Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Manuel Leonardo Martínez es un abogado y empresario de 38 años de edad que vivía en Maracay, la capital del estado venezolano de Aragua, hasta que la crisis económica creada por el gobierno de Nicolás Maduro lo obligó a dejarlo todo, hace un par de años. Con tiempo y mucho esfuerzo, está rehaciendo su vida en Lima, donde está gestionando la validación de su título profesional para ejercer su carrera especializada en laboral.
Martínez tiene experiencia negociando con y para sindicatos en su natal Venezuela, viendo todo lo relacionado a beneficios individuales y colectivos, además de haber ejercido la docencia en un programa de posgrado, y encima darse algún tiempecito como instructor de béisbol, que, como mucha gente sabrá, es lo mismo que el fútbol acá.
Su proceso de adaptación al nuevo hogar está incluyendo aprenderse todo nuestro Código del Trabajo y sus condimentos, dicho sea de paso.
A Manuel, como le decimos acá (en su país lo llamaban por su segundo nombre mas bien), lo conocí en mi proceso de estudiar y entender más sobre la migración venezolana al Perú, y leyendo las notificaciones que me llegaron por Facebook de un grupo en el que sus compatriotas intercambian todo tipo de información, me topé con un artículo suyo en el que explica los prejuicios y estereotipos más extendidos por el peruano sobre los migrantes -refugiados, mas bien- venezolanos y los refuta con razones, cifras, firmeza, sentido del humor, y mucha empatía.
Como supondrán, estaba en mi salsa leyéndolo.
El artículo que él tituló "La culpa es del Veneco" es largo, pero captó mi atención por lo que les comentaba antes, además del esfuerzo objetivo que debió adoptar. Como le dije posteriormente, es evidente que lo mecanografió con el corazón en la mano, pero la cabeza encima de sus hombros y bien fría, pensando en el compatriota que aún está allá decidiendo si se queda o se viene, con el que está en ruta (y debe estar con los pelos de punta por lo de su pasaporte, si lo tuviera) y con el que ya está entre nosotros, los peruanos.
Conforme lo he ido contactando, y hasta hablando por teléfono, me fui topando con una suerte de agudo analista de su realidad y de nuestra realidad tanto en nuestro espacio geográfico más próximo y luego subcontinental, así como en el tiempo. Los argumentos y las razones de Manuel, Leonardo, Manu o Leo, como prefieran llamarlo, dan vuelta en torno a tres ideas que nos tocan por igual:
1. Los migrantes no vinieron a hacer turismo, sino que huyen de una crisis humanitaria creada por el chavismo, alias socialismo del siglo XXI, que terminó siendo una de las dictaduras más infames de Latinoamérica, cuyo principal producto son el hambre, la violencia y el abuso impune. Hasta aquí, quizás no nos suene nuevo, a menos que el autor nos diga que fue el propio venezolano quien por acción u omisión precipitó su propia crisis humanitaria, lo que fue aprovechado por cierta cúpula para hacer y deshacer a su antojo.
2. La construcción del sentimiento xenofóbico está fundamentado en sinrazones, las que, si se busca la fuente oficial tanto nacional como extranjera, decanta en dos temas: la fuerza laboral venezolana está por debajo del 2% comparada con la peruana, y, contrario a los rumores, sí está en condiciones de activar la economía nacional. Pero, quizás, el argumento que no nos va a gustar pero que es una verdad meridiana es que nuestros problemas-país no fueron creados por los venezolanos, ni los acentúan los venezolanos, sino que los arrastramos por décadas y no estamos haciendo mucho al respecto: pobreza, lucha anticorrupción, ciudadanía, formalización del empleo, bajo autoestima, discriminación, fortalecimiento institucional.
3. Los venezolanos no deben ingresar al Perú a reunirse en una especie de ghettos (la palabra es mía), sino a juntarse con los suyos y con nosotros al mismo tiempo; y, en un esfuerzo de enfoque intercultural, insertarse en nuestros usos y costumbres (positivos, por si acaso); además, motivarnos a que aprendamos los suyos. No sé, a lo mejor nos puede salir algo mezclando caraotas, arepas, papas y cuyes; o joropos y tonderos.
Sí, personalmente yo no me hago paltas con la migración. Obvio.
Cuando eso pase, se darán cuenta que los venezolanos (no quiero usar el figurativo "llanero" ni el peyorativo "veneco") no son ni extraterrestres ni gárgolas, sino gente tan igual a ti o a mí pero con un dolor que nosotros no le creamos y que tampoco nos quieren crear, y que, por un simple principio de humanidad, podemos contribuir en su alivio temporal. Y no hablo de darles dinero, alimento, techo o chamba, que puede ser una opción legítima, sino de acoger, de solidarizarse, de ser el hombro donde en algún momento puedan desahogarse, porque lo necesitan más que las cosas materiales en un primer momento.
Empero, quizás lo que más me llamó la atención de nuestra conversación, y que no figura aún en sus artículos, es la advertencia que trae desde Venezuela al Perú. Dice que nuestro país le recuerda al suyo durante los ochentas e inicios de los noventa, cuando la economía basada en un monorrecurso, el petróleo, permitía que quien quisiera hacer dinero, con visión y perseverancia, lo lograba. Peruanos incluidos, muchos de quienes migraron hasta ese momento desde los setenta.
Entonces, como ahora nos pasa, la corrupción en las entidades rectoras de la democracia llegó a tal nivel, que la gente de Venezuela exigió que todo aquél quien ostentara algún poder se fuera a su casa. Sí, un 'que se vayan todos'.
Eso dio paso al conato de golpe liderado por Hugo Chávez, quien terminó refugiándose en Iquitos, aparentemente protegido por el entonces super asesor fujimorista Vladimiro Montesinos. Y recordemos que la elección de Perú como país de refugio no fue casualidad porque, como siempre lo decía en vida, hizo un intercambio militar acá, allá por los años de los últimos gobiernos militares que tuvimos.
El caso es que el venezolano lo quería de vuelta, pues consideraba que solo un militar, con su férrea disciplina y compromiso con la patria, podía recomponer la política y de paso favorecer a la ciudadanía.
Y tanto fue el deseo, que Venezuela terminó poniendo en el poder a Chávez, con quien estrenaron milenio; pero también estrenaron el comunismo -que ya se creía debilitado tras la caída del Muro de Berlín- como sistema de gobierno. Y el remedio fue mucho, mucho peor que la enfermedad, con las consecuencias que ya conocemos, digo, si es que no hemos perdido nuestra memoria histórica de corto plazo.
"El Perú no debe jugar a la antipolítica", me aconsejó Manuel Leonardo, "o terminará como nosotros".
En castellano peruano: si nos bajamos nuestro sistema democrático, ahí mal que bien, pero democrático, vamos a darle paso a una nueva y casi sempiterna dictadura. Y quizás quienes tengamos que migrar cuando las cosas se pongan horribles seamos nosotros, y agárrate Catalina porque todo es cíclico en esta vida.
No es chiste.
Nos puede pasar si es que en vez de exigir el desalojo de la cosa pública, no exigimos probidad y transparencia en todas sus instancias; pero también si demoramos en creernos que, como ciudadanía, el primer nivel de control es el nuestro. en otras palabras, si dejamos de exigir calidad y transparencia en el desempeño político.
Nos puede pasar si es que en las próximas elecciones votamos con el regalito en el bolsillo, en lugar de escrutar planes de gobierno y exigir que resuelvan necesidades a corto, mediano y largo plazo más allá de empleo y comida (que no necesariamente son competencia municipal ni regional). Más claro: nos ponemos la soga al cuello si como electores le damos la confianza al primer "metefloro" o "pepón" que nos caliente el oído, quien más temprano que tarde nos patee la mesa, y a ver cómo te libras de la asfixia.
Nos puede pasar si seguimos dejando que nos manipulen a través del miedo para sentir odio, cuando el peruano no odia. Puede no estar de acuerdo, pero aprende a convivir con respeto y dignidad.
En la medida en que sostengamos y conservemos nuestro esquema democrático (con sus respectivas purgas sin romper la institucionalidad), podemos crear la atmósfera en la que antes de vivir con más, se viva mejor.
Y en ese sentido, deberíamos considerar que si un venezolano o cualquier extranjero elige a Perú, es porque nuestra nación, mal que bien, es viable y promisoria. En ese sentido, no debemos sentirnos ni más ni menos, sino sentirnos y comportarnos como grandes seres humanos, que lo somos.
Adicionalmente en lo económico, tenemos que aprender a destetarnos del gobierno y echar a arrancar nuestros sueños de forma independiente para generar prosperidad y bienestar que toque a todo el mundo. Y esa actitud aún está muy escasa entre los peruanos que nos decimos orgullosos de haber nacido en esta hermosa tierra del Sol.
En resumen, mientras pensemos que el mejor escenario es un estado-papá al que nadie controla ni objeta, pero al que todo el mundo sangra, repetiremos la historia actual de Venezuela. Y ojo que lo dice un venezolano, así que advertidos estamos.
Mientras tanto, con Manuel Leonardo estamos pensando en que esos artículos que él escribió vean la luz en un espacio más público, no solo por las redes sociales. Creo que si alguien viene a sumar y a construir, lo que tenemos que hacer es juntar talentos, tomar consensos, chambear por nuevos objetivos comunes. No es difícil, sino el siguiente paso a la solidaridad: la proactividad de veras.
¡Vamos! Éste es el milenio de la integración, gente. ¡Despierten!
Como notas al pie
1. Recomiendo leer el hermoso libro de mi colega colombiana Claudia Palacios, "Te vas o te quedas", con historias de inmigrantes y emigrantes de su país, comenzando por el de la propia autora, quien llegó a ser una de las presentadoras más notables de la cadena estadounidense CNN en Español, hasta que ella decidió "devolverse" a su tierra. Descárguenlo aquí: https://www.casadellibro.com/ebook-te-vas-o-te-quedas-ebook/9789584235473/2129702
2. Como saben, los periodistas no inventamos nada de la nada sino que conectamos a ustedes con la realidad para que tomen mejores decisiones; y, en ese sentido, deben saber que varias historias que les he compartido acá o en http://www.factortierra.net han sido inspiradas y sugeridas por migrantes sudamericanos viviendo en nuestra comunidad piurana. ¡Ohhhh! ¿Sorpresa? Lo que pasa es que, por timidez, me han rogado mantener su anonimato por temor a nuestras cuestionables reacciones chauvinistas.
3. Tenemos techo de vidrio en temas de migración, lo que significa que fuera de nuestras fronteras hay tres millones de compatriotas luchando por abrirse camino, sin contar los propios procesos internos que han permitido crecer a las 25 ciudades más grandes del país además de Lima. Piura, Sullana, Paita, Talara, Chulucanas, Catacaos y Sechura en el 'ranking', por si acaso.
(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @NelsonSullana)