ERP. Cuando terminaba diciembre, mamá empezaba a conjeturar, sobre, cómo sería el verano en enero febrero y marzo, y esperaba las lluvias incluso en los años secos, teniendo como norma, que podía llover de pronto, en el mismo día de fiesta de San José, ese Santo Patrón que evocamos en más de una ocasión, y siempre lo tuvo como norma, aún en los años de lluvias espantosas, como las del fenómeno El Niño en 1983 y 1998.
Por Miguel Arturo Seminario Ojeda
Presidente Honorario de la Asociación Cultural Tallán
Y aunque muchos, la mayoría campesinos, seguían cautelosamente las indicaciones del Almanaque Brístol, nosotros estábamos atentos a las noticias de los diarios y de la radio. Los viejos agricultores iban hasta el mar de Paita, desde las últimas semanas de diciembre, y primeras de enero, metían las manos al agua, y por la temperatura que sentían, calculaban de manera práctica la intensidad de las lluvias, e incluso su ausencia.
Indudablemente, que el aumento de temperatura de las aguas marinas, de debía a la presencia de la Corriente del Niño, que mientras más caliente aparecía, generaba esperanzas entre los agricultores, contentos de saber, intuitivamente, que habría evaporación de las aguas, y por lo tanto vendrían lluvias que mejorarían sus ingresos, y aseguraban un año próspero para la siembra.
Los piuranos decían invierno fuerte a las lluvias de gran intensidad, invierno crudo, también, pero no era parte en el lenguaje usual llamar a las precipitaciones de agua por otros nombres que los de lluvias y aguaceros, incluso, conocíamos los nombres de tempestad y tormenta, y quizá otros que cayeron en el olvido, pero nunca escuchamos la palabra chaparrón, que se asomó a mis oídos, cuando llegué a Córdoba, la docta ciudad del centro de mi querida Argentina, ciudad hermosa, en la que me hubiese gustado nacer, sino hubiese abierto los ojos en tierra de los incas.
Los chaparrones eran cosa común en Córdoba en el verano, los primeros me asombraron, ver correr las aguas por las calles con caías estratégicas, bien estructuradas, y terminar finalmente en La Cañada, ese riachuelo encausado con gran estilo arquitectónico, silencioso la mayor parte del año, pero que en los veranos solía llenarse aguas, producto de los chaparrones, que cual cataratas de agua se desprendían desde el cielo de Córdoba, vertiendo sobre la superficie, grandes espejos de agua que limpiaban las calles de la ciudad.
Y tanto me llamó la atención la palabra chaparrón, que aunque no es nada musical, se quedó para siempre en mí, y hasta hoy la sigo usando solitariamente, al preferirla sobre chubasco, que solo he leído y nunca pronunciado, si, chaparrón define a la lluvia recta y de corta duración, pero que suelta agua en cantidades navegables, y no pocas veces cargada de granizo, que hacía temer a los agricultores por las plantas en floración.
Visitó Córdoba en 1974, un matrimonio peruano amigo, y justo cuando hubo varios días con chaparrones intensos, y lógicamente, como me pasó a mí, les llamó la atención el uso de chaparrón, para señalar a las lluvias intensas de Piura, e internalizaron su significado y uso de tal manera, que cuando regresaron a Perú, no dejaban de pronunciar la palabra chaparrón para referirse a las lluvias intensas, de modo que para la gente que los conocía, pasaron a convertirse, en, “los señores chaparrón” , así los bautizó la gente desde ese momento.
Recuerdo que por haber enviado un regalo a Mamá a través de ellos, fueron diligentemente a nuestro hogar a entregarlo, no sé cuántas veces pronunciaron la palabra chaparrón, y con tal intensidad en cada vez que salía de sus gargantas, que cuatro de mis hermanas tuvieron que ponerse en el lugar más alejado de la casa, para reír a sus anchas, como me lo relataron en una carta.
¿Y a qué viene esto del chaparrón? ¿porque de pronto se me ocurre escribir sobre esta palabra? porque a través del whatsapp grupal de mis compañeros de estudios de la Universidad Católica de Córdoba, Néstor Gostanian mencionó las lluvias que se asoman hoy en Buenos Aires, y Rodolfo Rivilli se refirió al chaparrón, haciendo que mi mente retroceda por varias décadas, y me ubique en la Córdoba de los años 70, llena de hermosos chaparrones, que también evocó Patricia Riesco.
En un instante, sentí una gran lluvia, un chaparrón de recuerdos, donde los rostros y las voces de muchos cordobeses desfilaron por mi memoria, algunos desde el cielo, pero quedan otros, que desde la tierra, y con la ayuda de las nuevas tecnologías, tejen ese puente que me acerca a mi Córdoba querida, pese a los varios miles de kilómetros que nos separan desde una ciudad hasta la otra.