ERP. El dron quedó atrapado en el árbol y su autonomía de vuelo se convirtió en estornudo. Una cometa de carrizo papel colorido e hilo templado y cordel se eleva en el firmamento y con su cola de trapo viejo se enfrenta al viento y coletea. El cielo poblado de cometas de todo tamaño evoca la experiencia de Benjamín Franklin en plena lluvia que lo convirtió en el inventor del pararrayos.
La cometa era producto de las manos de la selección del carrizo más liviano y de pita encerada, para que tiemple, engrudo y papel cometa. Volar cometa es una experiencia humana irrepetible. Y utilizar el hilo, en pleno vuelo, para enviar una carta a Dios, una experiencia humana extraordinaria.
No hay niño de antaño que no haya sentido la emoción del maromero mostrando sus habilidades de modo interminable. Anne Marie Hocquenghem, la historiadora, en sus momentos libres se entretenía con sus piruetas. Los maromeros eran fabricados por docenas en el establecimiento penal. Otros en la carpintería del barrio. La ventaja de tan menudo entretenimiento está en el no necesitar pilas y practicar de modo incansable sus habilidades atléticas en la barra.
Otro entretenimiento divertido era el aro. Con gancho en mano la rueda tenía un movimiento interminable. Lo hacía después de muchos intentos pues con el aro se afinaban los brazos se movían brazos y piernas. No son diversión paralizante como la de esos juegos electrónicos con pantalla que deforman el cuerpo humano por que el jugador empedernido juega y traga al mismo tiempo convirtiéndose en trampolín a la obesidad.
Las pelotas tradicionales eran de buche de pavo, de medias viejas y de infinita creatividad. Como paso previo a la pelota de cuero corriendo el arenal. Todavía no se había inventado el fulbito versión ridícula del fútbol con arco de palos. Corriendo la cancha de punta a punta. Fortaleciendo los músculos, sudando la camiseta. Igual sucedió con el baloncesto con aro colgado para ensayar puntería. El baloncesto mueve piernas y brazos. Despierta la inteligencia del deportista. Quien jugaba básquet a fuer del ejercicio crecía centímetros, sus manos eran firmes y sus movimientos resueltos.
El trompo era una enseñanza de astronomía fabricada primorosamente con zapote por los torneros del barrio. Los mejores trompos tenían corteza de zapote o de duro algarrobo. Una cuerda de pabilo, destreza pura para exhibirlo en el barrio. La perseverancia y mil y un intentos convertían a cualquier churre en maestro y un portento para quiñar el trompo de un contrincante castigado. Había trompos de todos los tamaños, con un poco de pintura y magia creativa los trompos se convertían en pieza colorida irrepetible. La púa roma era el secreto para que baile en la palma de la mano. Los tromperos del barrio tenían los nudillos lastimados de tanto recoger al trompo. La lección inolvidable: La tierra gira como un trompo.
El yoyo con el que se practicaban mil y un movimientos. El dormilón, el columpio, el zumbador se practicaban horas y horas para convertirse en un diestro maestro del yoyo hábil en las demostraciones. Cuando se ponía de modo todo el mundo lo tenía en los bolsillos era un juego zanahoria para grandes y chicos en el arsenal del entretenimiento. Durante estos tiempos los mataperros buscaban horquetas de algarrobo para fabricar con jebe un tirador mata pájaros o para esas guerras interminables a pedrada limpia entre los vagos del barrio como con puntualidad memoriosa recuerda Federico Helguero.
Las niñas se entretenían con primorosas muñecas de trapo que por docenas llegaban al mercado fabricadas con retazos, rostro sonrosado con chapas carmesí de tela y moños. Los nombres eran sugerentes Chabelita, Chonita, Mechita. Ningún retazo de la costurera quedaba inutilizado. Con pasmosa creatividad se enriquecía el imaginario infantil. A ello se sumaban la ollitas y tiestos de barro, jarritas y platos diminutos para aprender el trabajo de la casa. Los demás era imaginación pura y la fantasía contagiosa de los niños.
Sumemos a ese territorio de las ilusiones el juego a los gallos con las pepas de la lúcuma entre los niños de la sierra. La sampapala atada a un fino hilo con la que desafiaban el vuelo de un avión imaginario. Las bolichas de vidrio de colores para jugar a los ñocos. Los canutos de hilo recogidos del taller del sastre daban vida a poleas creativas de ingeniería diminuta. Con el palo de la escobas fabricaban cangas arrojadizas. El máximo premio era la bicicleta Monark para correr y fortalecer las piernas por las calles empastadas de cemento. Grandes trechos se cubrían en bicicleta. Famosas por su función pública eran las bicicletas del cartero, el telegrafista, el distribuidor puntual de La Industria y del Policía Municipal. Siempre se consideró a la bicicleta un invento sabio para toda la vida.
Hoy a contrapelo juguetes sofisticados inundan los mercados. Muñecas que estornudan y hablan. Dinosaurios que emiten sonidos atemorizantes y se desplazan movidos por sensores electrónicos. Juegos electrónicos computarizados con audífonos y dispositivos virtuales para simular guerras espaciales o partidos de fútbol sin moverte del asiento. Sin contar armas e instrumentos agresivos para el juego manido de una contienda persecutoria con armas de fuego. Siguen el monopolio, el ajedrez y otros juegos de mesa pervertidos como el de la ouija para intentar una comunicación con el más allá.
El juego, la actividad lúdica tiene un papel insustituible en el despertar de la inteligencia pues nos prepara para la vida. El niño que juega simula lo que va a ser y hacer en el futuro. El juego ilumina con potente energía la vida interior y alivia las tensiones cotidianas. Las sociedades con niños y adultos que no juegan se tornan esquivas e inhumanas. El juego nos conduce progresivamente en el entorno normativo que ordena la existencia en un clima de respeto y tolerancia. El tramposo en el juego infantil, no nos extrañe, puede ser más tarde un evasor de impuestos o un ladrón de cuello y corbata. El que juega aprende a administrar sus frustraciones y se prepara para un desempeño mejor. El juego es un método muy creativo de aprender y aprehender nuevo conocimiento. El niño que cuenta pepas de tamarindo o bolitas penetra en el mundo del número con sutileza y aprende. El que construye su cometa y la prueba en pleno vuelo, se graduó insospechadamente en aeronáutica, geometría y ciencia espacial.
Hablando en las calles de Lima con un avieso domador de ratas. Le preguntamos ¿cómo es que se inició en ese inusual oficio? Me respondió que siendo niño descubrió la inteligencia y solidaridad entre los roedores jugando con ellos. Tienen hábitos sociales en apariencia imperceptibles a los humanos. Les encanta el juego. Ese aparecer y desaparecer que suelen demostrar en el mundillo doméstico pone en juego su capacidad inteligente. Su memoria les permite pasar por alto cualquier raticida confundido con comida. Y cuando pierden el miedo a los humanos suben sin temor a las manos y acaban haciendo demostración de su habilidad para erguirse en dos patas. Y si les das de comer son agradecidas. De niño jugaba con los pericotitos… con ellos descubrió a un viejo acompañante de la progenie humana. La rata.
Estimular el juego en los niños es una necesidad urgente. En Israel, los niños juegan en los campos entre orugas y maquinaria agrícola abandonada simulando su trabajo futuro en el campo. Lo hacen con pasión y en aparente ingenua disciplina. En otras ocasiones saltan a la soga y se divierten en columpios y subibajas. En Japón los niños se divierten jugando al tenis, el Go y al ajedrez ensayando jugadas geniales, siempre compiten en todo. En habilidades musicales ejecutando instrumentos, en uso de patines y deportes audaces. En el Perú, los niños pertrechados de pistolas juegan a policías y ladrones. Los juegos electrónicos favoritos en Internet son de inaudita agresividad. Algunos papás adquieren juguetes sofisticados para sus hijos. Los deportes cada día vienen a menos. Nos faltan más estímulos al ajedrez, al baloncesto, al fútbol, al tenis de mesa. No a esos deportes convertidos en pretexto para el consumo sabatino de alcohol. El deporte despierta el afán de competir y tener un mejor desempeño. A los juguetes tradicionales, eternos, generosos, añorados, compartidos, creativos, ingeniosos y siempre dispuestos a abrir los caminos inolvidables de la felicidad nuestra inolvidable gratitud.