Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Los audios con conversaciones telefónicas entre funcionarios de los tres poderes del Estado que se están publicando, y que faltan por publicar, obtenidos de una interceptación legal autorizada (dicen, a regañadientes) por un juez, nos confirman que la corrupción es un mal que no ha retrocedido sino que se mantiene enquistado allí donde se toman decisiones que nos afectan. No diría que aumentó o que disminuyó o que se mantiene; lo que tengo claro es que en estos tiempos ya no es tan privada como muchos y muchas quisieran creer.
Ah, detallito: la palabra es intercepción, no interceptación. Viene del verbo interceptar o bloquear algo antes que llegue a su destino. Si el verbo fuera interceptacionar, quizás estaríamos usando la palabreja que medio mundo emplea. Bueno, sigamos.
Es un tiempo de crisis más que sumamos a todas las crisis de gobernabilidad en las que vivimos desde hace poco más de un cuarto de siglo, y que resultan de algo tan simple de explicar como la soberbia de quien delinque, de quien piensa que puede actuar más allá de la ley y escapar a una sanción. Y el universo no es así: lo que haces tiene consecuencias; cuidas la calidad de lo que haces, lo mismo te vendrá como consecuencia.
Al margen de la filosofía y la ansiedad por saber quién será el próximo o la próxima a caer, creo que ésta es una excelente oportunidad para mirar hacia dentro, hacia nuestros espacios más cercanos, y analizar seriamente si acaso estamos abonando entornos donde también campea la corrupción. Puede que sea pequeña, pero es corrupción al fin y al cabo.
Un ejemplo clásico que suelo dar en una de mis conferencias es ese viejo consejo paterno de que "niño bueno o niña buena jamás dicen mentiras"; pero, cuando llega la señora que viene a cobrarnos la cuota o la deuda completa, les pedimos que nos nieguen a pesar que estamos detrás de la puerta. Puede que suene hasta a juego, pero lo que estamos enseñándole a la novísima generación es que la mejor forma de afrontar mis problemas es mintiendo y teniendo un cómplice que me permita mentir.
Y, si luego premiamos el favorcito de cualquier forma, ya estamos hablando de corrupción. Y si la conducta se repite y se retroalimenta, tengamos por seguro que cuando ese niño o esa niña lleguen a la adultez, mentirán con más facilidad que recitar el Padrenuestro. Y... mas líbranos del mal, ¿no?
Y si actuamos así en nuestro entorno, pero ante el público salimos a rasgarnos las vestiduras y acusar de corruptos y corruptas al resto, no reconociendo que también lo soy, lo que estaremos haciendo es formar una generación de cinismo, ésas que te quieren quemar vivo pero cuyos pecados acaso son miles de veces más atroces que los tuyos, y cuando se los señalas, o te los niegan con su mejor cara de gatito del Shrek, o te salen con éso de que "éste no es el punto a discusión", o aquéllo de "no me molestes que aquí mando yo".
Mi punto es que mientras pides descabezar a todos quienes están en esos tres poderes del estado, al mismo Estado, y sales con ese sonsonete (legítimo, ojo) de refundar un país, pero en casa no es más que aquéllo que condenas, entonces, ¿cuál es tu medida moral?
Si pides probidad en público, pero en casa no la practicas, ¿qué sentido tiene?
La reconstrucción de este país y la construcción de ese camino que todos y todas soñamos en el que Perú sea una gran y próspera nación no se mide por la potencia de tu protesta, sino por la calidad de tu propuesta. Y tu propuesta debería ser actuar en casa del mismo modo que quisieras que se actuara en los espacios públicos, en los que pides decencia, transparencia y respeto. Solo así tendrás cara para exigir lo que crees que nos hace falta. Fuera de esa regla, no aspires a mucho.
éste ya no es un tiempo para las incoherencias, inconsistencias y las inconsciencias. O empezamos desde dentro, o los episodios que tanto nos escandalizan -si nos escandalizan- se repetirán por siempre y para siempre hasta acabar contigo y conmigo.
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