ERP/N.Peñaherrera. Hace poco, un colectivo de artistas de la ciudad de Piura, Dignidad Cultural (cuyo acrónimo suena a una famosa ballena de la literatura), me pasó una nota donde se anuncian y protestan por el maltrato del que suelen ser objeto.
Resulta que se convocó a una de esas famosas actividades, mal denominadas Fest, para presentar a grupos de rock de la capital departamental.
Se prometió premios, pero éstos jamás se entregaron a pesar del anuncio público.
A ver, revisemos todo desde el inicio.
Dignidad Cultural está conformado por un variopinto núcleo de artistas de diversos soportes, tendencias y pensamientos. Eso me parece positivo, pues, como me dijo un colega, los artistas suelen estar cargados de tales egos que ni san Martín de Porres sería capaz de reunirlos durante un minuto sin que terminen torciéndose la jeta.
Por lo tanto, son incapaces de unificar sus demandas y las autoridades les hacen caso del mismo modo que se atiende a un gato fotografiado en la pared.
Entonces, primer punto a favor.
Lo segundo es hacer causa común para pedir respeto a los suyos. Definitivamente, lo suscribo, pues debemos erradicar esa horrible costumbre de prometer, prometer y no cumplir.
Esto implica fiscalizar más duramente a ciertos promotores de eventos 'culturales', que debería ser extensivo para ciertos tontos útiles que suelen hacerles la segunda voz mediante las redes sociales. A mí me suena que todos son parte del mismo presunto esquema casi delictivo.
Otro punto a favor.
Finalmente, quiero que reflexionemos sobre el nombre del colectivo. Un artista es una persona que usa su inspiración para que tú y yo activemos la nuestra, y caigamos en la cuenta de nuestra realidad desde una óptica distinta pero tan útil como las de cualquier otro especialista que no pinta ni rayitas ni palitos.
Los y las artistas son componente clave del tejido social de nuestras comunidades, pues nos educan a canalizar nuestros sentimientos y esperanzas a través de simbolismos que perduran y que llamamos arte. Ahí radica su dignidad.
No son la última rueda del coche, no son una maldición familiar, no son personas que harán del ocio su forma de vida, no son borrachos o drogadictos (en principio) que hacen ruido o trazos: son profesionales que nos educan de forma complementaria a las ciencias y las humanidades clásicas.
Ojalá que este colectivo no sea flor de un día, brizna que quiso sobrevivir en invierno, luz de vela que se apaga al primer ventarrón.
Ojalá que tampoco se le ataque por reclamar lo justo.
Ojalá que su ejemplo se imite en otras localidades, donde con el cuento de las corrientes divergentes, uno o dos infelices lucran a costa de la desunión egoísta de personas a las que debemos agradecer que somos más que centros comerciales: somos civilización y cultura.
(Sigue al autor en Twitter como @nelsonsullana)