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Dom, Dic

¿Venezuela como chivo expiatorio? Trump, la fanfarronería y el retorno migrante

Nelson Peñaherrera
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ERP/Por Nelson Peñaherrera Castillo | @nelsonsullana. En Sullana y Piura, cada vez más venezolanos hablan de volver. Algunos dicen que “las cosas están cambiando” en su país. Otros confían en que la presión —o presencia— de Estados Unidos termine por mejorar el panorama. Pero cuando se profundiza la conversación, aparece una razón más concreta y menos épica: el Perú ya no es el mismo de hace diez años. El trabajo informal está saturado, el dinero rinde menos, la inseguridad pesa y el sueño migrante se ha ido desgastando.

Ese contexto obliga a hacerse una pregunta incómoda pero necesaria: ¿está cambiando realmente Venezuela o estamos frente a un reacomodo forzado por el deterioro del país receptor?

Y, más aún, ¿qué papel juega Donald Trump en esta ecuación?

Desde la lógica del “arte de la guerra”, la política de Trump hacia Venezuela parece moverse más en el terreno de la amenaza que en el de la acción decisiva. Declaraciones duras, advertencias reiteradas, gestos de fuerza. Pero sin un desenlace claro. Una periodista venezolana con la que conversé en Ciudad de México lo resumió con una metáfora precisa: el cuento de Pedro y el lobo. Cuando se amenaza demasiadas veces sin que nada ocurra, la advertencia pierde valor. El adversario aprende a convivir con ella.

A esa lectura se suma otra, más cruda: la fanfarronería como método. Un estilo político que no busca tanto resolver el conflicto como dominar la escena. No es una estrategia desconocida en nuestra región. En el Perú, Rafael López Aliaga —quien se declara admirador de Trump— ha hecho de ese registro un rasgo identitario. Mucha retórica de confrontación, resultados discutibles.

Pero el caso estadounidense tiene una variable adicional: los problemas internos del propio Trump.

El cierre de 2025 encuentra al presidente con una popularidad nacional baja, sostenida casi exclusivamente por su base dura, y con un desgaste evidente entre independientes y moderados. A eso se suma el ruido persistente del caso Epstein. No porque exista hoy una acusación directa que lo comprometa penalmente, sino porque la gestión opaca, fragmentada y tardía de la información ha alimentado sospechas, críticas y desgaste político. En Washington, la percepción importa tanto como los hechos.

En ese escenario, Venezuela funciona como un enemigo conveniente. Es un blanco que permite proyectar fuerza, distraer la agenda, movilizar emociones patrióticas y desplazar el foco mediático. No es una conspiración: es una lógica política clásica. Cuando el frente interno se complica, el conflicto externo ordena el relato.

¿Eso significa que Venezuela vaya a cambiar sustancialmente gracias a Trump? No hay evidencia seria que lo indique.

Lo que hoy existe en Venezuela no es una transformación estructural, sino una estabilización autoritaria. Hay más dólares, sí. Hay zonas que funcionan mejor que en los años más duros. Pero no hay Estado de derecho sólido, ni garantías, ni empleo formal suficiente, ni instituciones previsibles. Es un país más “vivible” para quien tiene red familiar, vivienda o ahorros, pero sigue siendo frágil y desigual.

Por eso, el retorno que se empieza a observar desde Piura y Sullana no parece una apuesta optimista por el futuro venezolano, sino una retirada cansada del presente peruano. No es “volver porque todo va a mejorar”, sino “volver porque aquí ya no alcanza”.

Apostar a que Estados Unidos —y menos aún Trump— resolverá los problemas de fondo de Venezuela es una expectativa desmesurada. La historia demuestra que la presión externa suele fortalecer al poder interno, no reformarlo. Y que los intereses geopolíticos rara vez coinciden con las necesidades cotidianas de la población.

Venezuela, hoy, corre el riesgo de ser utilizada más como escenario que como objetivo real de cambio. Un tablero útil para la política doméstica estadounidense. Un chivo expiatorio funcional.

Mientras tanto, quienes deciden volver lo hacen cambiando de riesgo, no eliminándolo. Y esa es quizá la conclusión más honesta: ni Venezuela está saliendo del túnel, ni Trump es el salvador que algunos imaginan. Lo que sí está ocurriendo es un reordenamiento forzado por el desgaste, la precariedad y la pérdida de horizontes claros.

La política, cuando se basa en fanfarronería, puede ganar titulares. Pero rara vez cambia destinos.

Diario El Regional de Piura
 

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