ERP/N.Peñaherrera. A mi juicio, es enfermizo pensar que lo ocurrido ayer por la mañana en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, en París, Francia, ocurrió allá tan lejos (o tan cerca si me lees en Francia) como París.
Nos pudo haber ocurrido dentro de nuestras ciudades. Nos pudo haber ocurrido dentro de nuestras casas, si es que ya ocurrió o está ocurriendo.
Estos días hemos tenido titulares inevitables donde gente con total desprecio por la vida humana la han cegado sin más, porque les pagaron o por cualquier otra razón: un asesinato no se justifica por nada.
Y la vida es vida sin importar el lugar del mundo donde nos encontremos.
Lo de ayer en París fue un acto terrorista, es decir, algo preparado para utilizar el miedo como herramienta de control o de sojuzgamiento.
¿La delincuencia que vivimos acaso no trata de controlarnos mediante el miedo?
¿Acaso no tiemblas, o sientes temor al menos, cuando ves un arma de fuego o una cortante? Si no lo tienes, algo bien malo está pasando por tu cabeza.
Pero no son las únicas maneras de emplear el terrorismo a niveles públicos. También lo podemos tener en casa, en la escuela, la universidad, el instituto o el trabajo.
Basta con un tono de voz por encima de los límites normales, basta con una mirada capaz de deshollar, basta con una expresión lesiva, basta con un dedo señalando amenazadoramente a falta de argumentos y seguridad.
Si no las reconocemos como maneras de imponer poder mediante el terror, el temor o lo que se le parezca, y no lo acabamos de raíz, estamos avalando lo que nos daña y lo que daña al resto, incluyendo esas doce personas que fallecieron asesinadas en París.
Minimizarlo nos hace simbólicos y simbólicas cómplices de homicidio con agravantes.
Necesitamos sanar urgentemente. Necesitamos comovernos. Necesitamos sentir que el luto de allá también puede ser el luto de acá.
Necesitamos... solidaridad y humanidad.
Pongámonos de pie.
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