ERP. La entrevista que hice a los ingenieros agrónomos Mely Berrú y Eduardo Najar, esposos para más señas, en el distrito de Tambogrande, Piura, ha llamado mucho la atención de la audiencia que me sigue mediante el canal de televisión por ‘streaming’ L4S. Les cuento rápidamente la historia: familia descubre que podría hacer negocio elaborando compost, lo lanzan y logran en menos de medio año tener su primer cliente corporativo.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
No estoy hablando de una gran planta de abonos naturales –el compost es, básicamente, materia vegetal descompuesta—sino de un lote familiar en el caserío de Tejedores Bajo, donde se organizó todo el emprendimiento pero con el valor agregado que se trata de un insumo biológicamente mejorado (tienen que ver el episodio para enterarse cómo lo hicieron), que le ha permitido ganarse un cliente dedicado a la agroexportación.
Uno de los extractos que Mely mencionó en la entrevista y que ha llamado la atención de algunos usuarios es la que ella cita de uno de sus maestros: “el dinero está tirado en el suelo”. En la entrevista, la ingeniera agrónoma reconoce que no entendía qué es lo que ese maestro quiso decir hasta que se lanzó a emprender… y realmente en Piura, el dinero está tiradazo en el suelo.
Esta semana está previsto estrenarse otro episodio que he grabado en la zona rural, pero esta vez en el callejón de Miraflores, aquí en el distrito de Salitral, justo enfrente del área metropolitana de Sullana. Un conocido empresario y emprendedor local, Julio Óscar Gallegos, ha conducido el desarrollo de un sistema informático que optimiza la gestión de la bananocultura’, acaso la principal agroexportación del valle del Chira.
Pero la historia no solo se trata de cómo digerir mejor y rentabilizar adecuadamente la producción de banano para mercados internacionales, sino de cómo Gallegos, popularmente conocido como Peluso, logró que una prestigiosa universidad inglesa lo haya incorporado a su programa de mentoría en negocios. Por su linda cara (¿?) no fue, les adelanto, y tendrían que ver el episodio para saber cómo hizo la magia.
Tras analizar los testimonios de Berrú, Najar y Gallegos, todas desde experiencias de vida y profesionales totalmente diferentes, las palabras que saltan a mi cabeza como aspectos o ‘insights’ que les están permitiendo lanzar o mejorar sus emprendimientos son profesionalización y tecnificación.
Profesionalizar algo no solo consiste en acceder a una carrera donde te ordenen todo el conocimiento, o te atiborren de él (como se piensa equivocadamente), sino que lo vayas poniendo en práctica sobre terreno real para ver en qué te va muy bien y qué tienes que repetir para corregir. Golpe avisa, ¿no? Tecnificar, por su parte, es cómo implementar las herramientas que la ciencia te da para automatizar procesos, ahorrar tiempo, tomar decisiones más acertadas (casi al segundo) y tener la capacidad de pronosticar escenarios que te permitan actuar para ganar.
Pero, ¿cuánta gente imprime estos dos temitas a sus emprendimientos, especialmente si se desarrollan en entorno rural? La oferta educativa que tiende a profesionalizar y tecnificar la vida en el campo está incrementándose de a pocos, aunque no con los costos lo suficientemente accesibles para todos debido a la ausencia de buena competencia.
Pon varias opciones en el mismo mercado con atractivas ventajas comparativas, y lo ideal es que los costos bajen aunque eso no necesariamente signifique que la calidad se incremente o decaiga; más bien, se mantendría en un estándar.
El asunto es que está siendo aprovechada por profesionales con carreras especializadas en, o afines al, campo, que han entendido la importancia de actualizarse, precisamente, para no perder ventajas competitivas, si las hubiera; pero el productor o propietario de la tierra aún no terminan de entender cuán importantes son estos dos aspectos, no importa si los aprovecha de manera directa y activa, o indirecta y por impacto. Como me dijo alguien, quizás porque aún existe resistencia al cambio y se piensa que el modelo de negocios para el campo es el mismo que hace dos siglos… y eso no es así.
Por ejemplo, el ‘boom’ de hace tres décadas ha sido la asociatividad. No ha dejado de serlo, pero la asociatividad por la asociatividad ya se ha quedado muy corta para lo que los consumidores a nivel global están demandando en estos tiempos, el llamado mercadeo de experiencias, en el que no basta vender un producto sino añadirle tanto valor que al primer mordisco, más que un buen sabor, exista todo un conjunto de emociones positivas que lo enganchen a seguirlo consumiendo y recomendar su consumo a las demás personas, ya sea por consejo directo o por las redes sociales.
Y aquí viene el tema de la tecnificación, que no solo consiste en comprarse un super celular inteligente sino en dotarlo con toda la arquitectura de aplicativos que saquen el jugo a tu modelo de negocio sin complicarte tanto la vida; pero, además, que la gestión de operaciones en el campo vayan migrando a todo el entorno en la nube o in-cloud donde están los ‘veros capos’ del asunto. Ahí también tenemos que estar como valles agropecuarios compitiendo de igual a igual con otros oferentes y conquistando nuevos mercados.
¿El productor o el dueño de la tierra es consciente de este detalle o ‘insight’ cuando siembra, cosecha o vende? Si no lo está tomando en cuenta, debería. Y por ejemplo, ahí es donde la asociatividad juega un rol clave en el proceso de profesionalizar y tecnificar el modelo de negocio, permitiendo que todo el conocimiento que podría ser todavía oneroso para mucha gente, se transforme en actitudes que permitan liderar un mercado. Claro que, para ello, hay que invertir más en investigación y desarrollo, el cincuentón I+D.
El problema es que algunas dirigencias y gerencias, en lugar de fomentar estructuras horizontales y circulares, se han esforzado en generar una especie de microburocracias sindicales en las que la cúpula se termina beneficiando. Esto no es un vicio del modelo asociativo, por si acaso, sino un vicio personal de quienes quieren sacar una gran tajada a costa del resto. ¿Resultado? Problemas de gestión, decepción, desintegración, bancarrota.
No solo el valle del Chira, pero todos los valles piuranos, tanto de costa como de sierra, tienen unos potenciales que ya los quisieran en otras partes del Perú o del mundo comenzando por el relieve, el tipo de suelo y el clima. ¡Deberíamos ser toda una fuerza no solo en términos de productividad sino de competitividad! No lo somos. Podríamos serlo.
No va a depender de un gobierno que termine comprándole hasta los alfileres al productor sino de una comunidad de productores y propietarios que miren al negocio como negocio y lo saquen adelante al margen de los gobiernos,e incluso marcándole la agenda a los gobiernos.
Claro que esto a los políticos les suena de terror pues en nuestros países más que servir al bien común terminan acumulando para su propio bien, y al diablo el resto. Porque, digo, un futbolista profesional no mete goles porque su entrenador le mueve las piernas en pleno partido; le da indicaciones y él solito mueve su balón. Y si mete gol, será su mérito. Lo mismo pasa con el sistema productivo.
Esto no dice la política a los productores y propietarios de la tierra. Lo que más bien está haciendo es prometerle un mundo en la que la ley del mínimo esfuerzo consigue prosperidad, y esto es mentira. Se requiere trabajo duro, mucho ensayo y error, mucha mentalidad positiva, demasiada resiliencia, toneladas de iniciativa. ¿O cómo creen que los grandes llegaron a ser grandes? Ahí la tenemos de tarea. Y por cierto, revisen el programa que les comentaba: https://fb.watch/v/M8bklGiv/
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