ERP/Miguel Godos Curay. Piura desde tiempos inmemoriales fue tierra de las señoras Capullanas, mujeres con poder político efectivo que gobernaron las vastas extensiones de los hoy territorios de Piura y Tumbes. Cuando los carabelines de Pizarro asoman por las costas de Tumbes, en 1528, quedan sorprendidos por las enormes balsas tumbesinas con enormes velámenes de algodón. Un principal dio cuenta, en efecto, que “una señora que estaba en aquella tierra que se llamaba la Capullana, oída la nueva que de ellos decían, tenía gran deseo de verlos y les rogaba que saltasen en tierra, y que serían proveídos de lo que fueses menester”[1]
En la Crónica Rimada de Diego de Silva Guzmán, compuesta alrededor de 1540, por un amigo de los Pizarro describe este encuentro y el deslumbramiento del paisaje de tierra firme:
CXCV
A vista de un puerto pudieron llegar, /
Adonde una india hera señora,/
Que en viendo al avío luego a la ora/
Sus balsas inbíaa hazelle llamar./
Del buen capitán se inbía a quexar,/
Porque no quiere en su puerto surgir,/
Que le rruega que quiera (a) su tierra venir,/
Porque le quiere ver y hablar.
CXCVI
El Buen Capitán de aquesto espantado,/
Dixo que el puerto no lo savía;/
Que de su gente inbiase un guía;/
De la india fue luego en un punto ordenado./
Quando ella misma con gran compañía/
Entró en el navío con mucha alegría,/
Que fue atrevimiento sin duda estremado.
CXCVII
Del Buen Capitán fue bien rrecevida,/
Rregocijándose mucho con ella,/
Estando espantados todos de vella,/
Sintiendo placer en gran demasía,/
Ella se fue con su compañía/
Él, queriendo otro día la tierra tomar ([2])
Las siguientes incursiones de los españoles en los territorios tallanes fueron bastante amables y permitieron el suministro de provisiones. Incluso Pizarro dispuso que españoles escoltasen a la curaquesa. Nicolás de Rivera, Pedro de Halcón, Francisco de Cuéllar y Alonso de Molina cumplieron en efecto la compañía de tan hospitalaria señora. Halcón anotan las crónicas “preciole bien la cacica y echóle los ojos (y) mientras más la miraba más perdido estaba de amores”[3]
Refieren los relatos que tras acoger a la Capullana con todo los honores en el navío Pizarro ofreció visitarla en tierra lo que se verificó días después. Con abundante comida, les dieron de comer mucho pescado y carne acompañada de la chicha. Hubo fiesta y los principales indios que estaban con sus mujeres bailaron. El suceso tiene un final sorpresivo pues Pedro de Halcón enloqueció súbitamente, en una mezcla de desafío a su capitán e incontenible pasión erótica. Tal fue su estado de delirio y afiebrada pasión que Bartolomé Ruiz lo derribó con un certero golpe de remo. Lo cierto es que Halcón nunca se recuperó. Estos acontecimientos se registraron en 1528.
Sobre lo sucedido con Halcón menudean las especulaciones pues las señoras Capullanas tenían un dominio completo sobre los hombres. Sin duda que eran expertas en filtros de amor y vivían con naturalidad en un sistema poliándrico. Tenían muchos maridos y según advierta Reynaldo de Lizárraga aborrecían al que dejaban amar y deleitaban al nuevo elegido con grandes fiestas de borrachera. En el antiguo Perú asevera el historiador quinientista Juan José Vega las mujeres para mantener la lealtad de sus maridos recurrían al chamico, el guanarpo y el guacanqui. Según las crónicas la bella capullana, a bordo del carabelín, dio de beber néctar de chicha a todos los tripulantes. Pizarro con discreción se abstuvo con su habitual prudencia. Halcón, el más entusiasta fue víctima de algún insuperable hechizo.
El Obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón, Obispo de Trujillo, registró en su visita pastoral a San Lucas de Colán, en Paita, en acuarelas, el traje de las últimas capullanas. Parecido al albornoz árabe y arrastraba cola según l a autoridad de ls señora. En pleno siglo XX, Andrés Townsend, anota lo siguiente: “Hay una circunstancia sugestiva y excepcional en esta épocas del antiguo Perú: la del matriarcado ejercido en la costa norte por las capullanas que tuvieron “dominio autoritario” en pueblos de la actual comprensión d Piura, con las cuales trataron los conquistadores. I si capullana viene de capuz (etimología dudosa a mi juicio) cabe recordar que ese tipo de túnicas se han usado hasta hace poco en Eten y Monsefú, aunque la institución matriarcal hubiera desaparecido hace cuatro siglos” son doña Leonor, Cacica de Menon[4]
Los cacicazgos gobernados mujeres se mantuvieron durante la colonia. Aparecen en los documentos coloniales el Cacicazgo de Nariguala. El de doña Luisa Capullana de Colán y de doña Isabel de Sócola la Capullana de Sechura. Otras son doña Leonor, Cacica de Menon (Catacaos) y doña Latacina, Cacica de Colán. Doña Pancatil, Cacica de Punta Aguja quien obtuvo su título en 1640 tras un pleito por la posesión de Punta de la Aguja Nonura y Pisura cerca de la Isla Lobos, hoy jurisdicción de Sechura. Memorable resulta la acción de doña Paula Piraldo y Herrera. Encomendera de Colán que en 1615 se enfrentó a la escuadrilla holandesa de Jorge Sipilberguen. El Conde la Granja elogió su valentía al decir: “Que el Perú defraudara de esta gloria, si el con la suya no honrare su memoria”
Sin duda, que la mujer en el Perú, está personificada en figuras contrapuestas. La colonia nos legó a Santa Rosa de Lima, a la vuelta de la esquina asomaba Micaela Villegas la amante del Virrey Amat conocida como la Perricholi. Pero insuperable en su heroísmo es Micaela Bastidas mujer combativa y mártir esposa de Túpac Amaru. Otra peruana inolvidable fue Flora Tristán socialista en la pepa del alma y de acrisolado amor por el Perú desde Europa. No tuvimos una Sor Juana Inés de la Cruz pero desde Huánuco nuestra Amarilis Indiana envió su epístola versada superior en lirismo al Fénix de los In genios. Hubo mujeres de memorable coraje como Isabel Barreto de Mendaña que el 16 de junio de 1595 partió de Paita a la Polinesia..
Piura, está íntimamente vinculada a Pola Salavarrieta cuya escultura de madera al ser reemplazada por la de la Libertad de mármol en 1872 siguió llamándose Pola por la pura devoción piurana a la libertad. Lo propio nos sucedió con Manuelita Sáenz la Julieta Huracanada de Neruda que en su extraordinaria grandeza hizo votos de pobreza y humildad en Paita. Ayer recordamos precisamente 159 años de su ausencia. Pero quienes la admiramos sabemos que está viva en la conciencia de América. Ayer fue un día de convocatoria planetaria por su memoria en la Cofradía Manuelitaria. En París donde se encuentra Anne Marie Hocquenghem, en Bogotá de Otto Morales Benites, en La Habana de Xamara de la Osa, en Quito, en Nicaragua la patria de Sandino. En Paita y hoy en Piura en donde en un peregrinaje de admiración concurren ustedes. Manuela es el rostro de la madre aguerrida que trabaja, la estudiante que se forja en las aulas para conquistar derechos. Manuela es el abecedario de la patria. Heroica combatiente, conspiradora del salón y la tertulia, guerrillera sin tregua. Pendón de libertad del continente.
Quisiera acabar mis palabras con los versos de un Yaravi sentido que dice:
Mientras me dure la vida,/
Seguiré tu sombra errante,/
Aunque a mi amor se opongan
Agua,fuego, tierra y aire.”[5]
[1] Herrrera Antonio, Historia de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme de la mar océano, Buenos Aires, 1944, Década II, Lib. I cap. VI
[2] Silva de Guzmán Diego de, La Conquista de la Nueva Castilla o La Crónica Rimada, Lima, Biblioteca Peruana, 1968, Primera Serie, Tomo I, estrofa XXVII
[3] Vega Juan José, Pizarro en Piura, Colección SEC, Gobierno Local de Piura, 1993
[4] Prieto de Zegarra Judith, Mujer Poder y Desarrollo en el Perú, Editorial Dorhca,1980
[5] Traducción de Sicramio, Mercurio Peruano 101, Lima 22 de diciembre de 1791.
Lic: Miguel Godos Curay/Universidad Nacional de Piura.