ERP. Un inaudito afán de notoriedad acompaña a los piuranos a donde vayan. No les gusta pasar desapercibidos por eso su saludo siempre estentóreo a boca de jarro. Luego la añoranza a la santa tierra en la punta de la lengua. Como en las familias bíblicas los árboles genealógicos nuestros son enredaderas interminables. Los piuranos son alegres hasta el tuétano y en la tercera edad se regocijan con el pasado, con los buenos tiempos y su ciudad tranquila, jocosa, devota y buena.
Por. Lic. Miguel Godos Curay
Periodista y docente universitario
No hay piurano sin devoción ni fervor, se santiguan al salir de casa y si pasan frente a la Iglesia la visita es obligada. Por supuesto, a contrapelo, son campeones en supersticiones de toda laya. En la puerta de su casa cuelgan una sábila verde como protección contra la envidia. No falta tampoco la tijera Solingen de acero. Como ayer, de noche, nunca prestan ni utilizan agujas ni sal. Al acostarse colocan los trajinados zapatos en forma de cruz pues el enemigo baila con ellos. Tienen costumbres de arrieros y sus relatos saben a tierra.
Filosóficamente sus únicas preocupaciones metafísicas son el morir confesado y repartir lo poco que se tiene. Sus legados misteriosos son siempre recados que cumplir en las postrimerías. “Junto a mí tumba, planta un algarrobo, porque, sino me voy a asolear eternamente”. Las visitas a los cementerios o lunes o sábados. El piurano al que lo consume la tristeza está enfermo o se va a morir. Después no, aunque se le caiga la quincha. Remojado en los diluvios siempre tuvo que comer “chilenos” o la zarandaja nutritiva. No se deja morir tan velozmente y su fortaleza mayor es su sentido licencioso de la vida. En apariencia vive para el momento en esencia cimienta el futuro de su familia.
Vive pensando en Dios, lo tiene en la punta de la lengua y no hay domingo en que no se santigüe en la puerta de la iglesia aunque no escuche misa. Su bondad no tiene límites y sus afectos empiezan con los perros, gatos, pericos y cuanto animal se arrime a su morada. Según su teoría “para todos amanece Dios”. De modo que no tiene sentido vivir quejándose y codiciando los bienes ajenos. Dios le da barbas a quien quijadas no tiene. Y uniforme a quien nunca fue al campo de batalla. La legión de los uniformados en Piura tiene nombre propio. Es igual a la de los medalleros que concurren a cuanto desfile o izamiento de bandera se realice en la ciudad.
A más medallas en el pecho y coloridas cintas en el pescuezo mayor honor. ¡Válganos Dios! Premisa desde todo punto de vista discutible. Una medalla de colorido latón no hace nunca a la persona. Nuestros abuelos, combatientes de 1941, lucían su medalla una vez al año. Después no porque se oxida. En Piura, lucen uniforme los celadores del Municipio, los bomberos cuando van al desfile, los sanitarios dedicados a la malaria y a la TBC, las enfermeras y médicos del Ministerio de Salud, los responsables de la higiene de la ciudad pues exponen su salud. Los militares lo lucen en sus cuarteles y en los desfiles del calendario cívico. Por su indeclinable servicio a la tranquilidad pública los efectivos policiales visten con decoro uniforme.
Antes en los colegios y escuelas públicas se lucía el beige fresco de algodón con galones azules para la primaria y rojos para a secundaria. La cristina, esa especie de gorra de panadero, era el complemento. Nunca hubo tatuajes, el tatuaje era una respetable marca de los transitados por la sombra de los penales o los marinos tras su recorrido por los siete mares. Entonces, se tatuaban sirenas, anclas y timones marineros. Los que no una estrella o el escudo de la patria.
El piurano genuino se desteta con café, leche de cabra y cachangas de Cotos. La cabra, según don Enrique López Albújar en Piura es la “vaca del pobre”. Su leche,altamente nutritiva, se emplea para elaborar queso y natillas. La leche de burra era especialmente recomendada para levantar a los desnutridos y debiluchos. Y la leche de loba de mar para fortalecer los pulmones de buzos y marineros mercantes. La leche de tigre, en Piura, es el agua del hervor de los mariscos, con limón y ají. La leche de pantera y el tónico siete leches son producto de la huachafería gastronómica.
La Piura de ayer es un ritual cívico permanente. Una expresión espontánea de regionalismo y de cortesía. El saludo al empezar el día con un sonoro – Buenos días de Dios- En el aula escolar los alumnos reciben a las maestras con porte y compostura de pie. Silbatinas y ñeques sólo a la hora del recreo. Gestos nobles en todo el vecindario. Las frutas favoritas de la huerta: la guanábana, las guayabas y guabas gordas. En el estío los mangos de Chulucanas, los mangos ciruelos de Marcavelica, los limones para los refrescos, los mameyes de Buenos Aires y las sandías del desierto para aplacar la sed. En verano, las raspadillas de cola con tamarindo. Por supuesto un jarabe espeso, pura fruta que endulzaba el hielo raspado a pulso. La reina de los refrescos fue siempre la limonada con manzanita picada y esa señora de señoras llamada la chicha morada, competía con la soya y la cebada. Cosa seria y deliciosa.
En el territorio de las mazamorras (masas moras) su majestad la morada con pasas y guindones, la especial. La proletaria con piña y mango ciruelo. Un señorito decente: el arroz con leche, con pasas y canela. El champús de piña siempre al caer la tarde, su sabor tiene mucho del atado de dulce, de la piña y el mote blando. Para cerrar la jornada los señores picarones con su miel de chancaca, anís y canela. En cada barrio al norte o al sur se rendía culto al antojo. Se esperaban con entusiasmo las tortas de viento y las tortas de canela de Huancabamba.
Inolvidables. Los chifles piuranos tienen cuerpo y se acompañan con cancha y cecina picante. Según el Lazarillo de Ciegos y Caminantes de Concolocorvo, los chifles, eran bocado de arrieros y trajinantes. Los chifles crocantes son producto de la modernidad. El legítimo chifle piurano tiene cuerpo y al orearse recibe su porción de sol, luego se fríe y se acompaña con una buena taza de café. La señora patasca y el señor frito de puerco son las delicias de la estación del domingo y anticipo del almuerzo. La patasca debe su sabor al cuero blando del chancho. El frito requiere aderezo y vinagre, tamal, camote y plátano maduro sancochado. El gusto y el regusto se concentran en la combinación de sabores y el café pasado caliente. El café tostado y molido es parte de este rito tan piurano de nuestras abuelas. Esplendido café aromático para animar la conversa y comentar las noticias del día.
Piura en tiempos de pascua nunca empelotó al panetón navideño. Nuestras abuelas preparaban para acompañar al pavo hornado un enorme y delicioso pastel de fuente, aromado de canela y cubierto de grajeas. El pastel es reposado y gentil, combina con el pavo. Con una taza de chocolate batido es una bendición. Para los mayores, vinos y piscos para la ocasión. Durante los días de pascua no faltan los “miaditos del niño” para brindar con los visitantes y amigos. La adoración del Niño Jesús fue siempre el inicio de esta tradición cristiana y piurana. No falten en nuestros hogares las matas de maíz y trigo que los churres siembran en latas para embellecer los nacimientos. La pascua de navidad es un reencuentro familiar, alegre y bullicioso. En alguna ocasión pasé la Nochebuena con Octavio Zapata, fino en modales en la mesa. Y piurano de manos abiertas y corazón enorme en la esencia.