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Dom, Nov

Entre amores, bondades y la naturaleza

Miguel Arturo Seminario Ojeda
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ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. Cuando el corazón ordena, nada le puede hacer cambiar de rumbo a la voluntad de los enamorados, ni las señales del cerebro, ni cualquier otra predisposición ni ley. Así es la vida suelen decir los mayores, la vida es una canción repiten, y así es señor, se escucha asentir a los demás. Sobre historias de amor, las hemos leído de todos los tiempos, Ollantay, en nuestro caso, Otelo, en el viejo mundo, y no hay rincón del globo terráqueo, donde no se haya escuchado sobre quereres imperecederos, que a veces trascienden la experiencia de los enamorados, para quedarse para siempre en la memoria familiar, a veces en la memoria de una gran comunidad, y no pocos veces, en la memoria colectiva.

Una canción nunca grabada del compositor Guillermo Riofrío Morales, y que me impactó desde que la escuché, está referida a la transformación del desierto piurano en un paraíso, mencionando como autor principal al general Manuel A. Odría, por ese proyecto de la desviación del río Quiroz y la colonización San Lorenzo, que en la década del 50 del siglo pasado, fue el inicio de la derrota a la sequía que se vive en Piura, cuando las lluvias no bendicen a las tierras que tanto amamos. De este comienzo se guarda abundante documentación en varios archivo limeños, y seguro también en el Archivo Regional de Piura.

La desviación del río Quiroz hacia el río Chipillico o Suipira entusiasmó a miles de piuranos, y seguro, los más viejos recordaron de inmediato los antiguos proyectos, en los que desde la segunda mitad del siglo XIX, ya se proyectaban soluciones a la falta de agua y de riego en el norte peruano; sobre este clamor y sus propuestas de solución, hemos leído abundante material en el Archivo General de la Nación, y en la Sociedad Geográfica de Lima, así como en la Biblioteca Nacional, pues en las memorias de los ministros de turno, se incluyen como anexos, los informes que los ingenieros delegados por el gobierno, presentaban al final de sus comisiones, tras recorrer los campos de Piura.

El gobierno encargó a la compañía Morrison los trabajos de la desviación y la bocatoma del Quiroz; Samba y Cullqui fueron los nombres de dos lugares que empezaron a aparecer en los diarios locales y regionales, era la novedad del proyecto la que sacó a estos lugares del anonimato, y las enorme máquinas que se utilizaron, pasaron por Sullana, y Piura en algunos casos, antes de llegar a su destino final.

Richard Clapp fue uno de los ingenieros contratados por la Morrison, y estuvo entre el equipo de especialistas que trabajaron en la desviación del Quiroz, ese río que en jurisdicción suyeña crecía tanto, que los ribereños tomaban sus alertas, sobre todo, cuando con sus conocimientos empíricos, sabían que llegarían aguaceros fuertes, muy fuertes, equivalentes a lo que ahora se populariza como fenómeno El Niño. Clapp además de ser un excelente profesional, tenía una formación humanística que se relacionaba con una muestra de sensibilidad, se recreaba con el sol suyeño, y con las variantes de la peculiar geografía de Suyo. Al comienzo se expresaba con un castellano entrecortado, variando incluso con pronombres y verbos alterados, omitiendo acusativos o incluso dativos, y suprimiendo gerundios, que pese a todo, lo hacían comunicarse perfectamente con los suyeños, que desde entonces lo conocieron como míster Clapp.

Vivía en Suyo Antonio Ojeda Campoverde, un reposado ganadero y agricultor, cuya vivienda estaba a escasos metros de la plaza de armas, y cada día, desde una perezosa, en la que contemplaba el horizonte, recordaba caballerosamente a sus antepasados, dueños de la hacienda, que cedieron el terreno para el trazo del pueblo, como hasta hoy lo recuerdan los suyeños, al darle a una calle, el nombre de Félix Ojeda, para que todas las generaciones que se afinquen en ese espacio, recuerden que un hacendado progresista se desprendió de parte de sus tierras para que el pueblo de Suyo fuera una realidad. La hacienda de Suyo fue desde fines del siglo XVII de la familia Ojeda, como se puede constatar en la remensura de tierras de 1714, cuando se ratificó a los dueños de tierras en sus reales propiedades en todo el corregimiento de Piura, tras la revisita que hiciera ese año, el visitador Ramírez de Baquedano, consolidándose en todo Piura, la propiedad de tierras, tal como acreditaban sus dueños.

Josefa Morales Celi, la esposa de Antonio Ojeda Campoverde, también era de fuertes raíces suyeñas con entroncamientos y vínculos de sangre con el sur ecuatoriano, lo que refleja movimientos constantes de familias de un lado a otro de la frontera, como si esta no existiera en esos apartados rincones de la patria, porque más puede lo cultural que lo enteramente político y jurisdiccional. El matrimonio tuvo 7 hijos, 6 varones, y solo la última fue la esperada mujercita, Rosa Elisa, quien después de tanto tiempo alegró el hogar de la tía “Pepita”, como cariñosamente se conocía a su mamá.

Fue la simpatía de Rosita la que atrajo a Richard Clapp, simpatía y delicadeza que se expresaba en los modales refinados que aprendió de sus mayores, a lo que se sumaba una sensibilidad poco usual con relación a la naturaleza que la rodeaba, en momentos aromados de los mejores recuerdos familiares y amicales, cuando cada tarde llegaban los amigos y parientes paternos y maternos para jugar rocambort, desaparecido juego, cuya mesa especial yo conocí cuando visité a mis tíos en el acogedor pueblo de suyo.

Richard Clapp descubrió a su joya, bajando una tarde desde Paimas al Quiroz, sus neuronas grabaron la imagen de Rosita y no pudo apartársela desde entonces, la tenía en su mente cada día, cuando en medio de su trabajo tenía que pensar en el Quiroz, o al mirar los planos y entablar conversaciones especializadas. Rosita no tardó mucho en corresponder a los requerimientos del estadounidense, frente al recelo de su mamá y al rechazo de don Antonio que no estaba dispuesto a que su única hija fuese a parar alguna vez a los Estados Unidos; su Rosita era la flor más bella del jardín suyeño, y difícilmente la entregaría en matrimonio a un desconocido.

A escasos metros de su casa, vivía su hermano José, quien en amistad correspondida con Richard Clapp, aprobó los amores de su hermana, su casa fue testigo de los arrumacos de la pareja, que casi siempre buscaban escapar de la inquisidora mirada del tío Antonio, que no estaba dispuesto a permitir que su hija salga del país. Cuando el papá de Rosita se acercaba, la encargada de dar la voz de alarma era Zoilita, su sobrina querida, que ya sabía que con un “señazo” debía alertar sobre la presencia de su abuelo, gozando indudablemente de la gratificación de Richard Clapp, que la engreía regalándole exquisitos chocolates estadounidenses e ingleses, que duplicaban la voluntad de Zoilita, al punto de convertirla en una extraordinaria vigía.

Una tarde, entretenida con el juego de escondidas, más pudo su entretenimiento con Rosa Herminia Juárez, que Zoilita no atendió a su guardia, su torreón quedó al descubierto, y como todas las niñas de su edad, se divertía a más no poder, corriendo de una esquina a otra, jugando a “la chepa” y a la “cebollita”. No se imaginó Zoilita, que ese día mi tío Antonio regresaría más temprano que nunca de la visita a su fundo, y cuando quiso estallar en sonidos de alarma previniendo a la pareja de la cercanía de su abuelo, ya los tórtolos fueron sorprendidos en plenos arrumacos, frente a la mirada severísima del padre de Rosita. El tío Antonio no dijo nada, pero la mirada fue suficiente para que Rosita volviera de inmediato a su casa, y Richard Clapp regresara a Paimas a los pocos minutos, mientras recriminaba a Zoilita, diciéndole a viva voz: NO MAS CHOCOLATE¡ NO MÁS CHOCOLATE¡ Y así fue, cuando Zoilita volvió a comer esos chocolates, fue en un viaje que hizo a los Estados Unidos, muchos años después.

Han pasado más 60 años de esa ilusión, el desierto empezó a convertirse en un paraíso, el norteamericano regresó a los Estados Unidos, Rosita se casó en Lima, y después de viuda regresó a vivir a Suyo, a la tierra que jamás dejó de ser suya, porque la lleva en la sangre, la tiene en el alma, como si reviviendo esa escena final de la película “Lo que el viento se llevó”, la tierra fuera suya, como “Tara”, la tierra especial de la película considerada como la mejor de todos los tiempos, para ella, Tara es como Suyo, espacio en el que vive muy feliz siempre rodeada de familiares y amigos que la tienen como una verdadera matrona de Suyo.

Miguel Arturo Seminario Ojeda/Presidente honorario de la Asociación Cultural Tallán.

 

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