ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Parece que conforme avanzamos en estos meses de súbita lluvia, los resultados de la falta de prevención se hacen más y más evidentes, los niveles de desorganización son más claros y nuestra capacidad de respuesta ante el desastre es contundentemente más nula. No es culpa exclusiva de las autoridades -y no trato de disculparlas- sino de todos y todas sin excepción, ya que evitar o mitigar los daños es una tarea compartida.
En efecto, ya hace algunos años se está poniendo en desuso el concepto de 'desastre natural' y tomando fuerza el de 'desastre social', que se refiere al grado de vulnerabilidad que tiene un grupo humano frente a un desastre natural debido a su exposición ante él, sabiéndolo (la mayor parte de veces) o no. Por más cruel que nos parezca, la Naturaleza no es mala ni buena; en todo caso, si nos ponemos en su camino, en algún momento nos sacará de él.
En el nivel de prevención que toca a las autoridades, parece que el único líder de los sistemas de Defensa Civil es el gobernador regional, quien -seamos justos- intenta multiplicarse tanto como puede pero está fuera de sus facultades humanas; sin embargo, tengo la impresión que alcaldes provinciales y distritales le están recargando la chamba, salvo excepciones y salvo que alguien pueda contradecirme con pruebas.
Según el protocolo de Defensa Civil, el alcalde de la circunscripción que sea se pone automáticamente al frente de la misma apenas se produzca una emergencia. Su labor es agilizar (hacer más rápido y menos traumático) todo el proceso de pedido y distribución de recursos.
Pero también el alcalde debería ser el tipo más visionario de una comunidad, capaz de adelantarse a cualquier escenario y plantear las obras que puedan funcionar tanto si la lluvia se ausenta (como se pensaba hasta diciembre pasado), como al revés.
Si un alcalde no tiene en sus memorias de acceso aleatorio como en la de solo-lectura que existe algo llamado cambio climático (al diablo lo que diga el presidente Trump) y que el departamento de Piura es hogar de los extremos climatológicos del norte peruano, si no tiene planes de respuesta preventiva, temprana, inmediata y de rehabilitación, si no lee, si solo se dedica a contar cuánto billete tiene en su cuenta de ahorros, simplemente está quedando demasiado pequeño para el cargo. Dicho en resumen, estorba más que ayuda.
Y al margen de lo que digan partidarios y opositores, tiene que estar al frente de la emergencia no para que Imagen le saque el mejor ángulo, sino para ser la primera persona en servir a su gente cuando nadie tiene claro qué hacer. Si éso implica cargar cosas, arremangarse el pantalón, enlodarse, mojarse y sudar de lo lindo, que lo haga porque para eso se le eligió. Justamente para eso.
En la prevención a nivel vecinal, el protocolo de Defensa Civil instruye que desde la casa hasta el barrio exista todo un sistema de alerta y respuesta bien claro, sencillo, que pueda ser aplicado por la persona más anciana como por el churre más churre. De ese modo, todos y todas compartimos un poquito de la responsabilidad dependiendo de las características del espacio en el que vivimos.
En ese sentido, deberíamos tener claro quién es la persona que encabeza la brigada de nuestra cuadra o manzana, y cómo ésta se conecta con la del sector o el barrio. Si cuando no había emergencia no nos hemos tomado el tiempo para hacer esta elección y si en plena emergencia tampoco nos da la gana hacerlo, no busquemos culpables en el cielo o en alguna oficina gubernamental por algo que estuvo y está en nuestras manos.
Claro que si a pesar de ese nivel de organización, la ineficiencia o la corrupción presentan sus primeros síntomas, habrá que usar todos los conductos legales para corregir el problema y hacer fluida la atención a quienes más lo requieren, no a quienes se hacen los más vivos. A propósito, podemos seguir confiando en la prensa para amplificar nuestra labor fiscalizadora.
En nuestra respuesta personal para prevenir y mitigar la emergencia, el protocolo de Defensa Civil no pide que pongamos cara compungida a ver si nos cae ayuda, sino que nos eduquemos sobre los desastres más frecuentes en nuestra localidad, que los comprendamos en toda su dimensión para saber cómo actuar si llegara a producirse: desde nociones básicas de primeros auxilios hasta revisar las rutas de evacuación, salvar cada una de nuestras vidas dependerá, en primera instancia, de cada uno de nosotros y una de nosotras.
¡Y no esperemos brazo sobre brazo a que nos inviten a la capacitación! en la Internet hay toneladas de sitios web con información de utilidad al respecto comenzando por www.indeci.gob.pe
Claro que si después de haber seguido escrupulosamente todo este proceso las cosas salen mal, la cara compungida puede ser un excelente recurso; pero que sea el último recurso, no el primero, porque, como vemos, hay varios niveles de respuesta en los que tranquilamente podemos involucrarnos sin necesidad de tener un cargo.
Asimismo respuesta ante el desastre no es pedir en redes sociales que la lluvia pare (podría servir, pero la Física siempre nos dice que hay otros factores en juego) o diseminar la angustia, sino saber actuar y enseñar al resto a hacerlo, o hasta mantener la serenidad (a pesar de todo) para que el resto no se desespere y tenga mente lúcida para intervenir.
Tampoco la respuesta ante el desastre significa temeridad y enfrentarlo pensando que mi combi es más fuerte que una corriente de agua de miles de caballos de fuerza, para luego poner en riesgo la vida de decenas de pasajeros.
Todavía nos quedan tres semanas de marzo y algo de abril para seguir recibiendo lluvias fuertes, así que todavía estamos a tiempo de enmendar o mejorar nuestros niveles de respuesta ante la emergencia: informémonos, organicémonos, practiquemos, actuemos y salvemos vidas. Porque, aunque suene a comercial, defensa Civil es tarea de todos, no un nido de choros.
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