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Lun, Oct

El Señor Cautivo de Ayabaca: Cristo de octubre

Miguel Godos Curay
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ERP. El Cautivo de Ayabaca es Cristo doliente de cienes llegadas y de mirada profunda conmovedora que toca las fibras del corazón. Cientos de devotos peregrinan a su santuario en busca de salud y consuelo a tantas tragedias cotidianas. Los ruegos se perciben por todo el camino, penitentes con los pies hinchados inician su recorrido cada septiembre, octubre desde los rincones más apartados del Perú.

Por: Miguel Godos Curay

Periodista y docente universitario

Su efigie piadosa cuelga de los espejos de los autos, su rostro asoma en los puestos de reliquias en todas las ferias, en cada hogar hay una efigie del señor. Junto a la devoción a nuestra señora de la Merced son símbolos religiosos representativos de Piura.

El Perú es una nación mariana y cristológica. Sin esa fe esencial no tiene sentido la cotidiana existencia por esa lucecita de Dios repiten las abuelas. El señor moviliza a su pueblo entre las marañas del escepticismo agnóstico. Estas creencias concentran una vitalidad profunda que solo se puede entender con el entendimiento del fervor y el corazón. Teológicamente es un memorial de la pasión en su extremo desgarrador, doloroso, agónico y sufriente. Una promesa redentora de salvación. Unamuno diría: “Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,/ oye de nuestros pechos los sollozos;/ acoge nuestras quejas, los gemidos/ de este valle de lágrimas…”

Es un pueblo que camina para ofrecer su sudor y lágrimas al señor. Esta sentida evocación es un milagro que engrandece a los humildes y aplasta a los soberbios. Es la redención de los pobres y humildes frente a la arrogancia de los poderosos. Todos los caminos son testigos de las fatigas de los trajinantes hacia Ayabaca. Son un río de fervor que crece en las proximidades de Ayabaca. Atraviesan por el filo de la carretera el extenso valle de Tambogrande, Las Lomas, los arrozales de Paimas cuesta arriba. El fervor se nutre de esperanza invocando la salud del cuerpo, el trabajo esperado para acabar con las angustias económicas, el ingreso del hijo a la universidad, la protección de la familia, el renacer de la fe en los descreídos arrogantes.

Como una serpiente asciende el camino con el pensamiento puesto en Cristo. El frío de la noche y el shulay humedecen los rostros. En la oscuridad de la noche cada trecho sabe a ruego y creencia. Es la oración la que mantiene en pie a hombres y mujeres que se adentran en las estribaciones del camino hacia Ayabaca. Las promesas suman años de sacrificios acompañados de la escucha gozosa de las grabaciones sentidas del ciego Pablito Maldonado que los penitentes graban en sus celulares. No es casual el sacrificio de los peregrinos llagados que se arrastran con lágrimas en los ojos camino al santuario. Es el testimonio vivo de la mortificación del cuerpo para salvar el alma. Las cuadrillas de peregrinos vienen de todos los rincones del Perú. Unos cargan el madero de la cruz, mientras que otros entonan cánticos hasta la extenuación. Pero ahí está la fuerza del señor que los mantiene en pie.

La jornada dura meses y semanas dependiendo de dónde vengan. La veneración y el arrepentimiento es antiguo y mestizo. Al señor las niñas preservan su cabellera desde su nacimiento hasta la adolescencia entre los 16 o 18 años para ofrendarla con profunda y espontánea devoción. Este recado fervoroso es una vieja tradición ayabaquina. La adoración del señor es como un ritual de la despedida llena de bendiciones y gratitud por la salud y fidelidad a la promesa.

Tiene Ayabaca su propio encanto para propios y extraños. Los primeros retornan al lar querido, los segundos viven con admiración este momento y es probable retornen el próximo año. Es una fe tan antigua como la devoción secular al Cristo negro de Esquipulas (Guatemala), el Señor de los Milagros (Lima), Taitacha de los Temblores (Cusco), el Señor de Luren (Ica), el Señor de Huamantanga (Jaén), el Señor de Chocán (Querecotillo), Señor de la Buena Muerte (Sullana). Devociones que son parte de la religiosidad popular y la añeja tradición católica. Se viven con naturalidad episodios de conversión personal. De búsqueda de Dios ahí en donde la dialéctica atea lo borró del mapa. Es difícil arrancar del corazón a quien te ama y te nutre de consuelo.

Cristo memorable fue el tallado en Quito por el artista Miguel de Santiago, pintor de santos y reconocido exponente de la Escuela Quiteña, de quien se dice hirió de muerte con lanza a su modelo y discípulo de su taller Toribio Vacancela. Estaba obsesionado con el rictus postrero de la muerte para el "Cristo en agonía". Aunque el artista fue llevado a juicio en los tribunales se le perdonó por la incomparable belleza de su creación. El Cristo de la Agonía de Miguel de Santiago se conserva en el Museo sacro de los Descalzos en Lima. Cristo de Octubre expresión viva del pueblo creyente de Dios.

Como anota Umberto Eco: “<<Dios sabe como he sufrido>>, se decía la abuela enferma y abandonada por sus nietos;<<Dios sabe que soy inocente>>, se consolaba el que había sido condenado de manera injusta; <<Dios sabe lo que he hecho por ti>>, repetía la madre al hijo ingrato; <<Dios sabe cuanto te quiero>>, gritaba el amante abandonado; <<Solo Dios sabe todo lo que he pasado>>, se lamentaba el desgraciado cuyas desventuras no le importaban a nadie. Dios era siempre invocado como el ojo ala que nada escapaba y cuya mirada daba sentido a incluso la vida más gris y anodina”.

Dios está presente en la fe de los humildes que despiertan la curiosidad de los incrédulos y arrogantes. La superlativa confianza en el dinero, el poder y el capricho se hace nada. No sabemos cómo enfrentar a la muerte confiados en los seguros de vida. El poder y la gloria se hacen polvo y ceniza. La vida eterna no se compra con dinero. La gloria, la opulenta vanidad, los caprichos y la fortuna son siempre transitorios y efímeros. En apariencia juegas a dormir tranquilo en realidad te estás muriendo a sorbos y a pocos. Como diría el poeta nosotros los de ayer ya no somos los mismos. Sin embargo, buscamos sentido para nuestra existencia. La satisfacción existencial que te permita partir al viaje sin retorno persuadido en el más allá. La fe de los humildes resolvió hace mucho tiempo los teoremas de la esperanza y valoran la búsqueda de Dios como un porvenir sin más llanto ni más dolor. Los que no, optan por un adiós en el WC.

Diario El Regional de Piura
 

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