ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Esta semana se publicó el Reglamento de la Alimentación Saludable, instrumento que busca orientar a fabricantes y consumidores para hablar un mismo idioma a la hora de expender o elegir cualquier producto procesado (o sea, no naturalmente obtenido), de tal forma que los primeros aclaren qué están vendiendo y los segundos tengan claro qué están llevándose a la boca.
Hay mucha polémica, mas bien demasiada confusión, por lo que eso significa, y en ese aspecto las autoridades tienen un campo enorme para educar a la población.
Sin embargo, la cosa también se ha 'politiquerizado' tratando de generar cierta paranoia, más exagerada que la de top model, desde ciertas organizaciones de la sociedad civil, las que no han encontrado mejor derrotero que echar al gobierno la culpa de cualquier psicosis futura que al respecto ellas pudieran generar. Y aquí está el error.
Toda una vida, el primer lugar donde aprendemos nuestros hábitos alimenticios es el hogar. Esto quiere decir que la primera gran educadora sobre cómo alimentarnos saludablemente debería ser la familia.
Si en casa nuestros modelos o mentores nos han dado ejemplo de dieta balanceada, genial; si nos han dado ejemplo de investigar en fuentes confiables para tomar decisiones a nivel alimentario, fenomenal. Pero si esto no ha ocurrido en años por pereza o por irresponsabilidad, la culpa no es del gobierno.
Si la casa falla como primera línea de defensa, la escuela es nuestro siguiente bastión.
Si el Área de Ciencia, Tecnología y Ambiente (o como lo rebauticen según el programa educativo vigente) incide en generar conocimientos precisos acerca de la comida y cuál de ella es la mejor para nuestro aprovechamiento, excelente; si realizan ese divertido ejercicio de recrear un comedor o una cafetería (incluso en escuelas rurales) para formar actitudes positivas, grandioso. Si la cosa da lo mismo o se pasa por alto para ganarle tiempo a la calendarización, la culpa no es del gobierno.
Mi punto es que con o sin reglamento, la responsabilidad de una buena alimentación radica en el mismo individuo, y ésta se forma investigando en fuentes creíbles, experimentando formas innovadoras y saludables de consumir los productos (la 'slow food' es una maravilla en ese aspecto), y motivando con el ejemplo a que el resto afianze, mejore o cambie sus hábitos alimenticios.
Entonces, las empresas deben ser transparentes e informar, el gobierno debe ser acomedido y educar, pero el consumidor debe ser inteligente a la hora de optar. Así se construye un círculo virtuoso que mejore la salud de todo el mundo.
Por supuesto que los colegios profesionales y las asociaciones de consumidores enriquecen el modelo con sus aportes, pero, por favor, no usen la paranoia como estrategia de comunicación y sean más didácticos y veraces a la hora de generar conocimiento.
Cuando a la gente se le educa en libertad y calidez, es más sencillo operar las transformaciones positivas que hagan falta; mas, asumir el papel de 'tía beata' (con el respeto de las tías beatas) podría causar el mismo efecto que las campañas contra el alcohol, el tabaco, la clasificación de la basura y hasta la religión: cuando nadie te ve puede que no seas lo que tanto cacareas ser.
Y por cierto, ¿cuántta de esta gente que se metió al activismo de la comida hace ejercicio a diario y puede certificar cero vicios?
(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)