ERP. Recientemente, el expresidente de la República Francisco Sagasti, realizó una propuesta que crispó por igual al Ejecutivo como al legislativo. Proponía, que, mediante participación de la ciudadanía, se convoque a nuevas elecciones generales, en palabras más sencillas “que se vayan todos” es decir el presidente y los congresistas actuales.
Los parlamentarios quienes deberían definir esta propuesta, tienen un sueldo privilegiado, les ha costado dinero en el propio partido y para sus campañas para llegar al cargo, mantienen un status que seguro les genera dependencia, con tales situaciones y en deducción lógica, es imposible que dejen esta situación para disolverse en aras de la “gobernabilidad”.
Proponer nuevas elecciones, es una candidez y quedó demostrado con la iniciativa de Martín Vizcarra, quien planteó una modificación constitucional para hacerlo. Ello no fue posible, por las resistencias, más que políticas humanas de saberse que pierden un poder circunstancial, pero de previsible término.
Nuevas elecciones generales, podemos decir con mucha certeza, servirían para más de lo mismo, no resolverían nada. Esos personajes que ahora son parlamentarios, de aviesa conducta, que han copado con exparlamentarios su staff de asesores, solo serían cambiados con nuevos rostros. Bastaría mirar lo que sucede desde hace un buen tiempo para deducir la pertinencia de esa apreciación.
La actual composición política del Congreso, es el resultado de la polarización, de las contrarreformas electorales, pero más allá, de la formación democrática de peruanos y peruanas. No existe voluntad de cambio, parte de la población tiene limitadas capacidades para decidir electoralmente. No es posible, que pese a todos los latrocinios demostrados en procesos judiciales, se siga votando por Fuerza Popular y por las sandeces que dice Rafael López Aliaga.
Existe un fuerte rechazo para elegir presidenta a la hija del dictador Fujimori, pero no se puede negar que a nivel de representación sacan ventaja. Por ejemplo, en el 2016 hubo mayoría aplastante del fujimorismo en el Parlamento, la misma que sin claridad y sin ideas, no supo aprovechar lo que la distorsión electoral le otorgó. Pudieron hacer todo con sus 72 votos, pero solo lograron hacerse odiar.
Vizcarra pensó que, disolviendo ese Congreso, los peruanos y peruanas votarían mejor. No, en esencia, se mantuvo las mismas precariedades del anterior, se votó por varios símbolos y la dispersión fue aprovechada por las fuerzas poco propositivas que conocemos todos. Al final, aprovecharon su circunstancial poder y el promotor de su conformación, terminó vacado. Asi de simple.
Las elecciones generales del 2021, fueron una confrontación entre propuestas de cambio y el status quo. Se repitió la concertación de partidos políticos y medios de comunicación además de grupos de poder económico; sin embargo, pese a tal exhibición de recursos y poderíos, la derecha atávica, no pudo hacerse del poder y sucumbió frente a un personaje blando, desinformado y poco culto.
Lo democrático es reconocer al ganador y garantizar la alternancia. No se puede, no se debe validar con argumentos falaces causas creadas para justificar sus pretensiones de ganar el poder sin elecciones. Decir que alguien tiene permanente incapacidad moral, es tan gaseoso, que a la seriedad del análisis, no resiste el menor análisis.
El sistema democrático peruano, más allá de estar buscando fórmulas para sacar a un presidente legítimamente elegido, se debería plantear una agenda de los cambios constitucionales que se necesitan. Se cree que la Carta Magna de 1993 es sacrosanta, pero día a día la jalonean adecuándola a intereses protervos. En tanto esto sucede, el Tribunal Constitucional tiene miembros con mandato vencido y su composición muy politizada, el Ministerio Público, con solo dos fiscales supremos titulares y hasta un Defensor del Pueblo sin legitimidad hablando de lo que no le corresponde.
La Constitución debe reformularse, tarde o temprano habrá una fuerza con capacidad para hacerlo. Si queremos que la democracia se fortalezca, se debe precisar con meridiana claridad las normas a aplicarse. Solo así, en el día a día, corrigiendo las distorsiones se podrá lograr un Perú mejor.