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Sáb, Abr

“La conquista del bien, nuestro ideal”*

Nelson Peñaherrera
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ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. “El espíritu de una escuela marista es el espíritu de familia”. (San Marcelino Champagnat, 1789-1840).

Tras la sesión solemne que la municipalidad tributó a mi colegio, el pasado domingo 28 de agosto, y que congregó a la clase que salió hace medio siglo y a la mía que salió hace un cuarto de siglo, todos nos fuimos al cementerio San José a visitar a un compañero que no está en este plano físico, pero vive en nuestros recuerdos; entonces, bajando las escaleras, sentí una mano aferrándose de mi hombro: Patrick.

Este chico no era de mi sección sino de la otra, y casi ni cruzábamos palabra, y creo que el recuerdo mas lejano que tengo de él debe ser de primero o segundo de secundaria. “Gracias por el cariño”, le dije con un tono plano de voz (que me sale a las mil maravillas). Patrick creyó que me estaba quejando del gesto: “Disculpa, Nelson”. Reaccioné de inmediato y le aclaré: “No hay nada que disculpar; los hombres no debemos reprimir nuestro afecto a los demás”, lo que mamá, que bajaba a mi costado, avaló positivamente.

Después de eso, Patrick caminó conmigo desde la plaza de armas hasta el cementerio mismo, abrazado, conversando y conversando, al igual que el resto de mis compañeros de promoción que venían conversando y conversando en grupos, como si fueran varios trenes de olas vestidos con polos grises.

Ya en el cementerio, deshechos del abrazo, sucedió algo que podría describirse como un gran flujo de energía y que emanaba de todos los y todas las presentes: cariño, benevolencia, bendición, amistad.

En una palabra, esa energía era la fraternidad.

Para definirla sencillamente, es la capacidad de generar y sentir pertenencia dentro de un grupo humano que se percibe único, proveniente de un origen común y que cree que debe caminar en conjunto hacia un objetivo común. En cierto modo, los conceptos de fraternidad y comunidad se cruzan y funden juguetonamente desde el hecho de sentir un origen común y un fin común. Eso por un lado.

Por otro lado, el cariño, que no solo se expresa en un abrazo, sino en cualquier manifestación en la que existe la intención de reforzar un lazo y ayudar a que la otra persona proyecte esa integridad por principio de equilibrio (empatía), es indesligable en un entorno de fraternidad, porque todo el conjunto humano se hace cómplice del mismo.

La diferencia radica en cuándo afloramos ese cariño y en medio de quiénes. Por lo menos en conjuntos únicamente masculinos, es complicado que tal expresión fluya con naturalidad, a menos que hayan pasado unas seis cervezas o su equivalente en tragos de mayor grado etílico, que es cuando el estado de alerta se vuelve nada alerta y los neurotransmisores dejan pasar de todo, como si fuera semáforo después de medianoche.

La razón por la que nos bloqueamos es porque nuestra cultura nos enseñó que cariño equivale a una debilidad que solo se da como indulgencia al sexo opuesto porque también se le asume como débil. Pero, entre seres que fueron educados en superioridad, la “debilidad” no tiene lugar.

Esa es una forma antinatural de permitirse tal modo de expresión, porque nos convertimos en una suerte de baterías que se sobrealimentan al punto que esperamos un destape (literal) para dejarlo fluir, como el alcohol. ¿Y si tal destape nunca llega? Pues, se queda allí, saturando hasta que estalla un día, y, como dice un gran amigo mío, cuando algo estalla, es difícil reconstruirlo.

Como coincidíamos con Patrick, los varones deberíamos tener menos miedo a expresar nuestro cariño hacia todos y todas, especialmente entre varones, porque no somos animales (y ojo que mi perro Rabito es super cariñoso, a decir de quienes lo conocen), sino seres humanos, y uno de los retos que tenemos como tales es construir un mundo fraterno.

Yeah, baby! ¿Te das cuenta cómo vamos armando un círculo virtuoso?

Ahora bien, ¿qué pasaría si esa fraternidad que se vive entre mis compañeros de promoción, con todos sus valores positivos, pudiera extrapolarse al mundo cubriendo a todos los hombres y todas las mujeres sin excepción? Yo creo que no es difícil, comenzando por nosotros mismos y considerando nuestra propia diáspora.

¿De qué depende entonces? Pues, de actitud, porque el conocimiento hace 25 años que ya lo teníamos aprendido. Así de sencillo; así de desafiante. Patrick lo entendió, y no creo que esté dispuesto a censurarlo.

* Verso del Himno Marista peruano, escrito por el Hno. Joaquín Aregall (+).

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)

 

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