ERP/Miguel Godos Curay. Está en la cama 10 de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Santa Rosa. “Estoy vivo” Repite Octavio Ubaldo Zapata Albán (68). Mangache de pura cepa, nacido del tronco memorable de la Chava Albán en el barrio norte un 30 de agosto de 1948. Aprista hasta el tuétano. Economista keynesiano y socialista por convicción. Inteligencia, privilegiada que después de recorrer el mundo se extravió en los laberintos insondables de la inconciencia.
Lector empedernido, termómetro de los acontecimientos del mundo. Políglota que se despide en cinco idiomas. Hoy la anemia lo consume pero la transfusión generosa de plasma le endosa vitalidad. Mario Navarro, el pintor que lo admira hace lo indecible por esta criatura de carne y hueso a la que le resbalan los derechos humanos y los malhechores del bien. Tan abundantes para la notoriedad social y la consolación de su aparente caridad. El paciente siquiátrico sufre el abandono de su familia y de la propia sociedad. Un hermano invisible pregunta ¿cuál es su estado? Pero nadie se acerca.
Dice Octavio. “Mario me salvó la vida” “Me trajo al hospital el 24, en plena noche buena”. Junto a él estuvieron Mario y Richard Chávez. Poco a poco se recupera. Sus músculos se han pegado al hueso y se le notan las costillas como los cristos de palo santo de Aquino. Con el cabello recortado es otro. Asoma el señor que conocí junto al candidato Alan García en 1983. Me dicen las generosas voluntarias que lo acompañan que su sonrisa se hizo felicidad al refrescarse con agua de colonia. El aroma a limpio lo transforma porque la humanidad solidaria es un milagro posible. Un ciudadano de la calle que reposa en el colchón del pavimento tiene el cuerpo adolorido, en la cabeza quedan aún indelebles las cicatrices de los pedrones que para interrumpir su sueño le arrojaron pandillas de salvajes. Como diría el poeta Juan Luis Velásquez. Piura, que soledad sin soledad siquiera, que trincheras tan altas sin altura.
El mismo lo dice: “Estoy vivo. Aún no estoy en la dimensión de la antimateria”. Su memoria recorre el mundo. Personajes de un itinerario planetario. Un repaso de los amigos. “Se murió papá Fidel”. “El coro del Ejército Rojo sumergido en el Mar Negro”, “El terrorismo en Berlín en plena navidad”. Con sus dedos de uñas recortadas aflora el hombre con una sintonía tan humana que de ganas de llorar. Ya no fuma ni lo consume la angustia camino a la sesión de Rayos X no deja de hablar. Es el Alonso Quijano de Piura a punto de recobrar la razón. Su esmirriado cuerpo luce enorme y las canillas hoy limpias sobresalen en la camilla hospitalaria diseñada por coreanos. Y tienen que sacarle dos placas porque su estatura es enorme en una aldea de pigmeos. Todo fluye en su discurso. Canta de memoria la marsallesa y los ojos se le nublan cuando habla del viejo Haya. “Papá tan humano, tan inteligente”.
Octavio Ubaldo Zapata Albán evoca a “la Quecha, Albán del mismo tronco de mi madre. A Luis Chapilliquén Albán periodista de pluma ágil”. A la bíblica tribu de los albanes mangaches, caceristas y sanchecerristas. Con la única excepción de Octavio que asumió su propia lucha “en contra del imperio”.
El hombre reposa en un sueño tantas veces arrebatado por el frío y los perros que se acurrucan ante el cuerpo tibio. Ay mísero de mí que infelice diría Calderón de la Barca y Chema Salcedo. Pero Octavio, hombre libre recorre los rincones de la ciudad. “Ahí me quedé en la Tacna de Castilla” “Papá, me estaba muriendo”. Hoy se recupera poco a poco.
Un inventario de males sacuden su cuerpo purificado en la penitencia del extravío. “Garra negra, esa pandilla imaginaria surgida de la antimateria lo socorre. Sandrita, Mario y Ana la más amorosa de las madres solidarias están a su lado. Octavio urge de un hogar que lo acoja. Pañales XXX. Alimento en este recodo de su existencia. Un cuerpo duro de matar por las bacterias no la hace pelota a las infecciones intrahospitalarias. Octavio, a pesar de los pesares, está vivo.