ERP. La felicidad es un atributo, como en el verde paraíso terrenal, y también un estado que nos hace vivir miles de emociones; imagino ese mundo cubierto de verde sin fin, en una semejanza multiplicada de los jardines de Patricia Riesco y de Nilda D Loia, o la del verde interminable de mi Valle del Chira, y del verde intenso del balneario de Bialet Masse, en Córdoba, Argentina.
Por Miguel Arturo Seminario Ojeda
Presidente Honorario de la Asociación Cultural Tallán
Lo cierto es, que al contacto con la naturaleza, sentimos que nuestro espíritu se llena de emociones, viviéndose experiencias, que al primer contacto con el paisaje, se graban en las retinas, mientras el globo ocular completo se convierte en el almacén de aquello que registramos para la eternal memoria.
Hoy me sucedió algo singular, esta mañana, mientras wasapeaba con mi grupo de universitarios de otros tiempos, llegó un conjunto de imágenes pintadas de un verde natural, si, con una intensidad esplendente, que no pude dejar de maravillarme cuando las enormes hojas de las plantas parecían hablar, y decirnos a través de Patricia Riesco, “que bella estoy hoy, justo cuando mil gotas de agua se acurrucan sobre mi clorofila”. De inmediato volé también hasta los jardines de Nilda D Loia, cuya visión mágica nos traslada hasta ese pequeño mundo casi siempre cargado de sol.
Aún en las noches los jardines son bellos, la luz de la luna o la luz artificial magnifican los colores, y aunque no todas las hojas de las plantas son verdes, los multicolores naturales, son tan atractivos como el verde glauco, o como el verde esperanza, y toda la gama de verdes que Dios nos regaló.
Hay personas que parecen estar vestidas siempre de verde, porque su alma suele ser dulce, sin quebrantamientos, son personas que reciben y que siempre hacen el bien, porque su alma así lo prefiere, llevan consigo la belleza de las plantas, consustanciada en la belleza de sus almas, a veces son rarezas, pero casi siempre las advertimos en nuestros círculos amicales y familiares, imagino como serán sus jardines, deben estar como el ropaje espiritual que llevan puesto. Lo cierto es que el alma tiene sensibilidad, y se libera, estemos vestidos o no de color verde.
De igual manera, hay vestidos verdes, que a veces cubren almas imperfectas, e indudablemente el color se sentirá herido, al saber que no puede mentir aunque esté salpicado de oro. He visto vestidos verdes en todos los tonos, y he visto plantas bellas en varios países de América, como Perú, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Panamá y República Dominicana. Lo cierto es que cada vestido verde siempre nos dice y nos recuerda algo, porque hay verdes que representan al veneno, la toxicidad, lo viciado, lo descompuesto, y lo artificial, y no solamente la belleza.
Si un alma imperfecta se viste de verde, será siempre como una estrella de mar pintada de dorado, será estrella, pero nunca brillará en el firmamento, como lo hemos leído en más de un cuento infantil, o lo escuchamos de niños, cuando a través de estrategias ingeniosas en el proceso de la socialización anticipada, nuestros padres y abuelos nos adentraban en el discernimiento de aprender la diferencia, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo, y lo justo o lo injusto.
Las plantas del jardín de Patricia Riesco parecen sonreír, liberan alegría, “cantan, ríen, sueñan” como si tuvieran corazón, seguro que pararse frente a ellas, nos permitiría escuchar una música liberada desde su interior, y sería doblemente bello, verlas danzar, cuando vientos suaves las guían en movimientos cual bailarinas de música clásica, un jardín así, es un pequeño edén.
Cuando no tenemos plantas naturales, por cualquiera que fuese la razón, la alternativa de contar con plantas y sus flores artificiales, nos traslada y nos permite recrear pequeños y grandes escenarios, como si la flora fuese natural y perfecta, y de eso sabe bastante Rodolfo Rivilli, compañero de estudios, cuando la fuerza de “Linzul, Fuerza blanca”, se tomaba hasta para hacer chistes.