ERP/N.Peñaherrera. El pasado 2 de mayo, se presentó en Sullana, el libro '¿Son los problemas un problema?' de la profesora y master en educación, Zulema Alzamora.
Ya hace varias semanas, comenté la importancia de esta obra que busca presentar nuevas metodologías para hacer de la resolución de problemas matemáticos, una experiencia divertida y duradera.
Para variar, poquísima gente entre la concurrencia, y eso que la organización fue muy buena.
Delante nuestro estaba el profesor Gerardo Yovera, especialista en esta materia, si la memoria no me falla.
Al final de la presentación, hicimos un corrillo entre algunos docentes y yo. Aunque al final, me quedé dialogando con él.
"La verdad, no fui bueno en Matemáticas", le contesté cuando me preguntó al respecto. "Pero comencé a usar mucha Matemática cuando comencé a ejercer mi profesión".
"Lo que pasa es que no he sido tu profesor", me recalcó Yovera.
Claro, cuando yo egresaba del colegio, él entraba a trabajar. Sigamos.
"¿Y cómo me hubieras enganchado en el curso, suponiendo que estamos en la primera clase?", le inquirí.
"Te diría que la Matemática te sirve para la vida", contestó Yovera.
Aunque, primero definamos ¿vida'. Lo discutimos en otro momento. Regresemos al cuento.
Entonces, comenzó a hacerme un paralelo que, en teoría, suena consistente.
Un entrenamiento típico de fútbol (que yo no practico), no necesariamente consiste en patear la pelota. Inicialmente debe hacerse planchas, canguros, correr... es decir, procedimientos que no necesariamente van de frente a agarrarse once contra once, y a ver quién mete gol.
Pero, ¿qué pasa a la hora del partido? ¿el jugador –o la jugadora- hace planchas, canguros y correr justo cuando entra a la cancha?
No, ¿cierto?
Entonces, ¿para qué sirvió toda la parafernalia previa?
Pues, para soltar el cuerpo, ganar destreza, estar preparado o preparada para meter gol.
Es lo mismo con el aprendizaje de las Matemáticas: comprender números, fórmulas y procedimientos son maneras de prepararse para formar el razonamiento lógico.
Yovera insistía que, en este aspecto, mucho tiene que ver la competencia del o de la docente. Incluso argüía que el miedo al curso era provocado por quien lo impartía.
Como digo, en teoría suena consistente.
Pero, ¿qué pasa si la persona que me enseña es demasiado buena y, aún así, mi rendimiento es bajo?
¿Qué pasa si desde casa no recibo la estimulación necesaria para que entienda la lógica detrás de las Matemáticas?
¿Qué pasa si mi entorno no razona con lógica?
El aula no es el único espacio en la vida de los y las estudiantes, y tampoco es que sea uno de sus mejores espacios, digo, si es que no hay una buena política donde realmente se aprecie la necesidad de aprender para la vida antes que para lucir un primer puesto, que luego sirve solo para rellenar paredes.
Ahora bien, el reto es cómo triangular esos otros espacios y hacerlos pedagógicamente aptos para que la intención del o de la docente sea intuitivamente aceptada y acogida (no son sinónimos, ojo) por el o la estudiante y su grupo humano cercano.
A decir verdad, es supervisar cada espacio, y no es chamba exclusiva del profesorado, sino también de las familias y la comunidad en general.
Sí, menudo lío.
No se trata de formar 'nerds', sino de gente abierta al conocimiento, al cambio, a la innovación, a la ciencia... a preferir sabiduría en vez de Combate o esto es Guerra, especialmente si el espacio cercano al aula es utilizado para darle tarima a esos engendros de la comunicación social...
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)