Por: Nelson Peñaherrera Castillo. La gestión del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables cuando todavía estaba al mando de la congresista Ana María Choquehuanca firmó un convenio con la Asociación de Autores y Compositores del Perú (Apdayc) para que la música que consumimos no induzca a la violencia de género, y no creo que lo hubiera planteado por moda. No nos hagamos inocentes.
Según el Ministerio, 41% de esa música que consumimos a diario es cumbia, y si uno mete oído a las letras en tono crítico notará que todas exaltan la melancolía, el revanchismo, el bajo autoestima, una visión facilista y condicional de las relaciones de pareja, y la aceptación de la violencia como respuesta lógica a los conflictos que dentro de ella se producen.
Justo estuve en una fiesta hace más de una semana, y todas, absolutamente todas las cumbias tenían el desamor, el engaño y hasta el suicidio como temas implícitos y explícitos. ¿Qué diablos pasaba por la cabeza de quien escribió toda esa sarta de loas tanáticas? ¿Limpieza étnica sin armas?
Y se escribe, se canta, se repite, se baila, y se pone a todo volumen, como el vecino que vive casi al frente de mi casa, quien en una evidente muestra de algún trastorno antisocial, decide cuando le da la gana poner su equipo de sonido a todo volumen y con los bajos exacervados al punto que hace vibrar paredes, ventanas, y saca de quicio a cualquiera.... cualquiera con una salud mental más o menos equilibrada, quiero decir.
Y agárrate con la selección musical. O quiere darnos a decibelio pelado una muestra de estatus social, o quiere manejar su frustración con participación vecinal, o simplemente tiene tanto asco de sí mismo que lo proyecta en una suerte de manifiesto estridente. Cualquiera sea el escenario, demuestra una conducta violenta mal disimulada por cierto amor a un arte, un arte que hace daño. Y éso que no mencioné los portazos que suele dar. Total, vive en casa alquilada y cuando acabe el contrato que el casero se encargue de las averías.
Y como mal de muchos es consuelo de tontos, no es el único caso. Paseémonos por Sullana y contemos cuánta gente con un asco por el vecindario le mete todo el volumen a sus equipos de sonido; luego hagámosle un estudio psicológico. Sospecho que encontraremos sorpresas. Apuesto.
Y éso que no hablé de mi otro vecino donde varias mujeres se reúnen para poner en el karaoke, a volumen como para que trascienda paredes, todas esas de Corazón Serrano que, a mi juicio, predispusieron la muerte de su vocalista emblemática.
Sí, la música no es otra cosa que una canalización ccreativa -por éso es arte- del estado de nuestra psique. Ojo que no soy psicólogo sino comunicador social, y como tal sé el poder que melodías, acordes y armonías tienen para crear situaciones físicas y mentales que pueden curarte o pueden tener el efecto contrario. Digo, por algo existe una categoría peleada en los Premios de la Academia a Mejor Banda Sonora, porque lo que escuchamos es una suerte de otro personaje con efectos psicosomáticos sorprendentes.
Y como profesional del mensaje, sé cuál es el poder que tiene la música para inducir o cambiar conductas. Por éso la usamos en publicidad, porque sabemos que la tonadita del comercial, si se sabe seleccionar en base al segmento objetivo de mercado, puede lograr que nuestro producto o servicio sea identificado, preferido y consumido.
Sí, podemos manipular mentes mediante la música; incluso lavar cerebros, como sospecho que está pasando con la cumbia y el reggaetón, así se molesten gerentes y programadores de las radios que difunden ambos géneros.
Y en realidad podemos manipular con toda la música en general, ésa que solemos poner como fondo o como contenido central de toda nuestra vida, sea en el radio o en el reproductor personal. Dime qué escuchas y te diré cuál es tu estado mental. Tampoco hay que ser muy experto al respecto.
Por cierto, hay una interesante serie documental en National Geographic donde justo analizan si acaso cierta música que marcó nuestras vidas fue deliberadamente usada para inducir cambios políticos y sociales. Sigamos.
Como escribí hace cuatro años aquí, me reafirmo que cuando el mensaje de la música tiende a destacar lo peor de las patologías humanas, y se repite como oración de misa hasta el cansancio, termina retroalimentando la conducta perniciosa que puede conducir, incluso, al suicidio, el homicidio o el femenicidio.
Es más: desafío nueva y abiertamente a todas las escuelas de Psicología locales y nacionales que hagan estudios a conciencia sobre la relación entre música y conductas violentas, y les apuesto que hallarán resultados de terror.
Ya les había contado de mi vecino que nos tortura con su música a alto volumen (salvo que tenga dificultades auditivas, y ahí le podríamos hacer chanchita para regalarle su par de audífonos); pero mis vecinos de atrás se pelean entre todos -sin distinguir si son mayores o menores- un día sí y otro también, y su música favorita es esa cumbia que te hace pedir dos chelas más una y otra vez.
Aunque para ser bien objetivo, curiosamente el varón adulto parece ser el único resiliente.
En el otro lado, cuando la música tiene poderes terapéuticos, realmente sana. En una Navidad le regalé a uno de mis amigos un disco con las mejores canciones de Enya, y ahora resulta que, cada vez que se estresa, lo pone y se siente más sosegado, al punto que de buscar compulsivamente la bulla para sentirse tranquilo, ahora huye de la estridencia y se relaja con sonidos creados por la Naturaleza. Incluso ha convertido una de las piezas de su casa en un abigarrado jardín botánico donde todos los días tiene concierto gratis de trinos polifónicos.
Creo que debería regalarle un par de chirocas, ¿no?
Incluso yo, a diferencia de otros 'fitness freaks' que necesitan poner la banda sonora de Rocky para alucinar que pueden construir músculo en tiempo récord, dejo que mi celular elija en aleatorio entre new age, pop y country, y entreno sin obsesión (considerando que soy obsesivo compulsivo); luego mi cuarto de hora de meditación en silencio total -bueno, acompañado de mi perro y uno que otro pajarillo sobre mi techo- y listo.
en resumidas cuentas, y tras hacerte partícipe de mi catarsis, me parece que el convenio del Ministerio de la Mujer con la Apdayc ha sido una de las mejores, supremas, grandiosas ideas que se pudo ocurrir a nuestras autoridades. La apoyo por completo.
Pero, para que haga el efecto deseado, habrá que re-educarnos en la música que tenemos que seleccionar, privilegiando la que nos sane física, mental y espiritualmente, la que nos integre en todos los sentidos, la que nos tranquilice, y rechazando conscientemente el resto.
El siguiente paso será sentar a las compañías cerveceras de este país y conminarlas a dejar de promover los conciertos de esa música que termina exaltando la violencia en todos sus tipos -ojo con el reggaetón, que me parece más pernicioso que la cumbia-, de lo contrario podrían tener algún tipo de presión fiscal, igual que con los cigarros que se rehúsan advertir a sus consumidores sobre el riesgo de cáncer al pulmón o la impotencia sexual.
Sin embargo, ¿para qué esperar que el gobierno tome al toro por las astas? Identifica qué música te hace daño y entiérrala, bórrala, descártala, olvídala. Que tu indiferencia convenza al compositor que eso ya no vende, que ahora lo 'cool', lo 'in', la tendencia es la música que sana, que cura, que acaricia, que nos hace ser mejores cada día.
Usemos inteligentemente nuestro poder como consumidores y consumidoras.
(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @NelsonSullana)