Por: Miguel Arturo Seminario Ojeda. Este gobernante nació en Tarapacá (tierra peruana), el 31 de agosto de 1797, luchó por la independencia de su patria, y fue presidente de ella. La imagen de Ramón Castilla se prolonga para siempre en el Perú, es la de uno de esos personajes, de esos protagonistas de la historia nacional que se ha quedado en el Tiempo, que marcó época y se proyectó hacia el futuro, no en vano los estudiosos de la Historia lo califican como el mejor gobernante que tuvo el País en el siglo XIX, y uno de los mejores de la vida republicana de nuestra patria.
Hoy la tecnología nos acerca a cualquier lugar del planeta, nos traslada a cualquier lugar del mundo, llegamos a las selvas enmarañadas, las señales de la comunicación llegan a órbitas lejanas, se acortan las distancias hacia el fondo del mar, hacia el centro de la tierra, el mundo se convierte en uno solo; y si comparamos nuestro tiempo con el de Castilla, veremos que en su época, él procuró que el Perú viviera lo que le ofrecía la tecnología, y que se apuntara desde el progreso material, hacia el bienestar de todos los peruanos.
Y basta quizá de ejemplo para sustentar esto, que recordar la instalación del telégrafo que acercó a Lima y el Callao, venciendo la distancia, en un tiempo en el que no había automóviles, y trasladarse al vecino puerto, significaba emplear más horas de las que consideramos hoy. En este sentido la odisea que significaba ese viaje fue retratada con la pluma magistral de Felipe Pardo y Aliaga, en su populariza descripción, del viaje del Niño Goyito.
La instalación del telégrafo era una evidencia de modernidad, de avanzar en medio de las comodidades que ofrecía el desarrollo, y Castilla no reparó en poner a la capital peruana en la órbita del desarrollo, poniendo de esta manera, el punto de partida para la integración del país, a partir de las líneas telegráficas que se instalarían después en todo el territorio peruano, programadas en los gobiernos sucesivos tras del suyo; vendría después el teléfono, pero el telégrafo integró al Perú hasta buena parte de la segunda mitad del siglo XX.
La ciudad de Lima de esta manera, no solo contó con iluminación pública y domiciliaria a gas, también las líneas del telégrafo empezaron a acercarla con el Callao, luego lo harían con el resto del Perú, y finalmente se lograría una interconexión con el mundo, como se haría después a través del teléfono, la radio, el teletipo, el fax, y ahora lo hacemos a través de internet.
Hoy el Perú se integra a través de carreteras pavimentadas y asfaltadas, la ingeniería acorta las distancias, acerca a los pueblos, se hacen más dinámicas las relaciones sociales, el comercio se multiplica, crece el país en población, y se multiplica el desarrollo; en su tiempo, Castilla lo hizo a través de los ferrocarriles, de esos caballos de hierro que rompieron la monotonía de los siglos lentos en transporte terrestre, el ferrocarril empezó a incorporar a sociedades autárquicas a la dinámica del comercio que iba más allá del trueque y de la economía de mercado, para incorporar a las sociedades inconexas, gradualmente, al mundo del mercado.
Castilla apuntó, a través del Decreto de Huancayo, hacia una sociedad democrática, hacia una sociedad igualitaria, como se postula y promueve ahora, puesto que la abolición de la esclavitud, y también la de supresión del tributo indígena, procuró un mundo en el que los menos favorecidos sean considerados como parte del capital o talentos humanos que hacen más fuerte a un país.
Que fue lo que no hizo Castilla pensando en el futuro del Perú, todo lo hizo y lo vivió, en aras del bienestar de su patria, en aras del bienestar de todos los peruanos y de cuantos habían elegido al Perú como la tierra para vivir en ella, por eso creemos, que no hay arista de la realidad nacional, que no esté dentro de los propósitos y de la política de desarrollo trazada por Castilla, pensando en el futuro de nuestra patria.
Por la grandeza de su obra, a Castilla se le recuerda permanentemente, hay calles, parque, plazas, instituciones educativas, organizaciones culturales y clubes deportivos que llevan su nombre; no solo hay una provincia y distritos que se llaman como Ramón Castilla, su nombre está en medio de todo lo menos imaginado para que aparezca, Castilla marcó toda una época en su patria, en el Perú.
Los billetes y las monedas no han quedado libres de usarse como instrumentos para reconocer, difundir y popularizar a Ramón Castilla, ya que una serie de ellas circuló en la década del 50 del siglo pasado, y después vendrían los billetes que circularon varios años después.
Hoy, a puertas del bicentenario de la proclamación de la independencia nacional, Castilla se alza como una figura epónima, como un personaje que nunca acaba de ser estudiado, porque la Historia como ciencia sigue avanzando, nuevas verdades, y nuevas evidencias de un gobierno y de un gobernante cuyo apostolado fue su patria, es lo que se presenta hoy, en estas horas reflexivas de pensar, en qué se hizo, y que seguimos haciendo por el futuro de la patria.
Castilla ha vencido al tiempo, su memoria está más allá de los monumentos de palabras, a veces banales, e infladas de panegíricos cuando se quiere endiosar a personas, pero jamás hemos escuchado que a él se le endiose vanamente, siempre alrededor de la memoria de Castilla, solo hemos leído y escuchado, que quien escribe o quien habla, no encuentra nada para cuestionar la memoria de un hombre a quien el Perú entero venera, porque su memoria es digna del reconocimiento grato que le guardan todos los peruanos y todas las peruanas.
Por eso nos preguntamos, fue acaso Ramón Castilla un visionario del futuro de su patria, pese a que vivió entre las primeras cuatro décadas de la República, tiempo suficiente para que se entregué no solo a la defensa de la integridad territorial, y a ser protagonista de episodios asociados a la política y al mando militar, sino también para apostar por una propuesta de ubicar al país a la cabeza de otras naciones, que como su patria, habían iniciado casi juntas el proceso de emancipación y de consolidación de su independencia.