Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Hay mucho entusiasmo en la comunidad político-partidaria tras la asunción del presidente Martín Vizcarra. Perdonarán mi bajo nivel de optimismo, pero me parece que es la típica luna de miel de las primeras semanas o los primeros meses; aunque, pensando maliciosamente, también podría ser una estrategia para conseguir algún rédito político (léase nombramiento en algún ministerio o similar).
Pero claro que en el escenario romántico más conservador, por fin tenemos una semana distendida luego de varias en que veías un o una congresista, y te provocaba bañarle en arena. ¿Cuánto durará? La verdad es que si fuésemos una ciudadanía más participativa, dependería de la propia ciudadanía y no de los caprichos de nuestros y nuestras representantes.
Y no hablo de tomar el poder por la fuerza. Nada de éso. Hablo de tomar el poder activamente dando ideas, cuestionando las existentes, fiscalizando el uso de los recursos, felicitando o censurando públicamente según corresponda, interviniendo inteligente y estratégicamente con enfoque de bien común.
Sí éso implica educarnos cívicamente, pero nunca es tarde para comenzar a hacerlo.
El caso es que se respira más oxígeno, en términos político-partidarios, solo superado por las dos victorias consecutivas de la Selección Peruana de Fútbol en partidos amistosos oficiales internacionales. Como que nuestro Himno Nacional sigue exorcizando al peor de los demonios sociales: la desintegración.
Y, aunque no lo parezca, nuestro presidente, nuestra vicepresidenta, nuestros y nuestras congresistas, nuestras autoridades en general sí lo saben. Lo saben perfectamente. Solo que mientras la ciudadanía no se enarbole como energía de control, ellos y ellas van a desplegar todas sus armas ególatras no por servicio al bien común (aunque hipócritamente lo digan) sino porque les interesa reelegirse, y para éso acuden a la forma más tonta y torpe de hacer titulares: quien pega más fuerte y causa más dolor, será quien tenga más importancia.
Y saben que ya nos llegó a la coronilla verles convertir nuestros edificios públicos en chismocentros callejoneros de mala muerte, y saben que ya se la tenemos jurada (de otra forma no se explica cómo la corriente "cierren el Congreso" está ganando más fanaticada de lo esperado), y saben que cobrar su próxima quincena está en manos de la ciudadanía, o sea, de ti y de mí.
Traducción: la torpeza política de nuestros y nuestras representantes puso el mango del sartén en nuestras manos. El problema es que los ciudadanos y las ciudadanas todavía no nos animamos a ponernos el guante, agarrarlo y zamaquearlo a nuestro gusto. Sin mucha sal ni condimentos, que no son saludables por si acaso.
¿Cuándo pretenderemos hacerlo?
Pensemos en ésto: las vidas de esa gente duran cinco o cuatro años, se termina su periodo (si no llegan a reelegirse), cierran la puerta y viven felices. Nosotros y nosotras no. Nosotros y nosotras no duramos cuatro o cinco años, sino que la luchamos toda una vida. No podemos darnos el lujo de cerrar la puerta y vivir felices sin más nada que hacer. Esa es la gran diferencia, y ésa es la razón por la que tenemos que hacernos a la idea que el poder está en la ciudadanía, no en quienes elegimos para representarnos.
Lo siento: el paradigma cambió, no por capricho nuestro, sino porque la torpeza de nuestros y nuestras representantes hizo deméritos para que no sigan teniendo el control un minuto más.
No digo que nos sumerjamos en la desconfianza patológica o explotemos sin control en modo anárquico, sino que asumamos un rol más activo, que ocupemos los espacios que tenemos reservados y que continúan vacíos, que se sienta que la ciudadanía realmente tiene ese poder para decir por dónde vamos a caminar y a dónde queremos llegar.
Porque el co-gobierno no es entre ejecutivo y Congreso; es entre ciudadanía y representantes.
Ahora sí: resucitemos, que por nuestros frutos nos conocerán.
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