Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Como muchos y muchas de ustedes, el domingo 7 de julio me puse frente al televisor para ver la final de la Copa América 2019, cuyo improbable escenario para todo el mundo, incluyéndonos a pesar de nuestras buenas intenciones, era que Perú se enfrente con Brasil. Conocemos el resultado: somos subcampeones, y siempre nos quedó el sabor de que podríamos haber ganado el primer lugar, solo que nos faltó táctica y nos sobró tensión.
Yo no diría que fue falta de estrategia porque nos hemos enfrentado a combinados mucho más compactos –el propio Brasil entre ellos- y con un alto historial de triunfos –Chile por su lado- con resultados dispares. Brasil nos goleó en la primera ocasión y a chile lo terminamos sacando de la Copa. Veamos: el mismo equipo, mismo estilo de jugar (a decir de los conocedores más de fulbito que de fútbol), mismo director técnico, casi las mismas canchas. Aparentemente todo en nuestra ecuación parece estar en orden; entonces, ¿qué falló y qué funcionó?
Para mí, la clave estuvo en el partido con Chile, y quiero dejar sentado que mi análisis no pretende ser deportivo porque no es mi campo y respeto mucho al periodismo serio que se especializa en deportes, el que puede tener mejores análisis que los míos, definitivamente. Yo quiero irme por el lado del sentido común. Entonces, volvamos al encuentro de Perú contra Chile cuando la blanquirroja le metió tres goles a la roja (que después se puso blanca del desconcierto).
Aquella noche, Chile salió a ganarle a Perú, pero no salió a ganarle tácticamente sino ensoberbecidamente (que no es lo mismo que soberbiamente, ni a palos). Y aquí me parece que está nuestro factor X: la actitud. Chile se confió de la estadística, el historial, la psicología del grupo peruano, sus propios antecedentes en la cancha y cometió un error garrafal: ver al oponente por sobre el hombro. ¿Resultado? Ahí lo tenemos. No creo que haya que filosofar demasiado al respecto.
Entonces, ¿qué error cometió Perú con Brasil? ¿Mirarlo por encima del hombro? No. Ése no fue nuestro error, o mejor dicho sí pero en la antípoda: sentirse abrumado por el oponente. Entonces, Perú jugó de la manera más dispersa posible, con ciertos individualismos que, sabemos, no son el estilo que nos caracteriza (la prensa internacional especializada se cansó de calificar el modo peruano como un “toque solidario” a pesar del destaque de Guerrero), y al estar incómodo en su propia zona cómoda, se hizo tan vulnerable que todo resultó en el tres a uno que, apuesto, a más de uno le sigue doliendo porque pudo irse a penales. Y no me digan que no; solo apliquen sentido común, insisto.
Ahora bien, ¿por qué le falló la actitud al Perú? Para mi buena suerte, tanto el día de la final como la noche del partido contra Chile, estuve acompañado por uno de mis primos que le encanta el fútbol y sobre el que tiene mucho espíritu crítico, y un colega amigo mío que es lo que llamaremos el hincha incondicional que juega de zaguero izquierdo. Además, el día de la final estuvo presente mi hermano menor que aparte de ser crítico e hincha, juega bien al fútbol, al punto que hasta tiene sus lesiones deportivas y toda la nota. O sea, ni la radio ni el canal oficial tenían un panel con el que pudiera hacer retroalimentación en tiempo real e inmediato.
OK, OK, ya floreo menos, y paso más a la sustancia de la columna, que es lo que nos gusta a todos y todas. El consenso del panel ad-hoc en la sala de mi casa es que Perú juega bien, si no, no hubiera llegado a la final. Digo, quien crea que compramos al árbitro o a la gente del VAR, aparte que sería deshonroso, es monetariamente improbable porque nos enteramos esta semana que la Federación Peruana de Fútbol se endeudó con la gira brasileña, y los once millones de dólares de premio ayudarán a tapar huecos financieros.
El problema de Perú, y no solo de la selección, es que, teniendo talento, nos sentimos inseguros ante la posibilidad de triunfar, le damos mucho rodeo al asunto, no arriesgamos aunque tengamos área despejada, y perdemos valiosas oportunidades. Y no pasa con el fútbol solamente; pasa con nuestra vida. Dicho en sencillo: tenemos hambre de superación pero preferimos morir de inanición.
Hay varias razones en juego, pero yo creo que la más influyente ha sido el modo cómo nos criaron, tratando de construir zonas cómodas, como sabiamente pudieron hacerlo nuestros padres y nuestras madres, o quien haya tenido nuestra tutela. No digo que las zonas cómodas sean innecesarias o poco ideales; lo que digo es que nuestras zonas cómodas tienden a crearnos una mentalidad conformista, que nos lleva a contentarnos con lo que tenemos y listo.
Otra razón, y ésta es más de orden social, es que nos metieron en la cabeza que la ambición es negativa, cuando la verdad de las cosas es que la ambición y sus frutos no son ni positivos ni negativos. Entonces, ¿qué pasa con la gente que hace fortuna o éxito pisoteando o agrediendo al resto? Respuesta: son personas que han usado o están usando la ambición con una intención negativa, y aquí está otra vez el aspecto actitudinal.
Como en la teoría del cuchillo, no es bueno o malo el objeto por sí mismo, sino que la manera cómo el sujeto lo utilice, le da el carácter de bueno o malo. Ya lo expliqué antes por aquí, pero vale la pena traerlo otra vez a la discusión.
En este punto, ¿es bueno o malo el dinero, la fama o el poder? Respuesta: según la intención que tengas y el uso que decidas darle. Y la educación en la intencionalidad parte de la propia casa: los tan cacareados valores que exigimos a todo el mundo y que los consideramos perdidos, cuando el lugar donde jamás los hemos buscado fue en ese primer espacio donde nos hemos formado. Apuesto que si barres bajo la cama o la alfombra, segurito que están por allí todos apachurrados y aún por estrenar.
el tercer aspecto es cuánta resiliencia tenemos, esto es, cómo somos capaces de superar la adversidad y convertir la debilidad en fortaleza y la amenaza en oportunidad (no en oportunismo), algo que también he apuntado por aquí. O sea, cómo transformar lo malo en bueno. Sí, sí se puede aunque usted no lo crea. Por eso es que muchos y muchas admiramos a la selección, porque no viven lamentándose en cuán pobrecitos somos, y que mala suerte, y por qué me levanté con el pie izquierdo, o que me cayó la saladera. Es pasar la página y comenzar en hoja nueva.
Nuestro gran problema nacional es que no sabemos cerrar duelos o pérdidas, y siempre estamos haciéndoles “loop” o viviéndolos de la misma manera una y otra y otra y otra vez. Y muchas manifestaciones culturales se están encargando de meternos en la cabeza que somos unos reverendos inútiles, frustrados, fracasados, resentidos o incapaces de saber dejar lo que no nos hace bien (y sospechosamente nos tienen a los varones como público objetivo). Y en este punto, insisto, escuchen la mayor parte de cumbias que hay en el mercado, que nos lo subrayan, resaltan y ponen en negrita; agrégale cerveza y tenemos un Hiroshima en progreso. Como me dijo alguien, esa combinación no es pura coincidencia, ¿o no, Tony? ejem.
Al diablo si fallé. OK. Es aprendizaje, no un rato malo sobre el que tenga que meterle cuchilla cada que voy a la disco o al restaurante donde no me ponen otra porquería que la música tropical peruana. Perdonen, pero así de duras son las cosas, y si hay algún cantante o compositor de cumbia que me lee, hijito, no sabes el daño que nos estás haciendo. Sí, la tuya por si acaso.
Digo, si tanto queremos ver referentes, miremos al Brasil. Siempre nos sorprendemos de que pareciera que nunca están con depresión, nunca lloran, siempre andan de fiesta, y son las personas más desprejuiciadas del planeta. Es más: escuchen su música promedio y entenderán por qué el único que no encaja en ese país es Bolsonaro, su presidente. Y Brasil le refriega a su nación que todo el mundo puede triunfar dentro de su territorio como fuera de él (aconsejo poner el canal de la Globo Internacional o cualquier canal global de los países vecinos).
Eso es lo que se llama construir autoestima colectiva, y consolidarla de tal manera que se convierte en un activo fijo de alto valor en el entorno panregional o hasta global. O sea, ¿alguien ha investigado cuánta gente llega a ver el Carnaval? Claro que si algún o alguna turista va con una mente más crítica verá que los niveles de corrupción, delincuencia y problemas sociales que hay en nuestro vecino son “muito grandes”, incluso más que los nuestros. Solo que supieron venderse, supieron creérsela, supieron procesarlo, y saben cómo usarlo a su favor siempre que sea posible.
No digo que el Perú deba maquillar sus problemas, pero sí debería mirar más a sus potenciales e internalizarlos para convertirlos en ese aditivo al combustible que hace poco hemos descubierto: el orgullo nacional. Campañas como las de la Marca Perú han tratado de ir por esa línea; pero, ¿qué hicimos entre compatriotas? Le hemos visto cinco pies al gato, pero eso dará para otra columna. Finalicemos.
Entonces, en la medida en que superemos esa actitud tan “autoachicopalante” y la convirtamos en un “auto, chico, pa’ lante”, estaremos dando ese salto cuántico que tanto buscamos. Y si nadie nos quiere enseñar el camino, porque hay gente a la que no le conviene que lo hallemos, tengamos la iniciativa de buscarlo nosotros y nosotras por cuenta propia. Y aquí viene otra actitud que tenemos que desarrollar y que solo aparece declarativamente en nuestras hojas de vida: proactividad.
Además, aprendamos a identificar a la gente que también está empujando el carro en esa dirección. Como dicen los migrantes de Venezuela en Perú, “los buenos somos más”, y es una frase que deberíamos incorporar como un mantra. ¿O cómo creen que la bicolor llegó a una final? ¿Moviendo la nariz, cruzando los brazos o viendo si nos cae un huairuro del cielo? No, así no fue. Les apuesto todo lo que quieran a que así no fue.
En conclusión, queda claro que la chamba de cada quien es deshacerse de esas cosas que nos recuerdan que somos perdedores y perdedoras, quizás cambiar de círculo social por gente que no nos diga que somos buenos y buenas una hora sí y otra también, sino que nos estimule a que podemos hacer una pequeña buena acción cada vez porque nos da el puro gusto, y así ir deconstruyendo lo que no nos beneficia y construyendo lo que sí. De granito en granito, surgen esas hermosas playas con las que siempre hemos soñado. Ya pues, comienza con el primer granito. ¿Qué esperas?
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