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Vie, Abr

Competencia de ladrones y mermelada

Miguel Godos Curay
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miguel godosERP/M.Godos. El otro día una de mis leales e incondicionales lectoras me transmitió sus naturales preocupaciones respecto a un artículo de un diario local en donde se afirmaba a rajatabla que la próxima contienda electoral es una competencia de ladrones. Le expliqué que eran opiniones personales expresadas con absoluta libertad. Sin embargo, me advirtió que en estos casos los poco avisados lectores asumen es la opinión del medio. Si consienten con ligereza en su tribuna un desaguisado de este tipo. Podemos presumir que lo asumen y abren la puerta de par en par a sus lectores. ¿Pueden los medios hacer puré de la democracia cuando proclaman defenderla?

El tema sirvió para un amplio debate en clase y las conclusiones fueron nutritivamente críticas. Unos opinaron, una afirmación de tal calibre muerde la credibilidad del medio cuyo ejercicio de la libre expresión es precisamente consecuencia de la democracia. Un aserto tan descabellado queda fijado en el imaginario popular. Otros dijeron, si bien nuestra democracia tiene sus defectos urge ejercitar la vigilancia ciudadana para que las a exacciones de los políticos y gobernantes no queden impunes. El control ciudadano se extiende también a los medios. Si los lectores consumimos medios, el producto que demandamos debe ser un producto de calidad.

Uno de los temas del debate fue la percepción ciudadana de los medios. Preocupa, por ejemplo, la ligereza con la que abordan los temas carnudos de la opinión pública. Y ¿cómo? una denuncia, de un día para otro, se convierte en publirreportaje, en avisos y suplementos. Mejor dicho hincan un día con denuncia para al otro día cobrar en publicidad. Unos, advirtieron, los diarios no tienen estatutos editoriales que establezcan con claridad los linderos éticos del medio. Muchos medios tienen ética de jebe, dúctil y maleable a los intereses de los anunciadores.

Existe también la sospecha fundada que lo que las empresas periodísticas no pagan bien a sus redactores. Por eso, ellos se encargan de cobrar lo que nos les pagan a sus entrevistados, a los políticos, alcaldes, funcionarios y candidatos denunciados. Las coimas, la mermelada, el cabildeo, la tentación perversa de la adulación pagada se ha convertido en la sangre de las redacciones. Los redactores y reporteros incorruptibles son especie rara. Entre los propios periodistas los que no aceptan coimas son tontos que no aprovechan esa descarada e irrepetible mordida. En realidad esa discutible conducta es una fibrosis cancerosa en donde la deontología periodística no se regenera y se pierde.

Frente a este conflicto los responsables de las redacciones no tienen ni idea de las sacadas de vuelta de sus redactores. En las páginas de política, policiales, judiciales, educación, sociales espectáculos y deporte. Algunos avezados redactores sostienen "en mi sección el que no se matricula no aparece". Y entre los periodistas se llama "buen canelo" al personaje público que coimea con un monto mayor. Otros viven de los canjes y favores. La corrupción socava también los territorios de editores y jefes de secciones. Hay redacciones en donde jefes y redactores se disputan los botines como perros de presa. Las dimensiones de la coima exceden la anécdota. Financian hasta departamentos imposibles de adquirir con un sueldo precario de redactor.

¿Qué hacer cuando falla la ética? La ética es como la buena educación se aprende en casa, en el hogar con una buena dosis de ejemplo, claridad de propósitos y consecuencia. En los centros de formación de comunicadores y periodistas se piensa, erróneamente, que la ética y la deontología son cursos de final de carrera. No es así. Una profesión de tanta responsabilidad requiere no sólo de una buena base humanística sino de sólidos principios y valores que no son un adorno en el proceso formativo.

La formación en valores acarrea la dificultad de buscar el correlato de la práctica cotidiana. La ética que se exige a los periodistas es la misma que debe exigirse a los propietarios de los medios tan dados a la evasión fiscal, a la reducción de costos y a mal pagar a los redactores de planta. Tras el propósito empresarial de reducir costos, sin duda, flota la tentación de pisotear los principios pues no se puede presumir de ética impecable cuando se atropellan derechos fundamentales. Si el empresario es incapaz de ver los derechos de los que tiene cerca cómo es que va a defender y preservar los derechos de la sociedad que no está tan lejos.

 

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