ERP. La política peruana ha sufrido un grave deterioro con la irrupción de personajes que, en lugar de aportar al debate democrático, destilan odio e ira en sus expresiones. Tal es el caso de Rafael López Aliaga, quien en un mensaje cargado de violencia expresó: “Cargárselo de una vez...” en referencia al periodista de investigación Gustavo Gorriti. La respuesta no se hizo esperar: el propio Gorriti advirtió que esas frases constituyen una incitación al asesinato y añadió que no espera ninguna acción del Gobierno frente a esta amenaza.
Este es el pronunciamiento de Gustavo Gorriti.
Incitación al asesinato
Aun en naciones en las que la trampa es la regla y la disfunción la norma, el periodismo anhela reportar lo extraordinario. Que un perro muerda a un hombre no titula, pero el hombre que muerde a un perro titula y encabeza. Igual si un puerco vuela; o si emerge de la distopia de George Orwell para gobernar una gran ciudad, mientras trata de hacerlo con una nación.
Palabras de Gustavo Gorriti
¿Es, entonces, noticia que el alcalde de una ciudad capital exhorte a eliminar a un periodista? Supongo que sí.
Alcalde de Lima, Rafael López Aliaga. (Foto: Andina)
Eso es lo que sucedió aquí, en Lima, el martes 9 de septiembre, cuando el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, dijo lo siguiente, en su discurso durante una supuesta inauguración:
“(…) falta únicamente seguir avanzando para que volvamos a tener tribunales militares. A un terruco urbano que es enemigo, que es un objetivo militar, tiene que tener un tribunal militar. Ya estamos en esa fase, si va a un tribunal fiscal gorritiano sale al toque. Estamos mal ahí. Pero digo, vamos poniendo los puntos sobre las íes acá; tribunal militar, ¿cuál es el miedo? ¿a Gorriti? Por favor, hay que cargárselo de una vez al caballero”.
“Cargarse a” alguien puede tener matices de significado en el Perú, pero uno de sus usos más frecuentes es el hamponesco de “matar”, “eliminar” a alguien.
El contexto de lo que hablaba López Aliaga –sobre su supuesto “terrorismo urbano” y su llamado a utilizar tribunales militares para enfrentarlo–, deja muy poco lugar a la duda.
Yo soy la persona a la que López Aliaga exhortó eliminar.
El hecho provocó una inmediata reacción de repulsa de organizaciones periodísticas. Muy pocas horas después, la SIP expresó su “repudio” por esas expresiones, como lo hicieron la ANP e IPYS, entre muchos otros.
A mí no me sorprendió tanto. Desde hace algunos años, López Aliaga ha desarrollado una fijación aparentemente psicótica en mí, en tratar de destruirme con campaña tras campaña de desinformación, de hostigamiento de matones callejeros, en avalanchas acumuladas de mentiras que intentan presentarme como el titiritero que maneja instituciones, que dispone nombramientos, que extorsiona, que dispone encarcelamiento y liberaciones. Que recibe ingentes sumas del tesoro público, coloca a su gente y despide a quienes no lo son.
Ha azuzado campañas de calumnias, de hostigamiento, de descabelladas acusaciones fiscales, de constante y calumnioso descrédito. Las arreció cuando me percibió débil (como cuando luché contra un cáncer agresivo en 2023 y 2024); y fue parte central en la movilización de una de las mayores campañas de desinformación y descrédito que hayan ocurrido en Latinoamérica.
Intentó todo, a todo costo, en el esfuerzo por lograr mi desmoronamiento psicológico y legal, además de la infamación y el descrédito.
No lo logró, para nada.
Ahora, convertido ya en candidato presidencial pese a seguir siendo alcalde, prometió expulsarme de mi país cuando sea presidente. ¿Las leyes? ¿Desde cuándo interesa eso a un fascista?
Tampoco le funcionó.
Esa probable frustración es la que lo lanza a hablar de “terrorismo urbano”, a implicarme en él y a dar el paso siguiente: exhortar a “encargarse” de mí.
Ese llamado al asesinato hecho por el alcalde de Lima, ¿plantea un peligro real?
Por supuesto que sí. Es una exhortación que cualquier otro desequilibrado o cualquier sicario puede interpretar como un contrato abierto de un personaje poderoso y con privilegio de impunidad.
En la mayor parte de los atentados de asesinato en América Latina, el o los sicarios son prontamente identificados. El problema para los investigadores es encontrar al autor intelectual.
En este caso, no sabemos quién o quiénes serían los presuntos sicarios.
Pero sabemos muy bien quién sería el autor intelectual.
¿Habrá alguna acción de las autoridades, alguna investigación sobre algo tan grave como llamar al asesinato de un periodista?
Lo dudo. ¿Va a investigar este gobierno, cuya presidenta preguntó que porqué no me allanaban a mí cuando las autoridades de una fiscalía (que tiene ya los días contados) hicieron allanamientos de gente cercana a ella como parte de sólidas investigaciones por corrupción? ¿Un gobierno en el que Juan José Santiváñez, el ministroll ( investigado, entre otros, por IDL-R) es uno de los dos personajes más poderosos del gobierno y a la vez estrecho aliado de López Aliaga?
No lo harán. Serán, más bien, cómplices de López Aliaga.
¿Qué voy a hacer yo? Trabajar con mayor empeño en el periodismo investigativo, para sacar a luz la verdad de los hechos del miasmático pantanal de mentiras en el que se ha sumido gran parte del discurso político de la nación.
¿Y qué voy a hacer en cuanto al real peligro que representa esa incitación al crimen?
Estar razonablemente alerta. Aprestado y listo para defenderme con energía si se presenta el caso.
Durante mis más de 40 años como periodista, he enfrentado varias veces peligros potencialmente mortales. Lo hice bajo la clara percepción de que era parte del precio de llevar a cabo el periodismo de investigación, imprescindible para lograr una democracia duradera.
Desde mi primera investigación, en febrero de 1982, supe qué estaba en juego y lo acepté conscientemente. Como era lógico, busqué aprender y mejorar las formas de defenderme y defender el periodismo de investigación
A lo largo de los años, algunos intentaron terminar con mi trabajo o conmigo. No les fue bien.
Pero supe y sé que las cosas pueden terminar bien o terminar mal. Si lo segundo ocurriera en estos años de mi vida, sabré que me despido con honor en el servicio de los principios a los que consagré mi vida. Sin otro arrepentimiento que no sea el no haber podido escribir los libros que llevo en el alma pero no en el disco duro.
Pero sé que a nadie le será fácil. Si soy atacado me defenderé con toda la fuerza y la energía que mis viejos pero entendidos huesos sepan convocar.