ERP. No es el severo impacto del cambio climático el que destroza carreteras y caminos para convertirlos en trochas intransitables. Es el componente negligente con el que se realizan las obras públicas. Desde una sospechosa ingeniería inexperta, mala calidad de los materiales, presupuestos dilapidados y ausencia de control. Lo hecho un despilfarro anunciado. La supina imprevisión y negligencia con la que se desgarran los presupuestos públicos. Nadie cuida, nadie vigila, nadie reclama.
Por: Miguel Godos Curay
Periodista y docente universitario
Tras una lluvia de media hora lo que costó millones se hace nada. Las inundaciones y aniegos en las cinco esquinas, la cuenca El Chilcal con su parque de las aguas. Los aniegos por todas partes son el ingrediente de un viejo y manido negocio llamado reconstrucción. Una teta presupuestal que los constructores chupan con ganas.
Cuando las papas queman se invoca a los regordetes de la Contraloría para las usuales pesquisas copia y pega sin identificar a los autores de las negligencias en obras de reconstrucción, en hospitales inconclusos, en colegios abandonados, en viejos problemas sin solución. Parte de la responsabilidad corresponde a los gobiernos locales poblados de incertidumbre por cobra dietas sin hacer absolutamente nada. No hemos aprendido aún la lección. Una descarga de media hora de lluvia intensa fue suficiente para que este miércoles de ceniza nuevamente reeditemos nuestras tragedias cotidianas.
Ojo con las obras públicas inauguradas recientemente. La imprevisión y las malas prácticas constructivas quedan al desnudo. Sólo en Piura se improvisa sin contemplación. El billete del erario se reparte al mejor postor. La boca se les hace agua a estos constructores con prontuario que cambian de razón social en esencia son las mismas ratas pardas peliteñidas o con permanente.
Si los colegios profesionales se pronunciaran en la materia de su especialidad se acabaría este sumiso silencio. Toda opinión técnica es valiosa. Igual responsabilidad corresponde a las universidades donde se forman arquitectos e ingenieros. Una forma objetiva de aprender es observar y registrar los colapsos de las obras públicas. Corresponde a Defensa Civil el mapeo de las consecuencias inmediatas de las lluvias y aniegos que van a continuar según los pronósticos.
Hoy disponemos de información oportuna de los satélites meteorológicos que dan cuenta de las tormentas y la temperatura del mar. Lo que nos falta es indagación científica y monitoreo que permita registrar y divulgar información valiosa bien explicada de alerta a la población. Las carreteras están destrozadas en Tumbes, nuestras trochas que conectan a los distritos andinos requieren atención inmediata para evitar el aislamiento de los pueblos y el desabastecimiento de productos de primera necesidad.
Junto a los impactos severos de las lluvias galopa el alza de precios en los mercados. Poco o nada nos interesa el agua que cae del cielo con fines de reserva del recurso hídrico. Poco nos interesa saber si los acuíferos que proveen a la población se han recuperado. No existe ninguna iniciativa de reforestación o recuperación de áreas verdes. A un siglo del inclemente estío de 1925, cien años después seguimos con la misma angustia rogando que no se desborde el río. La lluvia fresca permite que rebroten los temporales y zarandajas y chilenos que provean a las familias de escasos recursos.
Piura se muere de sed teniendo agua. Nos hemos quedado sin la energía cívica que puso de pie a los piuranos en 1982 y el 16 de junio de 1983 conquistaron el Canon Petrolero mediante la Ley N° 23630 que lo estableció como renta de los departamentos de Piura y Tumbes. Muchos de los protagonistas de este desafío histórico llamado el Frente Cívico de Piura ya no están. No podemos dejar de recordar a Luis Antonio Paredes Maceda, Jorge Gamio Vargas, Robespierre Bayona, al arzobispo Monseñor Oscar Cantuarias Pastor, entre otros dirigentes agrarios y alcaldes.
Fue un reclamo con garra. Hoy acojudados por el celular no se escucha a ciudadanos con la suficiente energía cívica para exigir mejor trato a nuestros pueblos. Un villorrio de cojudos moviendo el sieso en el carnaval de sus históricas miserias.