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Vie, Abr

Donde acaba tu necesidad, comienza la mía

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. El martes nos tocó viajar a Tambogrande para realizar unas coordinaciones, así que tomamos los colectivos que suelen estacionarse en la Calle Cinco, en el barrio Buenos Aires, aquí en Sullana. Ya habían dos pasajeros, y con nosotros éramos cuatro. Aunque queríamos sentarnos juntos para conversar en el camino, no se pudo, así que solo había sitio atrás y en el copiloto. Los ocupamos, pero el carro no salía: “falta un pasajero”, nos dijo el llenador.

A ver, a ver, aver: recordemos el Reglamento de Tránsito por un instante, particularmente lo que dice respecto a cómo se disponen los pasajeros dentro de un auto. Hasta donde conocemos, indica que atrás van tres, uno va adelante, y aunque el cinturón de seguridad debería ser usado por todos, es obligatorio para piloto y copiloto. Pero en la lógica del llenador y de toda la gente que ofrece el servicio, adelante van dos compartiendo el único asiento del copiloto (lo que hace imposible usar el cinturón de seguridad), y en la maletera, los que entren.

Cuando mi acompañante (que, a pesar de ser bien sullanero tiene un poquito de acento extranjero por haber vivido algún tiempo fuera) le observó ésto al llenador, su respuesta nos dejó sorprendidos: “Así es acá”. Analizemos lo que dijo este hombre quien, como todas las personas de bien, se gana la vida trabajando honradamente. En buen romance, nosotros actuamos con nuestras propias reglas en este pedazo de la ciudad de Sullana, no con las reglas de la República del Perú. Que me perdonen los vecinos de la Calle Cinco –donde además tengo grandes amigos-, ¿pero desde cuándo y por orden de quien ese espacio goza de extraterritorialidad jurídica? Quiero decir, ¿no hay ley que valga en ese fragmento de nación peruana?

Ustedes dirán: ya pues, Nelson, siempre tomas el servicio, ¿y recién te quejas? Sí, es cierto. Pero a veces necesitas que un tercero no familiarizado con tu ambiente opine para que te des cuenta dónde están tus errores, por no decir negligencias. Además, es cierto que la carretera entre Sullana y Tambogrande es una de las que registra más accidentes de tránsito dentro del departamento de Piura, y la mayoría de ellos involucrando a estas unidades de transporte.

Entonces, es obvio que tenemos un problema y un círculo vicioso: los operadores del servicio podrían acatar la ley, pero aumentarían el precio del pasaje; si lo hacen, viaja menos gente, o iría a un paradero donde le cobren los seis soles o menos que cuesta salir de allí, aceptando ir de cualquier forma con tal de llegar rápido y barato. Y por el otro lado, claro está, tenemos el cuidado de la vida humana. Si alguien tiene la solución al dilema que deje contentas a todas las partes, se agradecerá mucho.

nelson pc columnista

Por esos mismos días, el alcalde provincial de Piura, Juan José Díaz, recuperaba la zona del Mercado Modelo anteriormente llena de ambulantes, lo que representaba un riesgo en caso de alguna emergencia. Recordemos que cualquier aglomeración humana en desorden mata más que un incendio o un sismo, que serían las emergencias más posibles de ocurrir en nuestro medio.

Los ambulantes, como es lógico, se han opuesto y han lanzado el clásico “es que no tenemos dónde trabajar” con tal de justificar su permanencia. Y volvemos al dilema: ¿y la protección de la vida humana? “Pero tenemos que trabajar, señor”, me replicaría cualquiera de ellos. Igual, más allá del desalojo, ¿qué hacemos si vuelven a ocupar desordenadamente cualquier espacio público?

Decenas de kilómetros al noroeste, en el distrito paiteño de La Huaca, los pobladores miraban con terror cómo una masa de agua negra avanzaba hacia el río Chira, y sobre la que nadie dijo ‘ese efluente es mío’. Y mientras los vecinos de Macacará, quienes denunciaron el hecho, la prensa y el Organismo Especializado en Fiscalización Ambiental trataban de hacer cada quien su parte para evitar un daño al valle del Bajo Chira, un insólito alcalde distrital Juan Acaro salía en RPP Piura diciendo que solo era “agua con cenizas”. O sea, tú sabes, hermano, una cosita de nada, ¿manyas?

No sabemos, y es un expediente no-tan-secreto X, si el alcalde se dio cuenta que todos teníamos una cara de terror, incluyendo al presentador Éder Alzamora, escuchando cada una de sus palabras. Como dijo una de mis seguidoras en Facebook (residente en Lima), “a ver, que se la tome él para ver si no le hace daño”.

Y regresando a Sullana, un problema, porque ya se hizo un problema, sobre el que ninguna autoridad toma control: los parlantes de los vendedores ambulantes de la ciudad. Lo que al inicio parecía una forma graciosa de hacerle publicidad al negocio propio, ahora se ha convertido en un problema de contaminación sonora, al punto de que ya se están produciendo las guerras entre vendedores que coinciden al mismo tiempo en la misma calle, y en su afán de ganarse clientes, pasan sus avisos por el altoparlante al mismo tiempo, aturdiendo al vecindario.

Por lo menos en mi calle, los vendedores de pescado y los de champú de piña y arroz con leche ya entraron en esa nota. Y peor aún, nadie les compra en mi calle excepto un vecino que un fin de semana sí y otro también nos tortura con sus fiestas a todo volumen –otro problema de contaminación sonora-, por lo que no contentos con pasar una sola vez, ahora pasan dos y hasta tres veces durante la misma mañana o tarde.

Ojo, mi lío no es con los vendedores ambulantes, quienes tienen todo el derecho de pasar por mi calle cuantas veces les pegue la gana. Mi lío es con sus altoparlantes, con los niveles o volumen que les dan cuando pasan. Digo, también pasa el señor que vende ¡paltaaaaaasssssssssssss! Y el de los ¿chocloooosss!, y a pura garganta tienen más compradores que los de los altoparlantes (mi madre incluída). Conclusión preliminar: el pregonero clásico nunca pasará de moda (aprende Instagram).

Confieso que no le he preguntado a ninguno de los ambulantes con altoparlante si alguna vez han pensado en bajarle o prescindir del accesorio, pero presumo que podrían salirme con respuestas del tipo “es que si no, nadie me escucha”, o “es que ya gasté en mi spot”, o “es que así me diferencio”. Ya, todo puede entenderse; pero, ¿y la tranquilidad del vecindario, qué? ¿Dónde queda su salud auditiva, sin hablar de la salud mental que ya es otra jarana? Porque no hay nada peor que llegar a, o estar en tu casa, estresado o estresada, y de pronto pasa el altoparlante a todo volumen. Lo que te provoca es salir pero a desmontárselo y hacérselo añicos, lo que generaría otro conflicto. Y ésa es la palabra clave aquí.

Partamos de la idea que vivir en comunidad, o en sociedad en último caso (no son lo mismo), comienzan con consensos mínimos; y uno de ellos dice que tu derecho acaba donde comienza el derecho de la otra persona. Así: donde acaba tu derecho al trabajo como chofer, comienza el derecho a la vida de tu pasajero; donde acaba tu derecho al trabajo como vendedor, comienza el derecho a la vida y la seguridad de tu comprador; donde acaba tu derecho a hacer empresa, comienza el derecho de que la gente a tu alrededor no sea impactada negativamente por ti (y que tengas aunque sea diez centavos de sentido común); donde acaba el derecho a la libre expresión, comienza el derecho a la tranquilidad del resto.

Ése es el secreto de la vida en comunidad o sociedad: que cada quien (incluso niños y niñas) tiene una parcela que le es propia por derecho innato o adquirido, y el resto se la tiene que respetar; y lo mismo con tu parcela, la que el resto tiene que respetar. No hay mucha filosofía aquí: respetas para que te respeten, como diría la abogada cubana Ana María Polo. Si no entendemos esa reciprocidad en la gestión y la defensa de los derechos –otra palabra clave: reciprocidad- y creemos que podemos subvertir el orden –otra palabra clave: orden- cuando nos dé la gana, entonces es cuando necesitamos que algo nos reorganice o nos ponga en vereda otra vez. La ley, en este caso.

La ley es ejecutada por una autoridad. De los cuatro casos que te expongo esta semana, hay uno solo donde se nota la presencia de una autoridad. Sí, el segundo caso. ¿Y qué pasó o qué pasa con los otros casos? ¿Esperaremos víctimas o nuevas víctimas para recordar que teníamos una obligación que cumplir? Y si piensas que los cuatro casos no están conectados, perdona, yo no soy el del problema.

Sé que algunas personas en nuestras comunidades lucran generando conflictos, como que también sé que el poder de los consumidores es más fuerte que el más retorcido deseo de cualquier empresario, y sé que el poder del electorado pone de rodillas hasta a la más cínica autoridad. La pregunta para reflexionar es por qué tenemos que seguir jugando un juego que no nos gusta. ¿O también tenemos una justificación, como la ley del mínimo esfuerzo?

Que los transportistas a Tambogrande, o a donde sea, nos sigan llevando de forma presta, oportuna y segura; que nuestros caseros y nuestras caseras nos sigan vendiendo los productos de nuestra preferencia, pero garantizándonos que si algo surge por emergencia, hay un plan que nos ponga a salvo a todos y todas en absoluto; que las empresas en nuestro medio sean recontraprósperas, pero evitando dañar a sus vecinos; que los vendedores ambulantes sigan desplegando su creatividad con sus pregones y que sigan llegando a nuestras calles, pero que lo hagan respetando la tranquilidad de nuestros cerebros y nuestros oídos.

Si partimos de esos consensos mínimos basados en la reciprocidad y el respeto, apuesto que este espacio sería el mejor lugar del mundo para vivir. Depende de ti y de mí.

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Diario El Regional de Piura
 

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