ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. En algún lugar de la costa del departamento del Chocó (Colombia) cuentan que la luna lunera estaba deseosa de tener un hijo. Un cometa pasó cerca y ambos se enamoraron. Lo que engendraron solo la gente lo sabe; la gente del pueblo mismo, es decir, y lo cuenta, lo canta y lo baila. Así son “los cuentos cantados, cantos contados o canticuentos”, como los interpreta David Cabezas.
Este caleño de 33 años, estatura de basquetbolista, especialista en Educación Física, se dio cuenta, gracias a un amigo canadiense, que el mejor lugar donde el cuento se canta, se cuenta, o se canticuenta y enriquece es el mercado de abastos de nuestros pueblos.
“La gente participa, baila, canta, y hasta nos invita comida”, relata David, quien no está mochileando para ganarse la vida, sino que el arte está tan impreso en todo lo que dice y hace que ahora recorre Sudamérica con afanes científico-sociales.
“Estoy ubicando comunidades afrodescendientes para investigar sus danzas, no desde lo que significa la coreografía sino como una forma de protesta política”, afirma.
Durante mucho tiempo, sectores conservadores de la sociedad –incluyendo la Iglesia Católica- tildaron las danzas de origen o influencia africana como ‘deshonestas’ por una aparente carga erótica. La champeta en la costa atlántica colombiana, el lundú en el norte peruano y el sureste brasileño, por mencionar algunas, llegaron a ser prohibidas.
En Zaña, Lambayeque, autores españoles del siglo XVIII calificaron las letras como diabólicas (“estaba Santa Lucía / bailando con San Alejo / y el diablo al fondo decía: / “ajusta, viejo cangrejo”), perjuraban que las fiestas de los esclavos y las esclavas eran algo entre orgía y bacanal, y cuando el río Zaña se desbordó, la comunidad afrodescendiente fue acusada de propiciar el cataclismo.
Para David Cabezas, las danzas ‘afro’ revelan cierto afán político de la gente más excluida de los virreinatos españoles en nuestro subcontinente, solo que en lugar de manifestarse mediante la oratoria lo hizo a través del arte.
“En Ecuador, los afrodescendientes de San Lorenzo, provincia de esmeraldas [costa norte], usaron la marimba para pedirle al gobierno que no les quite el ferrocarril, que mejore los servicios de salud; todo eso fue una marcha en tren y a pie hasta Quito, y en el pueblo que llegaban, ellos bailaban con más fuerza de lo usual porque era su manera de protestar”, recuerda el profesional egresado de la Universidad de Antioquia, con sede en Medellín.
Mientras tanto, la travesía de David busca patrones comunes en todas las danzas de las comunidades afrodescendientes: ¿acaso el baile puede ser una poderosa herramienta de incidencia política?
Desde 2010, por citar un ejemplo, millones de personas se convocan a nivel mundial los 14 de febrero para bailar contra la violencia hacia niñas y mujeres: el movimiento Un Billón de Pie. Su creadora, la actriz Eve Ensler, afirma que moverse expresa libertad y el deseo de libertad expresa rebeldía. ¿Lo sabían los pueblos africanos traídos como esclavos a las Américas, hace medio milenio atrás?
David Cabezas no probará su hipótesis hasta dentro de medio año cuando la odisea acabe en Brasil tras pasar por Bolivia (Saya), Chile, Argentina y Paraguay (Candombe).
Por ahora, su objetivo es visitar Yapatera, identificado como el centro de la cultura afropiurana; luego vendrá Zaña y el resto de las localidades con marcadas comunidades afrodescendientes, aunque el mestizaje peruano ha diluido los rasgos externos dejando el trabajo a la genética.
Pero, antes de ir a Zaña, David se quedará unos días en Piura, donde desea dar talleres sobre educación experiencial para adolescentes, cuyo objetivo es usar los elementos más simples para generar emoción y favorecer el amor por el conocimiento.
Adicionalmente, está abierto para iniciar un diálogo intercultural con otras experiencias artísticas en la región, y conectarse con gente que mire más allá de la forma.
Y, ¿por qué no?, hacernos crear nuestra versión local del canticuento de la luna lunera.¡O mejor canticontamos la del murciélago?
Fotos Cortesía: Jessou Envadrouille.