ERP. Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, más conocida como Manuelita Sáenz (Quito, 27 de diciembre de 1797 – Paita, 23 de noviembre de 1856), es una de las figuras más relevantes de la independencia americana. Los últimos años de su vida los pasó en el puerto de Paita, lejos de las gestas libertarias que marcaron su existencia. Allí, la vivienda que la acogió antes de su muerte aún se mantiene en pie, resistiendo el abandono y los embates de la naturaleza, como un símbolo que interpela a la memoria y a la indiferencia.
Más allá de Paita y del Perú, distintos pueblos mantienen viva la memoria de quienes contribuyeron a la independencia. Tal debería ser el caso de Manuelita Sáenz, cuyo papel en la emancipación, su relación intelectual y afectiva con Simón Bolívar, y sus actos heroicos —como salvarle la vida— la convirtieron en referente histórico. Sin embargo, mientras en Piura y Lima se conservan casas-museo dedicadas a Miguel Grau, en el caso de Sáenz los esfuerzos han quedado dispersos y limitados a quienes, con convicción, siguen reivindicando la gesta de Bolívar y San Martín.
Reconocida en 1822 por el general José de San Martín como Caballeresa del Sol y proclamada por el propio Bolívar como la Libertadora del Libertador, Manuelita Sáenz vivió sus últimos años en Paita, donde murió en la pobreza. La casa donde habitó permanece hoy deteriorada: las lluvias la han golpeado una y otra vez, pero se mantiene enhiesta, como esperando que alguna autoridad local, regional o nacional asuma la responsabilidad de preservarla y convertirla en un museo que resguarde los relictos de esta figura excepcional.
El periodista y docente universitario Miguel Godos Curay recuerda: “Por iniciativa del Rotary Club se colocó una placa que motivó la declaración de monumento histórico. Hubo entusiasmo e incluso se anunció la restauración, pero al ser propiedad privada en sucesión intestada, el proyecto no prosperó. La casa quedó muy dañada por los Niños sucesivos de 1982-1983, 1997-1998, 2017 y 2023”.
Agrega que se trata de una edificación de quincha, con el frontis afectado: “Mi madre, que vive allí, la sostiene con lo que puede. Incluso hubo interés de la viceprefecta de Pichincha, Marcela Costales, quien por encargo del presidente Daniel Correa realizó estudios en la vivienda. De allí se extrajo tierra que fue llevada en un cofre desde Paita hasta Caracas y depositada junto a Bolívar”.
El entusiasmo inicial por rescatar este inmueble fue apagándose con los años, y la realidad al 2025 es la evidencia de esa desidia. Godos precisa además “Para la conservación de lo que queda no hubo aporte municipal. Luego, con la expectativa de apoyo de las repúblicas bolivarianas, surgieron versiones de que existían dos casas más, una en la calle Ramón Castilla y otra en La Punta. Lo cierto es que doña Manuela vivía de la caridad de sus amigos, entre ellos el cónsul americano Alexander Ruden y el general Antonio de la Guerra. En 1847 firmaron su declaración de pobreza para recuperar su dote, lo que nunca se concretó. Se sostenía tejiendo hilados finos que enviaba a su compadre, el general Juan José Flores, presidente del Ecuador, usando seudónimo para informar además sobre movimientos políticos y comerciales vinculados a la quina y al comercio marítimo desde Paita”.
A lo largo del tiempo se realizaron coordinaciones en distintos niveles, en Perú y en otros países, con el propósito de preservar su memoria. Sin embargo, hoy el abandono es evidente. Solo queda esperar que alguna autoridad con visión histórica recupere la vivienda donde murió la Libertadora del Libertador, cuya contribución a la independencia sigue siendo reconocida en múltiples relatos de la emancipación americana.
Paita, puerta de entrada de extranjeros que llegaban desde Europa, conserva aún vestigios de su importancia histórica. Sin embargo, varias de sus construcciones se hallan abandonadas y sin protección. Es necesario recordar que Paita no solo es tradición religiosa: su nombre también está ligado a la historia de América y no puede quedar borrado por la indiferencia.
ERP/Andrés Vera