ERP/N.Peñaherrera. Hace una semana observábamos el Día Mundial de Lucha contra el VIH/SIDA. Ayer una persona me contó que, sin querer queriendo, oyó una charla entre dos obstetras (usualmente les decimos obstetrices, pero un compañero mío dice que está mal empleado... ¡que alguien me explique!)
Las profesionales comentaban algunos pormenores de la campaña de tamizaje que realizó la Dirección Regional de Salud.
Una le decía a otra que vio estupefacta cómo dos chicos gays se acercaron a la consulta. Ambos dijeron ser pareja.
Tras la prueba rápida, descubrió que uno de ellos está infectado con el VIH, entonces procedió a examinarlo con mayor detenimiento para ver si encontraba otras lesiones.
La ¿profesional? Subrayó que tuvo que ponerse doble guante de látex para auscultarlo, y lo dijo alegremente como quien te comenta que para caminar pones un pie delante del otro, y el otro delante del anterior... pero, ¿los aspavientos de la especialista en salud –aparentemente- están justificados?
Un o una obstetra, tomando como referencia el que conocemos aquí en ERP, es la persona que estudia a profundidad la salud sexual y reproductiva de las personas con todos los problemas que acarrea. Y estudia tanto que se vuelve una autoridad en la materia (capaz, incluso, de superar los 15 mil hits en Internet) que sabe al dedillo cómo actuar cuando aparece una condición de salud y cómo transmitírselo al paciente para que decida un curso de acción correcto.
Según la persona que me contaba el episodio, la obstetra cometió doble falta: exageración en el protocolo para examinar a un presunto infectado (doble guante, aún sin tener la certeza de un Western Blot) y la homofobia, que, de por sí, ya condiciona su modo de tratar a la persona, y que configura una conducta discriminatoria, que si el paciente es algo avivado, podría elevar al Colegio profesional correspondiente para que sirva de escarmiento.
Lo peor, según mi fuente, es que su otra colega avalaba cada razón "científica" esgrimida por la primera.
"¡Son un par de taradas!", exclamó indignado.
No es el único caso.
Me contaron que una enfermera en Santa Rosa lanzó un comentario despectivo contra pacientes seropositivos, también sin querer queriendo, hasta que se dio cuenta de la babosada que había lanzado y se puso de todos los colores: estaba rodeada de, precisamente, pacientes seropositivos.
Otra perla, aunque no de personal de salud: la encargada de repartir suplementos nutritivos en una parroquia de Piura decidió que no iba a atender a un paciente con una orden del médico, sin tener una base sólida más que sus ganas de no hacer nada.
Como vemos la taradez no ataca a un par sino a un grupo significativo de personas que, en teoría, tienen la capacitación y el conocimiento suficiente para saber dónde sí hay riesgo para su salud, o dónde no lo hay; pero tal parece que aquello que saben solo sirve para dar una imagen, una careta, algo para engañar al enemigo... ¿y el enemigo es el usuario de los servicios que proporcionan?
Lo peor de todo no es la incoherencia profesional, sino que si algo tenemos los piuranos y las piuranas es que somos super susceptibles para percibir los reales sentimientos de la gente. Que nos hagamos los tarados y las taradas es también una careta, pero de tarados y taradas no tenemos un solo pelo.
Y pensar que este personal de salud suele mirar al resto por encima de su hombro. ¡Acomplejados! Su ignorancia y su prejuicio son tan inconmensurables como la indignación y el rechazo que nos deben producir sus actitudes.
Siete años más cursos y talleres ¿para qué? ¿Para portarse como un par de taradas? My God!
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