ERP/N.Peñaherrera. Lo ocurrido con la revista Charlie Hebdo, la mañana del miércoles, por lo menos en mi entorno más cercano, ha abierto dos posturas claramente definidas: la de solidaridad total y la de no fue justo matarlos pero se lo buscaron.
Analicemos la segunda posición
Si bien agarrar una metralleta y repartir bala no fue la réplica más civilizada a la sorna con que los caricaturistas se expresaban, lo cierto es que el estilo de expresión exponía a tales profesionales a que cualquier persona incapaz de dialogar o debatir acuda a la violencia como su último recurso.
Y aquí viene un viejo dilema para los medios de comunicación: el autocontrol de los contenidos.
¿Cuáles son los límites para informar?
La respuesta general es que el derecho a informar muere cuando la información no es de carácter público o cuando su difusión lesiona algunas salvaguardas como la seguridad nacional.
Pero incluso estos espacios se difuminan cuando se mal emplean para encubrir cosas que realmente afectan al público.
Entonces, el medio tiene que hilar fino para saber por dónde pisar con tal de decir lo que tiene que decirse sin que eso se le vuelva en contra.
La verdad es que estos puntos serán fuente de eterna discusión en los medios, las escuelas de Periodismo y ciertos entornos más o menos informados de la opinión pública.
Y volvemos al inicio: ¿dónde están los límites?
Por lo menos una cosa sí le queda clara a mi entorno más cercano: cuando la persona que te contradice está preparada para que la contradigas, y puede sostener ese cruce de ideas de forma inteligente, lo que consigues es más unión, mayor confianza y hasta nuevos conocimientos.
Pero ir con la pierna en alto es la mejor manera de perder soga, cabra, cabaña y hasta respeto.
Y encontrarte con uno de esos y esas congéneres sí que es como encontrar la aguja del pajar.
Pero, ánimo: sí existe. Me consta.
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