ERP. No es para escarnio la tragedia humana de ver a los empresarios y políticos del país convertidos en agentes activos y pasivos de la más descarada de las corrupciones. La que dilapida los dineros públicos. La que festina con alevosa ventaja beneficios personales en contra del bien común. La que aplasta la confianza ciudadana. La que cohabita con la inmoralidad y no se avergüenza. El mérito es socavado por el reproche, el escándalo, el desprecio y el vituperio.
La constatación de los defectos morales arrastra la perversa cultura de la sospecha y la duda temeraria. Algo así como ese eufemismo de cerrar con llave todos los cajones y las puertas por temor a que nos roben. O el de Piura ciudad segura y la mayor parte de los vecinos coloca para su protección rejas, candados y cercos electrizados. Los pobres colocan en sus puertas jaurías de rabiosos perros callejeros. No hay rincón de la ciudad sin voluntariosos cuidadores de vehículos en los estacionamientos. La inseguridad es ingrediente de la vida pública.
Entonces la detracción se apodera de las páginas de los diarios. La murmuración, el gusano de la duda, socava la posibilidad de reconocer a los honestos. San Basilio, afirma que la murmuración es como un proyectil que mata en un instante a tres personas: a quien la siembra, a quien la recoge y la propaga y a la propia víctima.[1] La consecuencia inmediata es una sociedad privada de la posibilidad de tener paradigmas en su sistema educativo. Del campeón mundial de ajedrez Julio Granda, apenas algunas líneas en las páginas de los diarios. De los triunfos en los Bolivarianos de Gladys Tejeda apenas el asomo de un pálido reconocimiento. Todo lo acaparó la clasificación de Perú al mundial de Rusia. Frente a la euforia que hizo temblar la tierra la humildad de Gareca. En contraste, la angustia de Guerrero sobre un presunto consumo de drogas.
El sabio Agustín de Hipona hizo escribir en las paredes de su comedor estas palabras. “El que se complace en morder con sus palabras la vida de los ausentes, sepa que aquí no hay comida para él”[2]. De este modo puso un dique inteligente a ese, hoy, deporte tan peruano del raje. La peor amenaza de la detracción es que arrastra la mirada sobre los defectos ocultando en muchos casos las virtudes. Y cuando anida convierte en puré las reputaciones.
El riesgo reputacional, es hoy el cáncer que afecta a las empresas señaladas públicamente por sus métodos corruptos, sus convites para lavado de activos y pago de sobornos. La fama perdida arrojada por la borda. Tiene un elevado costo económico y resta, sin embargo, el daño mayor se ha perpetrado a la confianza y a la credibilidad. La corrupción ventilada públicamente corroe y desalienta. Cuando la ética está ausente en las instituciones provoca vacíos insuperables. Las instituciones sin ética son faros ciegos que conducen a la sombra de la nada.
Si la iniciativa privada se pervierte el Estado interviene en la preservación del bien común. Y la administración de la justicia busca el restablecimiento del equilibrio afectado por la inmoralidad. La iniciativa privada cumple un rol cardinal en la economía de un país. Crea empleo y bienestar pero cuando se convierte en un festín de los dineros públicos y se colude con la inmoralidad afecta a la sociedad. No sólo económicamente, desalienta la participación y la inversión privada.
En este escenario, como señala el periodista Gerardo Reyes: “Las cosas inmorales las perdona con mayor facilidad la gente en sociedades donde las ilegales son pan de cada día”[3]. La manida frase referida a los alcaldes “roba pero hace obra”, No es sino la entronización de una moral laxa. No es cierto que la conducta inmoral sea producto del desconocimiento. Los actores actúan de ese modo a sabiendas de que sin son descubiertas serán pasibles de la acción de la justicia y de la sanción social. Junto a la rampante inmoralidad de los empresarios como cola de cometa se arrastran los escándalos financieros que involucran a políticos e ingenuos gestores mediáticos. La moralina no tiene efecto. Los diablos predicadores se presentan como agitadores de la conciencia ocultando sus miserias. Y en esta circunstancia aciaga pululan los timadores, los vendedores de sebo de culebra. Quienes ejercitan cargos públicos tienen implícita la obligación de dar cuentas de su actuación. Por temor rehúyen la transparencia y sucumben a la tentación de los agentes publicitarios y periodistas para maquillar sus gestiones.
No es cierto afirmar que todo aquello que no está prohibido está permitido. Este es el argumento fácil de quienes pisotean la ética y la moral. La moralidad está ausente en los inescrupulosos, los falsarios, los especuladores, los malversadores de todo pelaje. Los amorales, creen que la moral es un enunciado para los libros. Son los incipientes morales presumen que todo le está permitido y no es así. El inmoral a sabiendas transgrede la moral. La ética es la ciencia que se ocupa de la moral del actuar humano[4]. Nuestros actos pueden ser buenos o malos. Los buenos educan y estimulan sirven de ejemplo. Los malos son argumento para el escarmiento, la sanción moral y penal.
La ética y la moral, la enseñanza de la deontología profesional no son un curso de relleno en la vida universitaria. Son práctica cotidiana. El ejercicio de la libertad humana requiere de ese componente reflexivo de la genuina calidad humana. Muchas veces la manipulación publicitaria exalta y construye perfiles humanos exitosos sobre la miseria humana de criaturas contrahechas y sin moralidad. Las virtudes humanas permanecen relegadas y ocultas frente al esplendor pirotécnico y repentino de figurones de relumbrón que finalmente desaparecen sumergidos en sus miserias. El hedonismo una característica de nuestro tiempo es el endiosamiento de la apariencia frente a la contundencia de la esencia. Ser es distinto que aparecer. El ser es esencial. La apariencia (Del lat. tardío apparentia) dice el diccionario: Cosa que parece y no es. Ese no ser es el sello de la inautenticidad. La ética es esencial en todas las actividades humanas. Nos ayuda a ser mejores personas.
Como señala Alfonso Quiroz el manejo corrupto de las finanzas y la economía peruanas han dejado una profunda huella en la vida nacional. “El costo de la corrupción para el desarrollo económico y social peruano en su historia republicana ha sido estructural y consistentemente alto o muy alto, pese a las variaciones cíclicas. Considerando que para alcanzar un crecimiento autosostenido se requiere de una tasa de crecimiento medio anual del PBI de entre 5 a 8 por ciento en el largo plazo, debido a la corrupción sistemática y descontrolada, el Perú perdió o distribuyó mal el equivalente de aproximadamente el 40 a 50 por ciento de las posibilidades de desarrollo”[5]. Como bien señala Rodríguez Luño preservar el derecho a la propiedad “no es la canonización de la avaricia”[6]. Sobre todo cuando la esperanza de los pobres del país se añicos.
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1] Diccionario Enciclopédico de TEOLOGIA MORAL. Honor, Babbini.L p.461 yss, Ediciones Paulinas, 1974
[2] Diccionario Enciclopédico de TEOLOGIA MORAL. Honor, Babbini.L p.461 yss, Ediciones Paulinas, 1974
[3] REYES Gerardo, PERIODISMO DE INVESTIGACION, Editorial Trillas,1996.
[4] RODRIGUEZ LUÑO Ángel, ETICA, EUNSA , 1989
[5] QUIROZ W. Alfonso, Historia de la Corrupción en el Perú, IEP, Lima, 2013.
[6] RODRIGUEZ LUÑO Ángel, ETICA, EUNSA , 1989