ERP. La nación vasca es una especie de mundo relativamente aparte en Europa, y específicamente al norte de España y al suroeste de Francia. Para comenzar, a diferencia de las naciones y comunidades autónomas que se extienden en ambos países, su idioma, el euskera, no es producto de algún dialecto ‘bárbaro’ y el latín (como el castellano, el francés o el portugués), sino que aparece como un sistema de comunicación único en el planeta, lo que ha fascinado a lingüistas.
Por Nelson Peñaherrera Castillo
Y para quienes hemos estudiado y seguimos estudiando Comunicación Social, sabemos de sobra que un idioma es uno de los configuradores de una cultura, ergo de una identidad y todos los componentes que de ella derivan. Eso toca también a la visión política que tiene una comunidad sobre sí misma, y en el caso de la nación vasca, que en euskera se dice Euskal Herría, significa subrayar ese mundo aparte, incluso, de la propia Europa.
Si te apellidas Verástegui, Ochoa, Anchorena, Gorriti, Guevara, Lavalle, Zelaya, Aguirre, Allende, Anguita, Aparicio, Aramburu (sin tilde), Arisméndiz, Astete, Barahona, Carranza, Echeverry, Eguiguren, Elizalde, Garay, Garmendia, Iza, Montoya, Riquelme, Sagasti, Salazar, Uribe, Urquizo, Viteri o Saldívar, puede que tengas ascendentes vascos. Ah, y ciertas empresas españolas asentadas en Perú tienen capitales mayormente vascos.
Uno de los anhelos de la Euskal Herría es conseguir su independencia total de los países que ahora la contienen, agenda que recientemente ha impulsado la comunidad autónoma de Cataluña, en la costa oriental española, y que al día de hoy se mantiene vigente con sistemáticos actos de rebeldía y discursos abiertamente separatistas que le han costado el puesto al equivalente peruano de un gobernador regional.
Por cierto, en Cataluña se habla el catalán, que como me dijo una colega quien se educó en Barcelona, la capital de esa autonomía y segunda ciudad más importante de España, es una mezcla entre francés, italiano y castellano. Todos esos idiomas sí nacieron de esa fusión entre el mundo bárbaro y el latinismo de un decadente Imperio Romano. A todo esto, Cataluña en catalán se dice Catalunya. Suena parecido, ¿no?
Regresando al lado español de la Euskal Herría, que en euskera se dice Euskadi (en castellano: País Vasco), el deseo de separarse del resto de España se ha mantenido en el imaginario bajo el argumento (que también comparte Cataluña) de que Madrid, al medio de las dos regiones de Castilla (por eso nuestro idioma se llama castellano) representa una suerte de sistema avasallante y colonizador expresado en que aún mantiene una monarquía, constitucional pero monarquía.
De la reivindicación a la subversión
España tiene un rey (Felipe VI) quien encarna a la nación española, pero los actos de gobiernos son administrados por un presidente que surge desde el congreso bicameral, donde los partidos obtienen mayoría por elecciones populares. Sí, es una modalidad de votación indirecta, que estudiamos cuando hubo las elecciones generales en los Estados Unidos en noviembre de 2020. En cuanto al rey, no lo elige nadie más que su papá o mamá, y el próximo rey o reina será elegido por el actual: sucesión dinástica.
Los discursos separatistas se han sucedido con fuerza en los últimos 50 a 60 años por precisamente esos temas políticos y culturales, que van desde considerar que el régimen monárquico es dinosáurico hasta el sentir que “no se pertenece a”. Y la política, que en España y en todas partes, se encarga de complicar la realidad cual si fuese un cubo mágico, usa esos argumentos para ganar votos, ergo, jalar agua para sus molinos.
Pero también ha abierto el espacio para opciones altamente radicales, fundamentalistas y que usan la violencia como medida para reforzar el mensaje y obligar la aparición de lealtades. Es el caso de Euskadi Ta Askatasuna (país Vasco y Libertad, en castellano), la famosa ETA, quizás uno de los movimientos terroristas más sanguinarios del mundo, y con alrededor de medio siglo de operaciones.
Bajo el pretexto del separatismo vasco, ETA se dedicó a explotar coches bomba, secuestrar personas, sabotear estructuras, financiarse asaltando gente, extorsionándola, chantajeándola o hasta secuestrándola. Al igual que otros movimientos terroristas, muchos de esos secuestros no terminaban con el rescate de sus víctimas, sino su muerte, como la de Miguel Ángel Blanco, un concejal de la ciudad de Ergua (provincia de Vizcaya, en Euskadi), quizás el caso más emblemático de la insanía fundamentalista. Te lo dejo de tarea para el Google.
Dicho sea de paso, al menos en Euskadi, ETA logró tener un brazo político, Herri Batasuna (Unidad Popular, en castellano… ¿notan cómo el adjetivo “popular” es muy manoseado en la política?), que llegó a ser la segunda fuerza política en las elecciones de esa región hasta que una ley a finales del siglo pasado ilegalizó a los partidos políticos que avalaban la violencia como forma de actuación pública. Y allá no hubo tutía: el Tribunal Supremo español ordenó que se desintegrara el partido y pobre de quien no lo acatara.
La necesidad de una memoria histórica
Sea a nivel de Euskadi como en el resto de España, existe un consenso: ETA no refleja con exactitud el afán independentista vasco sino que lo degenera. Matices más, matices menos sobre la actitud separatista, lo que las fuerzas democráticas, incluso vascas, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV, de izquierda), tienen claro es que ETA no es una fuerza política legítima. Es más, ETA fue expectorado del PNV una vez que mostró ese rostro violento.
Algo adicional: las fuerzas democráticas radicales tienen una representación en el Parlamento español y se les escucha en igualdad de condiciones. Incluso, en la cultura popular, ETA ha sido reflejada en el cine español y Herri Batasuna ha sido objeto de burla especialmente por su televisora autonómica, Euskal Tele Bista, donde había un programa en el que Los Batasunis eran títeres ridiculizados por sus posiciones fundamentalistas.
Mi punto con todo esto es que, acogiendo la diversidad de opiniones políticas y sociales, la condena al terrorismo se mantiene como un no-negociable, es decir como una suerte de acuerdo escrito sobre piedra. Y es que la democracia te permite abrir el abanico; pero, de ahí a usarlo para darle de abanicazos a quien no piense igual, ya es otro asunto.
El otro aspecto que debería llamarnos la atención es que el terrorismo parece tener un ‘modus operandi’ global, es decir que busca enquistarse en las fuerzas democráticas estavlecidas blandiendo un discurso basado en “lo que le gusta a la gente” hasta que son separados y comienzan a mostrar su verdadero rostro por largo tiempo. Entonces, cuando consiguen un posicionamiento algo dañino a sus intereses, crean brazos políticos que permiten irles legalizando, aprovechando que una segunda generación de ciudadanía tiende a idealizar o minimizar los actos violentos.
Y, reconozcámoslo: somos una sociedad muy violenta, y cuando esa violencia infecta la política, entonces tenemos que los radicalismos ganan votos pero terminan creando más desestabilidad. Dicho esto, o mandas todo al diablo, o pones cortapisas. Insisto: la democracia se basa en el diálogo, no en la agresión. Lo que pasa es que hablar violento genera cierta admiración en quien ya es violento; pero, ¿cuánto progresa ese violento en la vida?
Ojo que cuando ETA cometía atentados con explosivos y éstos generaban muertes que nada tenían que ver con sus ‘objetivos’, los terroristas las calificaban como “daños colaterales”, un ‘término de guerra’ que ha sido adoptado por otros movimientos terroristas alrededor del mundo.
¿Pasa lo mismo en nuestro país? ¿Qué nos cuenta la Historia del Perú en los últimos 45 años? En España esto es parte de la memoria histórica nacional y se habla con mucha apertura, al margen de si estás de acuerdo o no con el objetivo de la cruzada; pero, ¿eso incluye estar de acuerdo con el método?
En Perú hemos intentado erigir un Lugar de la Memoria para precisamente aprender al respecto, pero el nivel de discusión política todavía no ha superado la etapa de la estigmatización en lugar de concentrarse en la consistencia de ideas que se someten a un debate alturado. En castellano: nuestra política sigue siendo cavernaria.
No sé si España es un espejo en el que debamos vernos, pero sí me llama poderosamente la atención que los procesos partidarios, políticos y ciudadanos son harto parecidos. Y podemos hallar ejemplos similares en otros lugares del mundo. Deberíamos tener la apertura para aprender sobre esas historias, buscar puntos comunes con nuestra realidad y ver qué caminos nos permiten gestionar esa diversidad, y en qué momento el disenso se rebaja a la sedición que solo deja muertes, pobreza, resentimiento y una pésima lección sobre cómo construir estados y naciones. Aún estamos a tiempo de enmendar errores.
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