ERP/N.Peñaherrera. Contrario a lo que mucha gente piensa, muchas de las maneras en que nos relacionamos en sociedad son aprendidas mediante el ejemplo. Una de ellas, para mencionarla, es la hipocresía.
En teoría somos una cosa; en la práctica, somos algo completamente diferente, y hasta opuesto a la teoría en los casos más graves.
Esta semana me toca facilitar las sesiones del taller Un Billón de Pie en Sullana, y estuve trabajando tanto en el área metro como en Santa Sofía (Ignacio escudero).
En ambas localidades, todo el mundo tiene en la punta de la lengua el discurso de inclusión, en contra de la discriminación, a favor de la igualdad de géneros, de condena contra la violencia de todo tipo.
La teoría suena hermosa hasta que abofeteas a todo el mundo demostrando que en la práctica somos un cero a la izquierda.
En un colegio, los chicos y las chicas me volvieron a salir con eso de que, desde la perspectiva de los roles de género, los varones son fuertes y las mujeres son delicadas.
Entonces, tomé el mantel de la mesa que se hallaba a mi costado, y proyectando mis meñiques, comencé a levantarlo lentamente hasta doblarlo en dos.
Principalmente los chicos comenzaron a burlarse homofóbicamente de mí; pero, como suelo bañarme en aceite, yo continué.
En otra sesión, al hablar sobre cómo a los varones nos enseñan a reprimir nuestras emociones, por el mismo argumento de ‘varón fuerte’, hice el experimento de abrazar con ternura a una de las chicas del staff: todo el mundo aulló como si se tratara del beso a la novia en tu boda.
Entonces, abracé tiernamente a uno de los varones del staff: la misma burla homofóbica como al momento de doblar el mantel.
En esa primera experiencia, cuando acabé, me paré firme y pregunté qué había de malo en cubrir a mi hijito de un mes de nacido que se moría de frío. El salón se quedó en silencio. ¿Mencioné la palabra ‘ternura’?
En el segundo caso, simplemente enrostré la teoría para demostrar que la supuesta mentalidad pro-inclusión solo se cumple de la boca para afuera; pero, al interior, somos el mismo pensamiento arcaico que hemos aprendido por generaciones.
No digo que los chicos y las chicas que se enfrentan a esa dualidad sean personas malas o que perpetran un abuso potencial. En todo caso, son víctimas de esas construcciones culturales que nos enseñan que mientras más te emocionas, más débil eres, cuando en realidad debería pensarse que cuanto más te emocionas, menos estúpido te vuelves (ergo, más humano).
El riesgo de vivir en una sociedad hipócrita o altamente hipócrita es la generación de conflictos, primero a nivel personal, lo que produce frustración. Y como las emociones deben disimularse (contenerse), irán generando tal efervescencia que más temprano que tarde estallarán en forma de violencia, que se propaga al resto de individuos.
Eso explica la intolerancia, la agresividad o la facilidad con que nos sumergimos en episodios de convulsión social.
El problema es que, en vez de buscar la cura, queremos consumir más y más de esa ‘droga’ hasta generar adicción. Y, como sabemos, la adicción a cualquier droga acaba con la muerte.
¿También te has sumergido en ese culto tanático a la hipocresía?
¿Crees que puedes cortar el ciclo, convertirte en agente de cambio a nivel personal y luego a nivel comunitario?
¿Seguirás predicando lo que nunca practicarás?
¿Prefieres tu zona cómoda o te animas a romper el convencionalismo hipócrita?
La decisión está en ti. Actúa o reprímete, pero no me eches la culpa si todo te sale mal en el futuro.
Mientras tanto, he colgado en mi cuenta de Facebook, una encuesta sobre abrazos. ¿Cuál de ellos te causa más ‘escozor’: el de un varón a una mujer, el de dos mujeres, el de dos varones? Las respuestas, hasta ahora, son políticamente correctas. Veremos qué pasa cuando someta a cada persona que respondió, a la práctica.
(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)