ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Nuevamente la tierra ha temblado en México, justo 32 años después de que un terremoto de 8,1 de magnitud sacudiera su costa Pacífica y su ciudad capital; el de este martes registró 7,1 de magnitud y se produjo a poco más de 120 km al sur de la urbe más poblada del mundo (más de 20 millones de habitantes).
Como supondrán, en la redacción las miradas se han vuelto hacia mí a raíz de la última columna que escribí sobre cómo los huracanes y los sismos habían logrado fomentar cultura de prevención en otras partes del continente, sin que eso signifique que sean el non-plus-ultra en cuanto al tema.
De hecho, el sismo del martes ha colapsado edificaciones en la Ciudad de México que no llegaron a ajustarse a los códigos de construcción ordenados tras el de 1985.
Aun así gracias a mi columna, hubo gente que me fue compartiendo en privado algunas ideas que estaban implementando en sus barrios, no en Piura pero sí dentro del país.
Una de ellas es el círculo de vida que -a ver si lo recuerdo tan fiel como me lo contó Alfredo por el chat- se trata de una redondela que hicieron en la calle, en un barrio limeño, al que cierto número de vecinos va en caso de temblor. No es el único; hay otros a lo largo de la acera, y cada vecino sabe a cuál debe ir y el resto de los vecinos saben quiénes están dentro de su círculo.
El protocolo es sencillo: si al momento de la emergencia alguno de los vecinos no está en el círculo, o es que no está en el barrio o es que algo malo ha pasado; entonces, tras verificar lo segundo, ya hay vecinos asignados para buscar y rescatar si fuera el caso.
No llegaron a explicarme si eso fue instruida por alguien o nació de la propia creatividad barrial pero, como quiera, ya es un mecanismo de protección de primera línea en caso de desastre que le deja a las autoridades el trabajo más difícil.
Igual, esos reiterados sismos en el mismo lugar en Matucana, Lima, la semana pasada, han sido recordatorio para que muchos vayan a ver cómo andan las mochilas de emergencia, y renovar las vituallas si fuera el caso, además de repasar los procedimientos de evacuación y de reunión.
En medio de una sociedad que se ha mal acostumbrado al clientelismo o al asistencialismo, los mecanismos de autoprotección y protección comunitarios son dignos de destacar porque ésa es la raíz de la Defensa Civil. No es la ayuda, no es la autoridad rescatándome cuando meto la pata (bajo la errada perspectiva de que podía ser omnipresente, omnisapiente y omnieficaz... omnívora en todo caso).
Cuando se llega a tener consciencia plena de que los ejercicios de prevención son necesarios aunque jamás lleguen a utilizarse en una emergencia real, y se transforman en hábitos, entonces habremos dado un paso significativo adelante en cuanto a cultura de prevención.
Todo parte de cuánto amor propio tengamos, creo yo: si tu autoestima está por los suelos, nunca entenderás lo importante que significa saber cómo actuar con asertividad en caso de desastres naturales.
De paso que cuando formamos consciencia preventiva, nos educamos más, sabemos más, no nos dejamos contar cuentos (como ése de que el agua puede levitar desafiando la ley de la gravedad), rebatimos y combatimos psicosociales en cuestión de minutos, y salvamos vidas, que es el núcleo de todo este asunto.
Entonces, tenemos chamba por hacer. La autoridad puede darnos pautas, en todo caso, pero la decisión de salvar nuestras vidas es primariamente nuestra.
Y regresando al hemisferio norte, tras el sismo, tenemos de nuevo a los huracanes. A ver si nuevamente funcionan sus protocolos de emergencia ante la llegada de María, no llena de gracia sino de vientos fortísimos.
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Fotos: El País.