ERP. Unas generaciones atrás, estos días eran diferentes, no podemos decir que se vivía con el recogimiento de Semana Santa, pero si, eran ocasiones en las que pese a no marcar feriado el 2 de noviembre, por una tradición arrastrada de siglos atrás, laboralmente el mundo oficial se paralizaba, de manera que se experimentaba, el mismo sabor y comportamiento, como en las grandes ferias de la región.
Por Miguel Arturo Seminario Ojeda
Historiador
Y en efecto, en el norte del Perú, sobre todo en la costa, desde el 1 de noviembre por las noches, se observaba a los deudos dirigirse a los cementerios donde estaban enterrados sus muertos, y colocaban velas alrededor de sus nichos en el panteón. Previamente, durante la mañana de ese día, se repartía dulces a los niños que se parecían a los parvulitos que estaban en el cielo.
La elaboración de esos dulces llevaba casi un mes de preparación, se juntaba varias docenas de cajas de galletitas de diferentes modelos, a las que se les sumaba alfajores, pastelitos, suspiritos, cocaditas en miniatura, y camotillo envuelto en papel multicolor, toda una fiesta para los niños vivos, que a veces desesperadamente aguardaban que alguien los identificara con un difuntito.
En una ocasión se observó que un niño devoraba ansiosamente el paquete recibido, los angelitos desaparecieron en un santiamén, por lo que la abuelita del niño desaparecido, exclamó a viva voz: “mi Raulito no era tan perecido”, mientras quienes la acompañaban reiteraban, quien sabe desde cuando no habrá comido este Angel de Dios. Y al poco rato se arrepintieron de haberle dado, cuando observaron que el dichoso niño, recibió más dulces de otra persona, y los desapareció de inmediato, volviendo a merodear por el lugar de la venta, para que le dieran una y otra vez.
Por la noche los cementerios se ganaban en alumbrado a los circos, ya que velas, lamparines, lámparas de tubo y linternas marca Petromax, llenaban el cementerio, así se estaba acompañando a los muertos durante toda la noche, dejando las flores por todo el día 2 y siguientes de noviembre.
Casi a finales del siglo XX, ya las velas y todos los utensilios de querosene fueron dejados de lado, mientras los reemplazaban los focos eléctricos multiplicadores del brillo del cementerio San José, que hicieron lanzar exclamaciones de asombro al reputado museólogo Luis Repetto Málaga, cuando lo visitó la noche del 1 de noviembre de 2014, no lo podía creer, solo le resultaron familiares, las visitas que hizo a algunos cementerios de México, y exclamó varias veces: esto es increíble.
Esa tradición de las velaciones en el norte del Perú, perdura, sobrevive, porque se adapta a los tiempos actuales, acepta lo que impone la tecnología, pues de lo contrario, perecería. El comportamiento social se construye a partir de modelos que se van imponiendo, y así fue, seguro que al comienzo hubo reacios que se resistieron a dejar las velas, pero poco a poco se ha generalizado el uso de las bombillas eléctricas, que generan ganancias a quienes prestan ese servicio.
Cada dos de noviembre, las roscas de muerto estaban en todas las panaderías, unas más ricas que otras, y paralelamente, se vendía coronas de satén o de papel crepé, para colocar en los nichos de los difuntos adultos, porque para los niños fue el día anterior. Las personas parecidas a los muertos adultos recibían dulce de camote con piña y maní rayado, una verdadera ricura, que nuestra abuela recibía, porque le encontraban parecido con cierta persona que ella nunca conoció.
Esa era la tradición de antaño, se mantiene en los pueblos, villas y ciudades de Piura, así como, pese a las restricciones impuestas a causa de la pandemia, se ha vivido hoy en Querecotillo, donde los angelitos y roscas de muerto de las Pepas, la Carola, la Leidy, y de las mellizas Ordinola, deleitaran el paladar de quienes se acerquen en busca de la tradición. No se puede olvidar en Querecotillo a Esteban Flores y a la familia conocida como “Chirriolas”, por las exquisiteces que salían de su panadería.