ERP. Nelson Peñaherrera Castillo. Me contaba un amigo y colega -llamémosle NewsHunter- por el chat que una de las características de ciertos penales peruanos, como el de Río Seco en Castilla, es que los reos parecen estar agrupados por nivel socio-educativo. Tú sabes, los profesionales con los profesionales, los que no lo son con los que no lo son; y me refiero al título a nombre de la Nación, aclaro.
Su observación venía desde la idea de que la delincuencia es siempre una antítesis del estado de derecho, no importa su tamaño, no importa la naturaleza de quien delinque. El acto al margen de la ley, aunque sea por milímetros, siempre estará al margen de la ley.
Claro que la misma ley, en base a esas escalas milimétricas o centimétricas o kilométricas, tiene una pena que aplicar, y es lo lógico por un simple criterio de justicia.
El punto de NewsHunter es si tiene algún sentido clasificar socioeducativamente o socioculturalmente a los reos cuando, en el fondo, decidieron romper la regla. No estoy seguro al respecto, y en todo caso el tema es opinable; pero, sea en poco o sumo grado, salirse de la ley siempre comienza abriendo una grieta que debe resanarse sí o sí.
Ahora bien, ¿cuál es nuestra mirada respecto a la posibilidad de romper la ley? ¿Es una de nuestras opciones?
Nos quejamos por vivir en un país que parece haber sido gobernado (esperamos que no lo esté ahora) por la corrupción, y si bien ésta ha sido el conjunto de (malas) voluntades por quienes abrazaron la ruptura de la ley como su mejor opción, ¿cuánta responsabilidad tenemos por abonar el campo para que tal corrupción florezca?
Desde la manera cómo nos conducimos en casa hasta nuestras maneras de comportamiento en la comunidad, ¿es la corrupción una de nuestras opciones en la forma cómo tomamos decisiones o alcanzamos metas?
Guardando la coherencia, NewsHunter plantea que no podríamos hablar de corrupciones grandes, medianas, pequeñas o nanométricas: corrupción es corrupción siempre. Tal idea es apoyada por varios teóricos aquí y en muchas partes del mundo.
Entonces, ese es el problema.
El jueves, una colega alemana radicada en Lima conversaba conmigo sobre el post-el Niño para Piura, y reflexionaba en voz alta cómo evitar que la corrupción infecte la reconstrucción. Mi respuesta fue inmediata: la ciudadanía tiene que intervenir en la fiscalización sin necesidad de que la inviten, a pesar que la ley dice que ya habrá instancias oficiales que vigilen la transparencia. El viernes, Luis Albirena, de Pro Gobernabilidad, confirmaba este punto en una entrevista difundida por La República.
El caso es que, a juzgar por las genialidades que uno tiene que leer en las redes sociales, muchos ciudadanos no tienen la menor intención de intervenir y se ufanan de eso, como si restarse fuera motivo de felicitación.
Por otro lado, tenemos el extremo de quienes participan y resultan siendo más papistas que el papa, que a la postre terminan estorbando más que ayudando.
El justo medio está en la ley, imperfecta-quizás-pero-perfectible, la mejor medida para saber si estamos a punto de crear una grieta o mantener intacta la barrera.
Obrar bien o mal, a final de cuentas, es una decisión personal y cada cual tiene su compensación en el corto o el largo plazo. Eso sí es cantadazo, como que uno más uno es dos... no uno punto 99, no dos punto uno; dos, a secas.
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