ERP. Han pasado nueve años desde el proceso electoral del 2016 cuando la señora Keiko Fujimori, tras salir derrotada por PPK decidiera gobernar desde el Congreso, a través de un discurso en el cual señaló “vamos a convertir las propuestas de nuestro plan de gobierno en leyes” y con sus aliados iniciaron una campaña retórica señalando al Congreso como “el primer poder del Estado”.
Por. Econ. Juan Manuel Aguilar Hidalgo
La constitución política del Perú señala que “el equilibrio de poderes inspira el gobierno unitario peruano, el cual es considerado una República democrática, social, independiente y soberana” con lo cual se buscaba evitar la arbitrariedad y el autoritarismo. Es decir, en el marco de nuestra Constitución no existe un “primer poder del Estado” ni segundos ni terceros poderes.
Sin embargo, en los últimos años el Congreso de la República ha ido acumulando reformas que les permiten incidir en el Ejecutivo, en el sistema judicial, el Tribunal Constitucional, la Junta Nacional de Justicia, Defensoría del Pueblo, JNE, etc. y bajo la figura de “infracción constitucional” puede someter a control político a todos estos organismos, lo cual deviene en un desequilibrio de poderes como el actual, más propio de una anarquía.
Producto de este desequilibrio hemos tenido siete presidentes de la República en nueve años, convirtiendo el cargo mas importante de la Nación, en el más inestable y vulnerable. Vacar a un alcalde o a un gobernador regional, es una tarea titánica, muy difícil de concretar, sin embargo, vacar al presidente de la República se reduce a algo tan sencillo como tener en el parlamento el número de votos suficientes y ponerle la etiqueta de “incapaz moral”.
Parece paradójico, pero un parlamento lleno de acusados por violación, mocha sueldos, lobby, pro vida que piden la muerte del adversario político, fanáticos de la dictadura de Fujimori (un violador de derechos humanos) son quienes finalmente, en un procedimiento sumarísimo y hasta en menos de 48 horas, pueden traerse abajo al quien personifica a la Nación acusándole de incapaz moral.
A todo este escenario, se suma y agrava nuestra débil ciudadanía; adultos que durante sus primeros años de vida fueron desnutridos crónicos y por ende su capacidad de discernir se ve limitada; jóvenes apartados de la política que no quieren entender que es allí donde se define su futuro; fanáticos y trolles que nos quieren hacer creer que hay una lucha ideológica entre izquierdas y derechas, cundo lo que realmente tenemos son grupetes económicos, políticos y de actividades ilegales como la tala y la minería buscando la mejor manera de seguir viviendo bien a costa de todos los peruanos.
¿Qué hacer? La protesta pacífica, como la impulsada por la generación Z son una de las herramientas ciudadanas, pero la gran revolución podemos hacerla en las elecciones del 2026. Votemos bien, elijamos a los mejores y otra será nuestra historia.