Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Cuando yo estaba en primero de secundaria allá por 1987, había una lectura en mi libro de Educación Cívica, un curso ya medio prehistórico donde nos enseñaban ciudadanía en base a razones y leyes, en la que se hablaba sobre patriotismo y patrioterismo; y para la mente de un adolescente de once años, fue uno de sus tantos parteaguas vivenciales, una de sus primeras lecciones acerca de que el fondo importa más que la forma.
La lectura más que teorizar sobre ambos conceptos, usaba las historias paralelas de dos fulanos. Los nombres no los recuerdo ahora mismo, pero pongámosle Pepe al sujeto número uno y Lucho al sujeto número dos, con las respectivas disculpas a quienes se llamen así, aclarando que toda similitud es pura coincidencia.
Pepe es de los tipos que cuando el Himno Nacional suena, se pone de pie más erguido que estatua de parque, pega la mano al pecho casi a punto de practicarse una cardiotomía sin anestesia, levanta la voz (aunque desafine) como para ser escuchado cien metros más allá, y al exclamar el ¡Viva el Perú! Mas bien lo brama. Ohhh, ¡bravo!, Pepe es un gran patriotaaaa…
Es más, en julio es el primero en ponerse la escarapela y casi, casi que la tiene en la solapa hasta entrado setiembre. Si le preguntas por Grau, Bolognesi, Túpac Amaru, de Zela, Cáceres o Quiñones, pareciera que estuvo allí, respirando sobre el hombro de cada héroe. Ohhh, Pepe tiene un alto sentido patriótico.
Bueno, sí, parece; pero hay algo que Pepe también banderea como gran logro: a la hora de pagar impuestos, y a pesar de que tiene buenos ingresos, busca a un contador quien se encarga de adulterarle la declaración para que, en lugar de aportar, el gobierno le entregue un cheque de devolución; cuando come algo en la calle tira la envoltura donde le dé la gana, total para eso hay alcalde y personal de limpieza urbana; cuando el semáforo está en rojo, si no hay policía de tránsito (y aunque lo hubiese), acelera y fuga; ah, y todo lo que ha conseguido, lo ha conseguido coimeando.
Esteeee, pero… Pepe canta el Himno Nacional como nadie…. Se sabe las hagiografías peruanas como nadie… y, y, y usa la escarapela… U-u-una cosa no tiene que ver nada con la otra, o sea, ¿por qué le ves los defectos a Pepe si es un gran patriota, si demuestra que es un gran patriota?
La respuesta es simple: Pepe no es patriota, es patriotero: se llena de manifestaciones externas que causen admiración pública, pero en la práctica hace todo lo opuesto a los valores que supuestamente dice defender. Ah, pero Pepe apoya a la Selección Peruana de Fútbol. Sí, puede ser, la mayoría lo hace (hasta mi amigo estadounidense Killian de Seattle, WA); pero… ¿sabías que su acceso a la televisión de paga es pirata?
Lucho también canta el Himno Nacional y se une al coro aunque meditando cada verso. Siente que el “somos libres” no es una declaración poética, sino un desafío, así que se saca la mugre trabajando, participa activamente en la vida política de su comunidad, no tanto en redes sociales sino mediante acciones más concretas: tener la casa limpia y saneada, pagando impuestos a tiempo aunque éso implique no recibir devolución (y aunque crea que a veces el gobierno es injusto con él por eso), informándose hasta el cansancio sobre la vida y obra de candidatos y candidatas antes de darle el voto, o no dárselo, durante elecciones, respetando las reglas y normas.
El problema con Lucho es que en julio a veces ni tiempo tiene de ponerse la escarapela porque tiene que salir disparado de casa a hacer su chamba además de cumplir con su parte en los roles del hogar, y si le preguntas por Grau, sabe que nació en Piura y murió en Angamos, pero los hechos al medio casi ni los tiene claros; aunque sí entiende la trascendencia del personaje (al que respeta en todo caso), lo tiene como referencia. Sin embargo, piensa que el futuro tiene más posibilidades que el pasado.
Parece que Lucho no es muy patriota que digamos, ¿o sí? Si no recuerdo mal, el concepto que manejaba el libro era más o menos éste: patriotismo es el sentimiento de conexión al lugar donde naciste o donde te sientes en acogida y por el que desarrollas tu vida desarrollando la vida del resto, porque (aquí viene lo interesante) realmente tienes esa vocación. El patrioterismo es más bien la retahíla de actos externos dando la impresión que profesas ese amor, pero que en términos prácticos o no existe o existe de modo defectuoso.
Y no solo con el patriotismo. Resulta que todos los conceptos abstractos que tienen manifestaciones visibles, también tienen manifestaciones visibles defectuosas o dañinas. Por ejemplo: la política (el manejo de los asuntos públicos) tiene a la politiquería (aprovecharse de la política para uso privado); la espiritualidad (la proyección trascendental del ser humano) tiene por su lado a la cucufatería (como diría Arjona, “hablaba de amor al prójimo y me ‘ponchó’ más de cien pelotas”); o la democracia y la demagogia, o la laboriosidad y el trabajolismo, o el orgullo y la arrogancia. Y así podemos acumular una larga lista de ontologismos y sus defectos.
La clave para entender dónde se ubica esa delgada línea que convierte lo que creemos bueno en algo defectuoso o pernicioso se ubica en entender el concepto de convicción, el concepto de vocación y el concepto de miedo. ¡Sí! Ahí está la raíz.
La convicción es la adhesión que tengo ante una idea que califico como buena, la vocación es la inclinación a hacer algo que siento útil y pleno para mí y para el resto, y el miedo es el sentimiento desagradable de peligro ante algo o alguien actual, pasado o posible. Cuando acudimos a los conceptos, es más fácil ver cuáles son positivos y cuáles son negativos, pero en los procesos de acción humana casi no se toma el tiempo para meditar las cosas y se termina mezclando papas con camotes… y es cuando los problemas aparecen.
Volviendo a la lectura del patriota y el patriotero, podríamos decir en teoría que la convicción y la vocación están bien marcadas en Lucho; si hay temor, o es bajo o está confinado al punto que no paraliza. Pepe, el patriotero, en cambio le ha inoculado miedo a su convicción y a su vocación, al punto que no lo paraliza sino que lo manipula hábilmente para hacerle creer a sí mismo y al resto que su forma de actuar es válidamente social, sin objeciones.
Un patriota, aunque ame demasiado a su patria, no tendrá empacho alguno en enumerarle los vicios uno por uno, a pesar de que el resto lo mire mal (hasta diría que es su indicador de que va por el camino correcto), y da un paso más adelante: no repite esos vicios en su actuar diario, o procura no repetirlos. Y a la inversa, cuando descubre algo positivo que le hará bien a la patria, lo dice, igual valiéndole altamente si el resto está de acuerdo o no. ¿Por qué? Porque es más fuerte lo que cree que lo creído por el resto sobre él.
El patriotero mas bien suele ir con la corriente en tanto la corriente diga que es bueno o malo porque, en el fondo, tiene miedo de ser excluído socialmente, y ese reconocimiento a la forma hace que el resto se encandile tanto que le puede perdonar hasta el peor crimen (“que robe pero que haga obra”). La gente lo razona tan infantilmente como que si canta fuerte el Himno Nacional, entonces es mejor que nadie. Mmmmmm. Sí, algo hace ruido allí y no es el vozarrón.
Yo me atrevería a decir que tenemos más patrioteros que patriotas: mucha gente que dice sí de la boca para afuera, pero que a la hora de la hora es la primera que quebranta la regla, y solo cuando alguien le infunde miedo, recién se pone a derecho. ¿Convicción? ¿Vocación? Ni una pizca.
Algo así como decirle a Ipsos que estás de acuerdo con el estado de emergencia, pero sser el primero que sale a la calle sin mayor razón que estar aburrido dentro de tu casa, y, como no hay ni policías ni soldados, a respirar aire puro se ha dicho. Y si alguien te lo objeta, le sales con argumentos del tipo “es mi vida y no te metas en ella”. Sigamos.
Entonces, si uno quiere obtener resultados positivos, ya no basta con decirle a la gente qué tiene que hacer, sino ir más profundo en la mente humana, haciendo una suerte de formateo de disco duro donde hay más troyanos y gusanos que archivos útiles, y reprogramar los conceptos acompañándolos de buen ejemplo; de lo contrario, volveremos a cometer el mismo vbicio histórico. Lo que necesitamos es una suerte de psicología inversa acompañada de conductas coherentes, no como las del nuevo Congreso de la República que, al parecer, será peor que el anterior.
Yo lo veo como implosionar un edificio bonito pero no funcional para reemplazarlo por algo que realmente le facilite la vida a la gente pero que le desafíe a ser mejor. Sí, mucho más allá que solo ser bueno.
¿Tarea de la escuela? ¿Chamba del Ministerio de Educación? Sí también, pero tiene que ser una ofensiva comunitaria, porque si seguimos delegando las decisiones que tocan nuestras vidas, entonces seguiremos acatando órdenes a regañadientes, pero no nos identificaremos con ellas: actuaremos por miedo, pero nunca llegaremos a abrazarlas por convicción, menos a ejecutarlas por vocación.
Como le dije a alguien: claro que los tiempos van a mejorar pero no como hemos idealizado. Si no nos preparamos, no sobreviviremos, y cuando pase esta ola fuerte, solo sobrevivirán quienes usen mejor el conocimiento, no quienes lo acumulen compulsivamente. ¿Habrá paz? Habrá paz. Creo que sí.
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