ERP. Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco descansa ya en paz, mostrando en sus exteriores una flor que expresa el significado que le prodigo en la épocas de su vida. Una tumba austera y con la sencillez de solo una frase para identificarlo, el primer día de su eterno descanso, permitió que miles de fieles lleguen a la Basílica de Santa María la Mayor, para seguir de cerca las incidencias de sus días posteriores a su muerte.
En una mesita de mármol, bajo cuadros e iconos, fuera de su piso particular de Santa Marta, había siempre una rosa blanca y fresca. Era el símbolo de su vínculo con «Teresita», Teresa de Lisieux, la santa a la que siempre acudía para pedir gracias y a cuya intercesión confiaba sus dificultades personales y las de los demás.
Y una rosa blanca reposa desde anoche sobre otro mármol, el de la placa de origen ligur con la inscripción Franciscus en la Basílica de Santa María la Mayor bajo la que descansan los restos mortales del Papa Francisco. No es una elección artística, sino de continuidad y devoción.
Esa flor ha acompañado toda la vida de Jorge Mario Bergoglio. Él mismo había hablado de ella en el libro-entrevista El Jesuita, escrito por los periodistas argentinos Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, quienes, al describir la biblioteca del entonces arzobispo de Buenos Aires, observaron un jarrón lleno de rosas blancas en un estante, frente a una foto de la mística carmelita fallecida con sólo 24 años en 1897, canonizada por Pío XI y proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II en 1997.
El Papa que siempre pidió rezar por él, ahora es esencia, ya no es ser material, pero todo lo que hizo en vida, es el testamento viviente de quienes creen fervientemente en el catolicismo como religión y como forma de vida.