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Sáb, Abr

El otro bicentenario: el poder de nuestras pequeñas acciones

Nelson Peñaherrera
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ERP. El 4 de enero hace doscientos años, la ciudad de Piura juró su independencia de España tras haberse declarado preliminarmente en Huaura (Lima), luego Tacna, luego Chiclayo y más recientemente Trujillo (todas en 1820). Para variar no fuimos los primeros pero al menos no nos restamos de la gesta que tuvo su primer momento cumbre el 28 de julio de 1821 en la ciudad de Lima, y el siguiente, tres años después, en Junín y Ayacucho.

Por: Nelson Peñaherrera Castillo

Si alguien ha visitado la iglesia de San Francisco en el centro histórico de Piura, habrá notado que casi todas las bancas tienen inscrito “1821”. Si nadie te respondió por qué, podría estar relacionado a un episodio que se sumó a la gesta independentista del Perú. En ese templo católico de la calle Libertad se dio un grito emancipador que fue parte de todo un proceso que duró casi 45 años desde la rebelión de Túpac Amaru II (1780) hasta la capitulación en la Pampa de la Quinua (1824).

Claro que a nivel político, la República del Perú no es que haya sido un dechado de democracia. A decir verdad, nuestra historia postindependencia se parece muchísimo a nuestra realidad política actual: conspiradores, polarizadores y toda una estrategia de zancadillas legales y violentas que en realidad se enfocaron más en un ‘quítame allá estas pajas’ que en la consolidación de un modelo próspero y progresista. Quizás la agenda urgente es deshacernos de los caudillos para construir mejores instituciones.

Doscientos años después, entonces, libres lo que se dice libres no estamos, y no hablo solo a nivel político necesariamente que, ya vimos, es un lío aparte, sino sanitario, y ya sabemos de sobra por qué. Como decía una colega peruana en Los Ángeles (Estados Unidos), la pregunta no es si oíste que alguien enfermó o sucumbió por la Covid-19, sino si eso pasó en ti o en tu círculo cercano. A todos y todas nos ha tocado.

Como te compartí en esta columna, en mi caso yo sí perdí a un tío quien se colocó en primera línea para salvar vidas, y varios familiares, amigos cercanos, fuentes, conocidos se han contagiado o ahora mismo están contagiados. Y apuesto que en tu círculo personal pasa exactamente lo mismo, no importa el lugar del mundo donde me leas.

Durante casi todo 2020 hemos aprendido que la mejor forma de ser otra cifra en el conteo de infectados por coronavirus es hacer de cuenta que no existe, creer que tienes una super inmunidad si acaso eres consciente que existe, o negarlo todo radicalmente. De infectado a fallecido bajo esos presupuestos hay un solo paso; remontar como un recuperado implica bajarle a la soberbia y dejarse guiar por la ciencia como camino seguro a una segunda oportunidad, no tan saludable como la previa pero al menos con vida.

Las noticias de las últimas semanas dicen que el llamado enemigo invisible se ha reforzado, ha mutado y se ha vuelto más contagioso aunque falta determinar si eso puede disparar su letalidad o afectar de alguna manera la recuperación. Y a falta de una, ahora se reconocen dos variaciones: una británica y otra sudafricana, y ya se están diseminando por el mundo incluyendo las Américas. Chile y Brasil ya la reportaron, y aunque oficialmente las autoridades peruanas no tienen evidencia genética, nada descarta que ya pudiera estar en territorio nacional.

Lo que sí es cierto sobre datos oficiales del Ministerio de Salud es que, en términos globales, la cantidad de casos activos sigue disminuyendo. Hemos cerrado 2020 con alrededor de 25 mil (al 31 de diciembre registrábamos más de un millón 15 mil casos acumulados), aunque el departamento de Piura sigue aportando la mitad de ellos. En cuanto a tendencias nacionales generales, los contagios parecen disminuir (18,4% y bajando), los decesos de todos modos se elevan de a pocos (3,72% por dos semanas seguidas) y la recuperación continúa (93,4%) pero hay días con unas frenadas en seco bárbaras y algunos en que el crecimiento es negativo.

Sumemos a todo esto el asunto de las reinfecciones: si ya te dio Covid-19, y no te has cuidado incluso luego que tuvieras un diagnóstico negativo, podrías volver a contagiarte aunque desarrolles o no los síntomas. Claro que los casos probados en nuestro país se cuentan con los dedos de la mano, pero consideremos que ésos son los que rastrearon las autoridades. En toda la estadística, el subrregistro sigue siendo una preocupación para todo el mundo… para todo el mundo que ha tomado consciencia del riesgo sanitario, quiero decir.

Puesto en perspectiva con lo que pasó en Perú hace doscientos años, lo que tenemos ahora es un ejército invasor que no amenaza a una sola nación sino todo un planeta, y a diferencia del que pudieron ver nuestros tataratatarabuelos, a éste no se le puede detectar a simple vista y solo se le puede reconocer cuando ya ha infectado a un huésped, el ser humano.

Si bien alguien con cierta paranoia lo quiera ver como una amenaza de una superpotencia (Trump, hasta ahora), la verdad es que es un riesgo comunitario que no requiere un gallardo libertador en un traje impecable y de estilo Michael Jackson pero en corte ‘slimfit’ sino de que cada uno y cada una se busque liberar a nivel personal y luego familiar (me refiero a parientes y amistades) de un virus que nos confina pero que también ha demostrado no ser tan invulnerable como le creíamos al principio.

Si la izquierda radical peruana ya no mete sus manos donde no la llaman (cosa que veo imposible), la ciencia ya ha desarrollado vacunas que no curan la infección pero sí previenen que si ésta nos ataca, no se desarrolle; ergo, no nos enferme como le ha pasado no solo a quienes no vemos sino a quienes queremos. Claro que, al menos hablando de Perú, tomará tiempo hasta que podamos ‘armarnos’ de esa manera, pero su presencia, como dicen especialistas, ya es una luz al final de un largo túnel que todavía debemos recorrer. La buena noticia es que ya hay cuatro posibilidades aprobadas más una que todavía no queda claro si es propaganda o realmente funciona.

Esto sumado a las tres reglas de oro que nos han mantenido a salvo –lavarnos las manos, ponernos mascarilla correctamente, alejarnos a dos metros del resto de la gente--- en cierto modo nos da un grado de heroicidad. El solo hecho de preservar nuestra vida permite que preservemos las del resto. O sea, ponte a pensar: ¿cuántas vidas has salvado a lo largo de la pandemia con ese simple gesto?

La matemática más simple en torno a la emergencia sanitaria dice que cuando una persona se infecta, es capaz de contagiar a las tres más cercanas, y éstas a su vez a sus tres más cercanas. No, no estamos hablando de siete infectados más; si uno infecta a tres, tenemos cuatro, y si cada uno de esos cuatro infecta a otros tres, tenemos sesenta y cuatro más. La operación se llama potenciación, digo, por si alguien quiera matar el tiempo un rato.

Pues bien, si esa persona no está infectada y mantenemos la misma tendencia geométrica del párrafo anterior, no es que infectó a cero personas (porque no está infectada), sino que salvó la vida de sesenta y cuatro personas (casi 13 hogares nucleares promedio). Y si todas ellas hacen exactamente lo mismo… bueno eleva 64 al cubo y tendrás la respuesta. Pista: es un número mayor a un cuarto de millón (referencia: el área metro de Sullana tiene 210 mil vidas, estimado a 2020).

Los tiempos cambian, y obviamente en la época de San Martín y Bolívar no solo se llamaba héroe o heroína a quien empuñaba un arma (y la sabía usar), quien montaba el caballo (sin que éste lo tire a medio camino) y se enfrentaba al enemigo; eran héroes y eroínas todas las personas que se sumaron a la causa y con pequeñas acciones, desde mantener los flujos de información segura, alcanzar la comida, curar las heridas y hasta zurcir los uniformes rotos hicieron su parte.
Esos simples gestos construyeron no solo nuestra nación sino todas las naciones que lucharon por su libertad. Doscientos años después se nos vuelve a pedir la misma cuota de pequeños gestos para conseguir no solo la independencia de una nación sino la de todo un planeta.

Aparte de las tres reglas de oro, qué tal apoyar la logística cuando lleguen las vacunas (si llegan), o al personal de salud, o permitir que haya conectividad tecnológica para que niños, niñas y adolescentes accedan a la educación remota, o hasta rumiando bien echado en tu sofá compartiendo información válida y no bulos mediante tus redes sociales. O si te toca la vacuna, ¿Qué tal si pones el hombro, literalmente hablando?

Esas pequeñas acciones suman, y te prometo que si nuestros Padres Fundadores nos vieran haciéndolas, sonreirían de orgullo, quizás llorarían de la emoción, sentirían que el esfuerzo que comenzó en Venezuela y Argentina y se consolidó en Perú tuvo sentido. Ellos ya tuvieron su oportunidad; ahora es la nuestra: seamos libres por enésima vez, seámoslo siempre. ¡Y bienvenido 2021!

[Opina en mi cuenta de Twitter @NelsonSullana usando el hashtag #columnaNelson]

Diario El Regional de Piura
 

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