en el papel, se trata de una extralimitación, y si existe una extralimitación, hay una falta por lo menos por parte de quien busca restablecer el orden. Entonces, pedirle a un uniformado que se salte el protocolo es abrirle la puerta a una baja con deshonor. Sí, en el fondo le estás diciendo “estás despedido”; y si el uniformado quiere cruzar la línea, sabe que en estas épocas, impunidad no es precisamente lo primero que va a lograr.

Y es que, la vida en libertad (bueno, en libertades suspendidas) no solo implica responsabilidad; también implica control, y el primer nivel es a nivel personal. Cuando uno renuncia a esta esfera, queriéndolo o no, le da derecho a un tercero regulador para que nos controle porque, ante todo, incluso cuando hay crisis, hay orden.

Sin ese orden, no vamos a remontar la dificultad. Y si no remontamoss la dificultad, jamás aprenderemos a tener el control de nuestro futuro, ése que dicen no importar porque “hay que vivir el presente”, pero ese futuro será el momento cuando terminemos pagando las facturas de todo lo que hacemos aquí y ahora. Y el manejo que hagas de ese aquí y ahora es la clave de todo.

[Opina en tus redes sociales usando el hashtag #columnaNelson]

 

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