ERP/Nelson Peñaherrera Castillo. Comenzando esta semana, un ‘vloguero’ (alguien que publica una bitácora en video, por eso la “v” inicial) dedicado a destacar clips absurdos habló muy en serio sobre quienes ven los programas de realidad de las tardes peruanas.
Expuso una tesis fascinante sobre el perfil del televidente de estos shows: para nada es ignorante, sino estúpido.
Hablando en definiciones simples, ignorancia es desconocimiento de algo, mientras que estupidez es deficiencia biológica o psicológica para entender algo ya conocido.
La primera se resuelve adquiriendo conocimiento; la segunda implica intervención terapéutica para suplir la incapacidad de comprender.
Quizás suene a insulto, pero si lo pensamos con cabeza fría a lo mejor es un diagnóstico.
Según el vloguero, no es que la gente que ve los ‘realities’ desconozcan qué están viendo; lo conocen perfectamente al punto de consentirlo y hacerlo parte de su vida.
Para muestra, puso alarmantes clips donde una niña lloraba porque sus padres la compararon a una de las modelos que trabaja en esos programas, y la menor soltó el berrinche no porque se sintiera ofendida sino porque se equivocaron de modelo (una que dijo que para cantar no necesitaba voz… plop).
Y ojo, no se trataba de padres e hija de lugares pobres sino de un nivel, digamos, acomodado y que no tuvo remordimiento en colgarlo en YouTube, aparentemente, no por ignorancia.
Este vloguero también dijo que el problema no es el contenido. Total, cada medio es libre de establecer su oferta, cosa en la que estoy de acuerdo, sino que estaba inadecuadamente programado, justo en horario de protección al menor (entre 6:00 a 22:00).
Y el otro problema no es cuánto cuerpo se muestra sino el morbo con que se muestra, criterio que también se aplica a la forma cómo se desarrollan las vidas de los personajes que allí participan.
Como él dice, el asunto no radica en cuántas marchas y boicots se hagan, sino en que cada quien piense cuál es su motivación para ver, dejar de ver o no ver (mi caso) estos programas, especialmente en la era de la multioferta de la televisión de paga, para quienes la tienen y la pagan. Y quienes no, allí está el canal del estado.
Más claro, consonancia cognitiva: el acto externo de nada vale si no es coherente con mi real convicción personal.
Este vloguero me deja interesantes preguntas sobre las que te invito a pensar sin apasionamiento:
- ¿En qué momento comenzamos a consentir la estupidez en nuestras vidas, especialmente en la era de la saturación informativa?
- ¿Quiénes son más estúpidos: los y las jóvenes que consumen estos programas o sus padres, madres y tutores que omiten orientarles?
- ¿Por qué los medios estarían ensañándose con la estupidez, acentuándola? ¿Para qué pescador estarían revolviendo el río?
- ¿Quién y por qué nos quiso vender ignorancia por estupidez?
- ¿Que me digan estúpido, en este contexto, es un insulto o un jalón de orejas?
- Yo creo que si eres ignorante, quizás te tomarías unos minutos para reflexionar detenidamente y caer en la cuenta de que algo raro pasa aquí. Si eres estúpido, bueno, hay opción de cambio, pero el caso podría requerir ayuda profesional urgente.
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