ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. El 30 de mayo de 1867, Ramón Castilla, el prócer de la independencia peruana, y varias veces primer mandatario del Perú, pasó a la inmortalidad. Ese día Ramón Castilla entregó su alma al creador, y con toda seguridad, los guardianes de la épica inmortal guiaron su alma que se encontró con la eternidad en el cielo y en la tierra. En la tierra, porque su huella profunda lo llevó a protagonizar sucesos que han quedado para siempre en la memoria de los peruanos.
Ramón Castilla nació en Tarapacá, jurisdicción del Virreinato del Perú, el 31 de agosto de 1797. Fue hijo de Pedro de Castilla y Manzano y de Juana Marquesado y Romero. Comenzó su carrera militar en el ejército realista, como lo hicieron muchos de los que después se consagraron como patriotas, por el amor que sintieron por la tierra que los vio nacer, aunque hubiesen militado en el ejército de la nación que dominaba políticamente en ese momento, en gran parte de las tierras americanas.
Al año siguiente de la proclamación de la independencia del Perú, Castilla se plegó al ejército patriota y contribuyó en la formación del cuerpo de caballería de la Legión Peruana, llamada después Húsares de Junín. Se destacó en la batalla de Ayacucho, en 1824. Siguió luego una ascendente carrera militar y política, participando en las guerras y revoluciones de la naciente República Peruana.
En 1836, poco antes del establecimiento de la Confederación Perú Boliviana, pasó a Chile, desde donde volvió con las expediciones restauradores que pusieron fin a dicho proyecto político, salvándose de esta manera la integridad del territorio peruano, que temporalmente se vio fraccionado con ese efímero proyecto.
Castilla fue ministro de guerra del segundo gobierno de Gamarra, a quien acompañó en la campaña a Bolivia, hasta su fin en la batalla de Ingavi en 1841. Tomado prisionero por los bolivianos, fue liberado al firmarse la paz en 1842, y regresó al Perú, que estaba convulsionado por la anarquía militar, desencadenada después de la proclamación de la independencia, que sumieron al país en una especie de guerra civil entre bandos de los militares que se disputaban la conducción política del naciente país independiente.
Por entonces, Ramón castilla se propuso restablecer el imperio de la Constitución y a las autoridades legítimas, encabezando una revolución constitucionalista contra el gobierno no legal de Manuel Ignacio de Vivanco, que triunfó finalmente en la batalla de Carmen Alto, en 1844. Tras el gobierno interino de Manuel Menéndez asumió la presidencia constitucional de la República en 1845, hasta 1851, seis años en total, en los cuales organizó al país y realizó muchas obras en todos los campos, con el respaldo de las rentas producidas por la riqueza guanera.
Han pasado 150 años de su muerte, pero la huella de Castilla quedó registrada para la Historia, se afirma no solamente que fue el mejor presidente del Perú del siglo XIX, sino uno de los mejores de toda la historia republicana, y así se le recuerda en los anales de los fastos de nuestro pasado.
Con Castilla, el Perú entró en una etapa de paz y progreso interno, de poderío y de prestigio internacional. Su sucesor, Rufino Echenique, no siguió esta política, y en su gobierno estalló el escándalo de la consolidación de la deuda interna; Castilla encabezó la llamada Revolución Liberal de 1854, desde cuyo protagonismo decretó desde Ayacucho la abolición del tributo indígena, el 5 de julio de 1854; y en Huancayo, la libertad de los esclavos negros , el 5 de diciembre del citado año, con un decreto conocido ahora como “El Decreto de Huancayo”.
Triunfó finalmente en la batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855. Asumió entonces como Presidente Provisorio, apoyado por los liberales. Convocó a un Congreso Constituyente, que proclamó la Constitución liberal de 1856, lo que ocasionó la revolución conservadora de Vivanco, con una Guerra Civil de 1856 a 1858. Al finalizar este conflicto, Castilla, lejos de los liberales, convocó a un Congreso que lo ratificó por 4 años como Presidente Constitucional, el 24 de octubre de 1858.
Dicho congreso fue relevado de sus funciones, instalándose otro en 1860 de carácter constituyente, promulgándose ese año una nueva Constitución, la de mayor vigencia en la historia del Perú, ya que rigió hasta 1920.
En su segundo gobierno, Castilla siguió con la labor, modernizadora del país, defendiendo su integridad territorial durante el conflicto con el Ecuador de 1859 a 1860. Castilla gobernó en la época del boom del guano, que se había convertido en la principal fuente de recursos del Estado.
Fue elegido senador por Tarapacá y presidente del Senado en 1864. Ante el conflicto con España, criticó el Tratado Vivanco-Pareja, y fue desterrado en 1865 por el presidente Juan Antonio Pezet. Vuelto a Lima al año siguiente se radicó en su tierra natal, desde donde encabezó una revolución contra Mariano Ignacio Prado en defensa de la Constitución de 1860, promulgada durante su mandato.
Sus esfuerzos se truncaron, ya que pocos meses antes de cumplir 70 años, falleció en Tiviliche el 30 de mayo de 1867 a los 69 años de edad. El Perú lo recuerda como “Redentor del indio, y libertador del negro”, también como el “Fundador de la libertad de prensa”.
A 150 años de su fallecimiento Castilla es una figura de la historia nacional, sus restos descansan en el santuario patriótico, Panteón Nacional de los Próceres de la Independencia, donde el 30 de mayo pasado se llevó a cabo una impresionante ceremonia, organizada por el Instituto Libertador Gran Mariscal Castilla, que preside el general Hermann Hamann Carrillo, a la que asistieron castillistas, y público interesado en la memoria de uno de los más grandes peruanos de todos los tiempos.
Todo el Perú honra la memoria de Castilla, calles, parques, avenidas, bustos y monumentos le recuerdan a los peruanos la trascendencia del personaje. En Sullana hay una calle en el Barrio Sur, y una plaza y un busto en Sánchez Cerro. En Querecotillo, también en el barrio sur, a la entrada de la villa, hay una plaza con el busto correspondiente.