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Dom, Abr

Hacia una nueva normalidad de comportamientos ciudadanos diferentes

Editorial
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ERP. Hombres y mujeres nos hemos alegrado que la pandemia haya sido controlada, aparentemente, otros tantos, hemos regresado a la preocupación al conocer que un conocido, un amigo o un familiar, fue arrancado de este mundo por la peligrosa enfermedad. El COVID-19 aún sigue vivo y es una realidad, convierte en llanto la leve esperanza y nos hace volver a una situación indeseada.

Quizá las palabras que se utilizan no son las expresiones adecuadas para esta etapa. La nueva convivencia, no es el retorno a la habitualidad anterior a la pandemia, es otra de muchas medidas de protección y seguridad, para protegerse de un enemigo que circula, pero que no sabemos donde está, solo lo percibimos por sus consecuencias y para los especialistas, quizá en un laboratorio.

Tras algunos días de liberalidad, nuevamente se han dado medidas concretas para evitar las concentraciones públicas y algunos las vienen cumpliendo, sin necesidad que se impongan, otras las violentan como si la vida fuera una y requeriría festejarse a todo dar. Bastaría ver las intervenciones policiales realizadas para percatarse, que algo no se comprende bien y que, por lo tanto, falla en su aplicación.

Lamentablemente, la vida de uno ya no es ese solo uno, las responsabilidades se extienden hacia aquel que se queda en su vivienda y que después puede ser contagiado por el o los libertinos en épocas de pandemia; por aquel, que salió a jugar un partido de fulbito o simplemente recrearse o aquel que con total irresponsabilidad hace de la botella de alcohol su compañera.

Solidaridad, esa que se expresa en los momentos de dificultad y que nunca faltan; esa es la que se requiere llevar hacia la vida diaria, con cada una de las actitudes hasta que esta pandemia deje de ser un riesgo en la sociedad global; solidaridad se requiere para dejar los gustos de siempre y postergarlos, si así los desea, para el futuro. De por medio, está la existencia de seres queridos que tienen tanto derecho a vivir como el otro.

Solidaridad con responsabilidad para entender que los riesgos siguen latentes y se expresan en personas de carne y hueso con toda una vida pendiente para hacerse realidad. Como expresó un sacerdote en el momento más crítico de la enfermedad, que una persona muera, cuando tenga que morir, no por la carencia de un sistema sanitario adecuado o por la irresponsabilidad de alguien que no mensuró las consecuencias.

Somos un país diverso, como personas diferenciales en la educación y en las condiciones económicas. Consecuencia de estas disparidades, somos parte de una cultura que se desdice con la responsabilidad. Sin embargo, ante la repetición constante de lo que debe ser, puede lograrse cambios, esos que se requieren para evitar seguir perjudicándonos y ver sumar las estadísticas de víctimas del COVID-19.

Es la nueva convivencia, que implica entender los riesgos que amenazan a todos y que vivirla en sus nuevos modos es responsabilidad de todos y todas. Esperemos que poco a poco vayamos logrando esa nueva realidad.

Diario El Regional de Piura
 

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