ERP. Unas 250 mil hectáreas de bosques se reforestan con las intensas lluvias de la eventual emergencia. De pronto los algarrobos resecos en lo que fue la Textil Piura reverdecen. Vuelven a ser los verdes mis algarrobos verdes de las sentidas notas de Rafael Otero López. El verde anticipa la vida. Basta recorrer los Campus de la UDEP y la UNP para darnos cuenta que el aire fresco nutre el alma y el corazón.
Por: Miguel Godos Curay
Periodista y docente universitario
En efecto, no hay rincón de Piura en donde no asomen brotes. Por supuesto que hay quienes prefieren el insoportable paisaje de lagunas pobladas de larvas de zancudos propagadores del dengue. En otros rincones de la ciudad se acumula la basura y el plástico usado incontroladamente en Piura. Urge limpiar la nueva Sánchez Cerro preservarla de los desperdicios acumulados y de esos improvisados paraderos que deterioran el paisaje.
El algarrobo, es símbolo de Piura, tiene raíces profundas porque busca el agua del subsuelo y si la encuentra en la superficie húmeda por las conexiones clandestinas de agua potable o las filtraciones de las alcantarillas, se desploma. Las raíces alcanzan profundidades que superan diez veces el tamaño de la copa foliar cuando el agua está ausente. El verde brinda esplendor al tablazo lotizado entre Piura y Paita. En previsión de estas caídas repentinas en Brasil se emplea cemento como soporte de los árboles. En Piura, se caen o se les tala salvajemente. De modo que al daño provocado por el desplome se suma la insana mano del hombre.
En varios sectores de la ciudad la napa freática no es profunda. Hay agua en la superficie a pocos metros. Una forma de controlar la humedad perversa es plantar árboles como el algarrobo, el neem o nimbo de la India, o el eucalipto que con el cuidado de la poda oportuna crecen produciendo un kilo de madera por cada cuatro metros cúbicos de agua absorbidos por la planta. El neem, tiene gratuitos detractores, pero es la planta medicinal más potente del mundo. Una especie de farmacia gratuita y ambulante contra hongos, males digestivos, diabetes y saludable higiene. En la India es la fuente del sano envejecimiento y por eso hervidas sus hojas las consumen como un té de inmunidad al paso del tiempo. Los zancudos detestan el neem.
La mayor parte de nuestros bosques de algarrobos, zapotes, faiques y palo santo, son depredados por salvajes leñateros y carboneros que abastecen a las pollerías urbanas. Destruyen, arrasan, pero nunca siembran. Refieren los viejos pobladores que ayer se preservaban, sin talar, los palos santo y con diestros tajos juntaban la goma para utilizarla como espanta zancudos. Hoy los hacen pedazos y los venden en trozos los hierbateros del mercado. El aroma fino de su incienso es intenso y penetrante y un aleja zancudos en tiempos de lluvias. Cuando no, se utilizaba la corteza en los vestíbulos de las moradas campesinas donde sutil y agradable se sentía su aroma.
Antes que apareciera el Senamhi y los satélites meteorológicos nuestros abuelos utilizaban el al Almanaque de Bristol el que leían con puntualidad al detalle. Y en épocas de lluvias aprovechar las aguas del cielo para los temporales, cultivos eventuales regados por las lluvias pero que son un alivio de la economía familiar. De los temporales surgen el frijol caupí conocido como “chileno”, la zarandaja y frijol de palo. Todos altamente nutritivos y acompañan a las lisas ya abundantes en la laguna Ramón. En las aguas embalsadas de la lluvia en el Bajo Piura aparecen camarones de río y langostinos.
Aún recuerdo un recorrido por La Arena en 1982 con la reportera Alicia Benavides de Caretas. Ella trajo en su morral algunas frutas, plátanos y manzanas. Recuerdo que entre los churres insomnes por la inundación repartió las bananas. Nos sorprendió el gesto de los niños. Repartieron trozos de plátano entre los pequeños. Los grandecitos se comieron las cáscaras con dignidad. El hambre brotaba en los arenales remojados. En otros recorridos por los pueblos inundados nos sorprendieron con lisas asadas y langostinos propicios para cualquier hambre.
Aún recuerdo, los comensales de la lisa asada en mano sintieron que les arrebataban la presa bajo de la mesa. Se trataba de un pelicano doméstico. Refería la cocinera que sus hijos trajeron huevos de las aves que poblaban la Isla Foca y los colocaron a una pata echada en donde surgió ese portento de ágil pico. Un pelicano doméstico. Belisario, en la margen izquierda de la carretera Chiclayo es un portento de verdor de algarrobos genéticamente extraordinarios, sarmentosos y enormes.
Los abuelos tributan su admiración por la vida y se opusieron a la intención perversa de los yunces de carnaval. Bailen, beban y coman pero no nos corten un árbol. Adórnenlos pero no los talen. En Belisario abundan los hatos de cabras y en botellas colocadas sobre la arena fresca se conserva la leche nutritiva. La leche de cabra es sabrosa en su composición química es las que más se parece a la leche materna. Las abuelas elaboran quesos y natillas, aprovechan la carne del cabrito en secos deliciosos y carne seca para los chabelos. Aún recuerdo que el odontólogo de la acción cívica nos advirtió que los niños del lugar tenían arcadas dentarias envidiables gracias a la leche y el pescado salado de Sechura.
Cuando visité este pueblo enclavado entre las dunas del desierto no se sintonizaba ninguna emisora de Piura. Ni siquiera chillaba la voz del desierto. Sólo se escuchaba radio Delcar de Chiclayo. Y una llamada por celular requería treparse con el dispositivo en la copa de un algarrobo para alcanzar la señal. Y a todo pulmón las vianderas hacían pedidos y encargos de compra en el mercado. La sed se abreviaba con chicha fresca. El progreso había llegado con paneles solares. Gracias a la floración de los algarrobos incursionaron en la apicultura y en la producción de miel. Las algarrobas de la estación se conservaban secas en silos recubiertos por arena. La lluvia en Belisario es vida, el agua del cielo hace brotar los temporales. Mientras para la Piura urbana la lluvia es una tragedia en estos rincones es vida, conexión con la naturaleza.
El cambio climático ha invertido la fórmula. El agua de la vida, por la improvisación y el mal manejo de los presupuestos públicos, es el ingrediente de una visión cataclísmica, corrosiva y destructiva. Antes, recuerda el geógrafo don Gonzalo de Reparaz, citando al ingeniero inglés Alfredo T Sears que hacía estudios sobre regadíos el río era un torrente de vida. Anota Sears: “El año 1875, cuando vino el río me coloqué en el puente de Piura, que está siete a ocho metros de altura encima de su cauce, para presenciar desde lo alto el espectáculo de su avance. La vista era entretenida. A las cinco de la tarde se veía avanzar a los que encabezaban a la muchedumbre; venían por una de las curvas del río hacia el borde del primer barrio de la ciudad, seguido luego de miles de personas; se oía la música de la banda que los animaba y se veía la línea de humareda de los cohetes de arranque”.
“Sabíamos pues que el río había llegado. Llegó al puente a las siete de la noche y las bandas siguieron tocando mientras el pueblo bailaba sobre el puente y debajo de él toda la noche”. Más adelante anota: “Y es así como el Piura sigue su marcha triunfal desde Morropón hasta las costas de Sechura, donde (triste es decirlo) toda esa riqueza y gloria pasa de largo y se arroja en el océano”. El agua se pierde en la mar que es el morir como diría el poeta. Estas crecientes que nos mantienen en vilo, con susto y miedo por los desbordes equivalen a vaciar tres a cuatro veces la reservas de Poechos -estimadas en 440 millones de metros cúbicos- en el mar.
Es agua perdida irremediablemente. Hoy nadie recibe con bandas de músicos al Piura. Las constructoras le temen, la inversión inmobiliaria en zonas inundables languidece cuesta abajo. La percepción ciudadana se resume en la premisa: “a los expertos en la reconstrucción la boca se les hace agua por el billete. Las inversiones son cuantiosas”. Tampoco tenemos una propuesta de ingeniería hidráulica para almacenar este valioso recurso que se agota en el planeta por la irreductible presión del cambio climático. Y en Piura no está lejano el día en el que alguna contagiosa cumbia chichera eleve sus notas con el “agua que das la vida porque me matas a sorbos”. Así estamos.