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Mié, Nov

Por qué toda la gente importa tanto como tú

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. El 28 de junio pasado se recordó el Día del Orgullo, una conmemoración que busca reivindicar el respeto a la comunidad homosexual, bisexual, transgénero, intersexual y todas las combinaciones que resulten o no resulten. No, no me estoy burlando; pero de hecho, dentro de ese mismo colectivo basta con que tu gusto o tu color cambien medio tono y también eres objeto de discriminación, y es algo que aún no se enmienda.

Mientras tanto, la semana pasada alguien me invitó a pertenecer a un grupo de Facebook llamado RPP Noticias. Revisando el contenido, me di cuenta que había publicaciones de cualquier sitio web (muchos de dudosa credibilidad), pero ninguno de la radioemisora. Se lo pregunté a una colega que allí trabaja y me dijo que el grupo es apócrifo.

¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? El 28 de junio, el ministro de Salud, Víctor Zamora, declaró a los medios que en aras al Día del Orgullo soñaba que el Perú se convirtiese en un país más inclusivo; incluso saludó al personal bajo su rectoría que pertenece a la comunidad LGTTTBIQ. Y es una opinión que se suma a la de cientos de especialistas en salud pública en Perú y millones en el mundo quienes ven el asunto con enfoque científico.

Un gran logro para el colectivo homosexual, bisexual y demás es que nuestro sistema público de salud le garantiza un trato digno e igualitario como el de cualquier ciudadano o ciudadana, incluso si no fuese de nacionalidad peruana; así que la declaración de Zamora a los medios fue, a mi juicio, pertinente.

Pero, a una dama que integra el grupo apócrifo que les comentaba arriba, tal declaración no le pareció. ¿Cómo es posible que el ministro se preocupase de este colectivo y no de las víctimas por coronavirus?, decía (la estoy parafraseando). Bueno, es su opinión… homofóbica por donde se la vea, pero es su opinión, y ésa es la base de la democracia: si no me parece, lo digo, y si lo digo con respeto, se te respeta. Chévere ahí.

El asunto radica en que cuando sirves a algo más allá de tu casa o tu grupo de amigos y amigas, y tus decisiones repercuten a nivel de comunidades, tu visión personal se diluye a la hora de tomarlas. Tus gustos y necesidades pasan a cuarto plano y lo que prima es el bien común. Todas las personas que dirigen un grupo humano, desde una empresa hasta un país, más si es un organismo internacional, siempre deben tener esta premisa en claro: se incluye a todo el mundo porque todo el mundo importa, y donde las diferencias suman en lugar de restar.

Ésa es la lectura política que cierta gente aún le cuesta hacer en pleno siglo XXI… y ésa es la gente que sufre más a la hora de adaptarse a cualquier nueva circunstancia, no porque tenga que “ser como ellos o ellas”, sino porque el mundo no es cuadriculado como piensan. Así de simple y cruel.

Por ejemplo, en lo personal a mí no me gustan los grupos religiosos extremistas de ningún tipo. Me parece que la religión que adoptes para darle a tu vida un sentido trascendental es una decisión absolutamente tuya sobre la que nadie más tiene derecho a juzgar, ni siquiera tu papá o tu mamá (incluso si eres menor de edad) por el simple y cruel hecho de que la forma cómo asumas la sobrenaturalidad o la metafísica de la vida está influida por cómo nuestra cultura ha impactado en tu psicología, y ese impacto en ti no es igual al impacto que tiene en mí; menos al impacto que tiene sobre la persona más próxima.

Cuando el diálogo entre creencias se desarrolla con naturalidad y respeto, incluso puedes aceptar de muy buena gana los aportes positivos que cada una tenga sin renunciar a aquello en lo que crees porque realmente nutren tu vida y te permiten evolucionar.

Por ejemplo, la filosofía del amor por el puro gusto de amar en el catolicismo a secas me parece una extraordinaria filosofía de vida que, si la practicásemos, créanme que las fanpages y grupos donde priman los chismes e insultos de todo calibre se declararían en bancarrota a la media hora de haberse abierto.

También me gusta cómo varios cristianos evangélicos eliminaron cierta burocracia celestial y plantearon un diálogo frente a frente con Dios donde no tengas que comunicarte con una forma rígida y aprendida de memoria. ¿O es que tú te diriges a tu papá diciendo: “Mediante la presente, tengo a bien comunicarme contigo para saludarte y exponerte lo siguiente… dos puntos y aparte”? Bueno, si eso pasa, ya es tu rollo.

Igual me gusta la manera cómo el hinduismo dualiza nuestras buenas y malas acciones: las buenas atraen buenas consecuencias, que ellos llaman “darma” (lindo nombre para niña, por cierto), y las malas atraen malas consecuencias, que ellos llaman “karma” (sí, ése es el karma).

La premisa podría enunciarse así: quien me acoja, me acoge de ese modo, lo mismo que a quien yo acojo, lo acojo con su forma de ver la vida, ¡y chévere! Pero cuando tu visión sobre lo natural, lo metafísico, lo trascendental comienza a juzgar e invadir sin autorización los espacios del resto al punto de convertirse en una imposición antes que en un aporte, estamos en muy serios problemas.

Revirtamos los papeles y supongamos que yo trato de imponerte mi forma de ver las cosas, ¿te gustaría? ¡Claro que no, y estás en tu derecho rechazarlo! ¿Por qué? Porque el respeto que yo te exijo para conmigo es exactamente el mismo que tú me exiges para contigo. Se llama reciprocidad, empatía, ponernos uno en los zapatos del otro… incluso si tus zapatos son más pequeños o más grandes que los míos.

Y lo mismo pasa en la política. Uno de los eternos debates entre quienes toman decisiones (léase congresistas) es cuál es el modelo económico adecuado para nuestro país. La Constitución de 1993 dice que es la economía de libre mercado, lo que se interpreta como que quien quiera generar riqueza tiene su talento como único recurso para lograrlo y competir en medio de otros tantos talentos ofreciendo lo mismo o algo complementario. Gana el o la mejor siempre que sea legal, y la teoría dice que finalmente el consumidor se beneficia al tener opciones.

A la izquierda no le gusta este modelo porque implica que el gobierno no tiene facultades para controlar el mercado mediante subsidios que lo abaraten todo y permitan que todo el mundo acceda a los productos o servicios; pero al otro lado, en el llamado neoliberalismo, hay una actitud hipócrita que consiste en que las corporaciones piden la liberación de los mercados en la medida en que sus negocios estén protegidos por ese gobierno. Dicho en resumen, en ambos extremos, no hay libre competencia, muchas veces no hay opciones para el consumidor, y éste termina perjudicándose por desabastecimiento o por crearle una burbuja que lo termina descapitalizando.

Yo creo que el libre mercado le ha permitido al Perú crecer económicamente, pero la izquierda me diría que solo hubo crecimiento macroeconómico, no microeconómico, por lo tanto el libre mercado es excremento. Yo les diría como contraargumento que no es tan cierto porque están usando el mismo razonamiento de la Reforma Agraria: démosle las tierras a los que las trabajan. Sí, suena chévere, pero se olvidaron de un detalle clave como es educar a los nuevos administradores para que sean competitivos.

Lo que no dice la izquierda es que los procesos de nacionalización y la subsidiariedad a ultranza no buscan generar un modelo sostenible, sino sobornar a la gente para que viva casi rascándose la panza. ¿Total? El gobierno va a limpiarles hasta el… sudor de la frente.

Lo mismo al otro lado: al inyectarle a la gente la idea de que el consumismo por el consumismo moverá la economía sin enseñarle a discernir qué es lo necesario de lo accesorio, la estamos empobreciendo intelectual y monetariamente. Por eso es que mucha sacaba tarjetas de crédito en Piura como quien compra tofis, y cuando llegaba a fin de mes resulta que hasta tu perro estaba hipotecado.

Cuál es mi punto en todo esto. Simple. Que cuando las cosas no se hacen con visión de bien común sino con visión de ideología (la que sea), o de grupo de poder (el que sea), lo que terminamos es corrompiendo la democracia y aprovechándonos de su buena onda para beneficiar a una cúpula a costa del resto.
Cuando quieres imponerme tu modelo económico por encima del que me está funcionando a mí y beneficia a mi familia, estamos cayendo en el mismo escenario de quien quiere imponerme sus creencias religiosas. Igualito. Y así cuando quieres imponer un color, un tipo de música, un nombre, un destino. Si no sirve al bien común, puede que te sirva a ti, pero no le sirve a todos y todas. Y esa palabrita de cinco letras debería ser el enfoque.

Entonces, el respeto mutuo es la base de la democracia, y la democracia es el sistema no solo de gobierno pero de vida en el que nuestra cultura se desarrolla… a Dios gracias, así que, cuando comienzas a escalar en el rango de tu toma de decisiones y éste cubre más público, el yo desaparece, el nosotros también (eso incluye el partido político, la cuadra del barrio, el club social, etc.), y tu visión pasa a ser la de todos y todas porque trabajas para todos y todas.

Por lo tanto, cuando le pedimos a un tomador de decisiones que obvie a un grupo social de su visión es como si a ti te pidiera que me sigas pero que te cortes la nariz. ¡Claro! Es un despropósito porque la nariz te es útil. Igualito ese grupo humano al que desprecias es tan útil como tú o el grupo humano en el que crees sentirte bajo acogida.

En conclusión, no critiques a ese tomador de decisión por incluir; preocúpate si se excluye a alguien. Cuando eso pasa, entonces las cosas pierden equilibrio, el resentimiento es la norma, todo se dividirá entre privilegiados y no privilegiados. Y no hablo de quién tiene más dinero; hablo de quién tiene más atención. Pensemos con visión de todos y todas, ampliemos nuestra mirada. Es horrible cuando alguien te deja de lado: no hagas a otros lo que no quieras que hagan contigo.

[Opina en mi cuenta de Twitter @nelsonsullana usando el hashtag #columnaNelson]

 

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