ERP. (Miguel Godos Curay). Un algarrobo simboliza la vida. Entre sus ramas, escribe Rafael Otero, se columpian nidos de aves que al amanecer trinan y que hoy sin saber donde alojarse tiritan y mueren. Un árbol es mucho más que la apariencia.Es oxígeno puro. Es el aire que revitaliza y el frescor durante el verano. Un algarrobo como los aserrados de cuajo, salvajemente, convierte un metro cúbico de agua en cuatro kilos de madera. Es sombra cuando el sol se torna inclemente. Un árbol es vida que preserva la vida. Abastece el fogón del pobre con sus ramas secas.
Rafael Otero aún recuerda como se le pegaban los dedos con el cisco de las carbonerías cerca al Club de Tiro. Los mataperros de aquel entonces acudían a la estación del ferrocarril a cargar maletas a cambio de algunas pesetas. Diariamente acudían a la estación a verificar el arribo del tren de Paita. Los más diestros y expertos colocaban el oído en los rieles y vislumbrar la proximidad del tren. El lugar de espera favorito eran los bosques de algarrobos entre los arenales a inmediaciones del Club de Tiro, hoy Club Grau, allí echados en la arena disfrutaban del follaje hermoso de los algarrobos. Ahí surgió elemental la emoción que dio vida a Mis Algarrobos, su terrígena composición. Fue una emoción irrepetible. Ahí nació: “ Verdes mis algarrobos verdes….”
Las referencias de Miguel Gutiérrez en La Violencia del Tiempo son ilustradamente exquisitas: “El doctor González caracteriza al algarrobo ( Prosopis chilensis y Prosopis limensis) como “una leguminosa de hojas caducas, tronco torcido, ramas abiertas en sombrilla, follaje de verde oscuro, cuyo fruto es una vaina de amarillo espeso y de intensa dulzura; hunde sus raíces a una profundidad de quince o dieciocho metros y llega a alcanzar hasta veinte metros de altura; cubre miles de kilómetros entre el despoblado y las zonas situadas en las riberas costeñas de los ríos Chira y Piura”. Si el algarrobo es el árbol prominente (“árbol milagroso”, lo llama Sansón Carrasco, pues provee al hombre de madera, combustible y forraje), el término algarrobal o (algarrobal-zapotal) alude a arboledas o a bosques degradados propios del despoblado, Con el tratado del doctor González en mano y con la guía de los leñadores y pastores de la zona, Martín pudo reconocer una parte por lo menos de las variedades de árboles que crecen y conviven a la sombra de los algarrobos.”
Trepar un árbol en donde no existen las cumbres, para los churres, es una experiencia humana irrepetible. En Piura no trepan los caídos del guabo, los estultos, los tontos de capirote, los pisa huevos, los toma tu leche, los que no caminan sin zapatos, los que nunca se bañaron calatos en el río, los que no juegan con barro, los que nunca atraparon una sampapala para atarla a un hilo y jugar con ella al vuelo maravilloso de una avioneta con vida propia. Los juguetes de antes eran el trompo, el aro, el maromero, la pelota y las muñecas de trapo. En tiempos de ventisca las cometas. Otros coleccionaban lagartijas y capazos. Guardaban grillos en Cajas de zapatos para vislumbrar la lluvia.
Amar un árbol es amar la vida. Por eso en las incursiones por el despoblado apedreamos leñateros cuando salvajemente cortaban sus tallos. Nuestros abuelos colgaban hamacas para la siesta de sueños irrepetibles. Ayer, durante las vacaciones escolares, recogíamos algarroba para venderla como forraje por quintales. Y era bueno el ejercicio. De paso dejábamos la ciudad sin tamarindos para el jarabe de la raspadilla. Hoy nuestro antojo favorito sabe a tinta, tiene color pero le falta sabor. Eran otros tiempos. Atesorábamos pepas de tamarindo, y al cernir la boñiga de las cabras nos quedaban las semillitas negras del algarrobo listas para la siembra. Trajinaba Piura de norte a sur y de sur a norte el manso piajeno del lechero, la verdulera o el aguatero. Hatos de cabras recorrían los despoblados para retornar al caer la tarde a los corrales. Se bebía hectolitros leche de cabra, propicia para que el queso y la natilla. La leche en polvo o en lata que se consumía en los campamentos de Talara era todo un misterio.
Crecimos entre algarrobos de troncos sarmentosos querendones como los abuelos. El algarrobo, tiene fuste y copa foliar. La copa es verde. Según nos dijeron entre los arenales resecos las raíces del algarrobo buscaban los invisibles torrentes freáticos para aplacar su sed y crecían. Hoy como las redes de tubería de los roba agua están en la superficie, no extiende sus raíces al subsuelo y se nutre de las fugas de estas conexiones clandestinas. Entonces su enorme peso los trae por los suelos. No es un árbol malvado, sucede como en el dicho “en la cabeza del cholo cualquiera es peluquero” quienes los podan nunca los han tratado con afecto y con ternura. Decía mi abuelo que tenía pasión por un añejo algarrobo frente a su casa del jirón Meléndez en Paita. Este árbol es una bendición. Refresca en el verano y sus ramas secas calientan el invierno.
Con su vidriosa goma me preparó mi primer gomero para pegar coloridos cromos, trabajos manuales, libros deslomados. Juntaba goma en cantidades inimaginables para preparar con cal pintura para blanquear la frontera de la casa. Con la goma y una pluma de gallina cubría las heridas porque en su costra no se reproducía ninguna bacteria. Con las ramas verdes hervidas había tisana para la higiene de las paridas. La flor de la ceniza cernida cicatrizaba ombligos de los recién nacidos antes de inventarse el polvo secante.
La vieja arquitectura piurana utilizaba durmientes de algarrobo. Las cruces de los cementerios incorruptas y centenarias eran de algarrobo. La mejor leña y el carbón se obtenían de sus ramas secas. Los durmientes del ferrocarril que unía a Paita con Piura y Sullana fueron su incondicional aporte al progreso. De sus vainas doradas, que los niños mordisqueábamos por su dulzor se alimentaban cabras y piajenos. Las abuelas las hervían para preparar yupizín nutritivo y cuando no elaborar la melaza tonificante llamada algarrobina. Tónico para recién casados y dulce para las mejores ocasiones. El burro, o piajeno piurano debe su fortaleza muscular a la algarroba.
La remodelación de la Sánchez Cerro es una brutal masacre de algarrobos. Como observan los vecinos se están colocando bloquetas de cemento en todas partes. Los espacios para áreas verdes no existen porque según los inteligentes técnicos de Cosapi impedirán la visión de los conductores. El Estudio de Impacto Ambiental (EIA) de la obra es un documento inaccesible. Tampoco la Fiscalía del Ambiente interviene en este aleve arboricidio.
Un árbol necesita espacio, la tierra respira. Cuando por remodelar la Plaza de Armas de Piura y colocarle loseta se sacó el recoche, el ladrillo recosido, que sostenía las baldosas los viejos algarrobos, ficus y tamarindos sembrados por Don Francisco Reusche se vinieron por los suelos. Ayer, nuestra Plaza de Armas era fresca,parroquial, íntima y hermosa. Hoy con las justas mantiene en pie los pocos árboles que tiene. Lo acontecido en la remodelación de la Sánchez Cerro es un desgarro del alma de Piura en el espinazo de la ciudad.
Anota Reynaldo Moya: “en el desierto de plata refulgen verdes las esmeraldas”. Son las copas de esos algarrobos añejos y centenarios que se resisten a morir. La ingratitud al galope es capaz del peor de los abusos. ¡Que Piura tan indiferente a la brutalidad! ¿Qué Piura tan despojada de sí misma? ¿Qué Piura tan estafada por los ilusionistas de la modernidad? ¿Qué Piura tan extraviada incapaz de reconstruirse moralmente a sí misma? ¿Qué Piura tan lotizada, canibalizada, rematada, depredada, despojada, olvidada, desintegrada de su propia esencia? ¿Qué Piura tan engatusada por la reconstrucción cuando se avecinan las lluvias? ¿Qué Piura tan indiferente a las siete plagas? ¿Qué Piura tan desmemoriada y embalsamada al mismo tiempo? Ayer repetía el poeta José Ramón de Dolarea: “Bajo el cielo de Piura descansa el alma entre algarrobos verdes y arenas blancas” Hoy los algarrobos están tristes y las arenas desoladas.