ERP. A pesar de afrontar un inicio de mandato que estará marcado por el severo ajuste de gasto público exigido por las dificultades económicas, la presidenta de Brasil Dilma Rousseff tan sólo mencionó sutilmente ayer en su toma de posesión el esfuerzo de "paciencia, coraje, persistencia, equilibrio y humildad" que sus ciudadanos y su gobierno deberán emplear ante las dificultades económicas después de un 2014 que cerró con un pírrico 0,2% de crecimiento del PIB, según estimaciones de los analistas.
Rousseff ha subrayado que el inicio de mandato "pasa por un ajuste en las cuentas públicas, un aumento en el ahorro interno, la ampliación de las inversiones y la elevación de la productividad de la economía" y que "haremos eso con el menor sacrificio posible para la población, en especial para los más necesitados".
En el mismo día en que sus nuevos ministros juraron el cargo, y entre ellos Joaquim Levy, de Hacienda, liderando el giro liberal y austero del gobierno para recuperar la credibilidad de los mercados, la primera mujer presidenta de Brasil abrazó sus cuatro últimos años al frente del país con un mensaje positivista que detalló a la perfección muchos de los avances conquistados por su gobierno y el de su predecesor Lula, así como las medidas que el gobierno brasileño deberá asumir. Especialmente para combatir la corrupción y la precariedad de sus servicios públicos, a día de hoy principales retos del gobierno más allá de retomar la senda del crecimiento que le llevó en los últimos años a convertirse en una gran potencia económica mundial.
Si la recesión de los últimos años, con el ministro Guido Mantega encabezando una política de excesivo control e inyecciones del Banco Central a la economía, siempre fue achacada por Dilma a un contexto internacional de turbulencias financieras, a la mandataria y al Partido de los Trabajadores (PT) que lidera le cuesta más todavía huir de la sombra de la corrupción.
Últimamente, le salpica con fuerza al gobierno a medida que se van conociendo los detalles de la trama corrupta hilvanada en torno a la petrolera estatal Petrobras, que habría desviado ilegalmente 3.000 millones de euros de dinero público conjuntamente con empresas constructoras y pagando ilegalmente a políticos de varios partidos.
Para Rousseff, no obstante, "nunca se castigó tanto y con tanta transparencia la corrupción" y ha recordado las recientes creaciones de "leyes más severas" y el "mayor control interno" llevado a cabo por las instituciones. Ha pedido, asimismo, un "pacto nacional contra la corrupción" y ha asumido el compromiso de crear una ley que convierta en crimen la financiación electoral realizada en B. "Hay que extirpar la corrupción, que ofende y humilla a los trabajadores honestos", ha aseverado la presidenta.
La ceremonia solemne ha arrancado con un paseo en el coche presidencial que ha llevado a la mandataria hasta la Cámara de Diputados, donde ha jurado el cargo y ha realizado un discurso optimista de 40 minutos alternando revisión de conquistas y prospección de medidas. Mucho más encendidas fueron las palabras de Rousseff ante los 30.000 simpatizantes y militantes del partido que han asistido al evento en la Esplanada de los Ministerios y que han vitoreado tanto a la mandataria como a su antecesor Lula da Silva.
Tras el baño de masas, Rousseff fue saludada por mandatarios como Nicolás Maduro, de Venezuela, José Mujica, de Urguay, la chilena Michele Bachelet y Evo Morales, de Bolivia, así como por el vicepresidente estadounidense Joe Biden. Las relaciones con la mayor potencia mundial, según se desprende de las palabras de Rousseff, deberían "afinarse" después de las tensiones derivadas del espionaje al que fue sometida por la NSA la presidenta según las filtraciones de Snowden en 2013.
Dilma ha destacado la importancia de Estados Unidos, "que vale también para la Unión Europea", aunque estas palabras llegaron después de que una vez más destacara que "la prioridad" serán las relaciones con América Latina y los miembros del BRICS, foro que reúne a las potencias emergentes y que recientemente creó un banco de desarrollo común para compensar el dominio estadounidense del Fondo Monetario Internacional. Rousseff ha recordado también su política de "no intervención" y "respeto a la soberanía" en los conflictos internacionales.
Recogiendo la petición de las calles en las históricas protestas de junio de 2013, Rousseff ha recordado que "el pueblo brasileño quiere más seguridad, educación y sanidad" y no pareció achicarse por las limitaciones fiscales a la hora de prometer más recursos económicos para la educación, que será según la mandataria la gran apuesta de su último mandato, así como el despliegue de más especialistas médicos para reforzar el sistema público de sanidad y la integración de poderes regionales y nacional en la lucha contra el narcotráfico y la violencia.
La mandataria ha refrendado su propuesta electoral de reformar la constitución para que Brasilia tenga el poder de marcar las directrices en seguridad pública, hoy dictadas por cada uno de los Estados. Resulta muy difícil imaginar cómo conseguirá Rousseff profundizar ese Brasil "más próspero y justo" ante una nueva realidad de cinturón apretado y economía estancada después del despilfarro. Tal vez encuentre la fórmula en su condición de superviviente o en esa mística contenida en el verso con el que cerró su discurso: "Lo imposible se hace ahora, sólo los milagros se dejan para más tarde".