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Vie, Abr

Tiempo fuera

Nelson Peñaherrera
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nelson penaherrera castillo1ERP/N.Peñaherrera. Todavía recuerdo la mañana cuando comenzaba la clase de Historia del hermano Baltazar.

Todos estábamos haciendo desorden, no sé por qué; pero esa mañana habíamos despertado con la idea inusual de subirle varios decibeles al murmullo del salón.

El hermano entró en silencio. Se había retrasado unos minutos. Casi nadie lo advirtió.

Cuando uno de los chicos nos pasó la voz, el religioso se había retirado del salón.

¡Sonamos!

De pronto, quedamos en silencio.

El hermano, entonces, volvió a ingresar, y comenzó su clase visiblemente serio, no enojado pero serio.

No sé si fue su rango respecto al colegio donde estudié, no sé si fue la época (1987, creo), no sé si fue un rapto de lucidez adolescente. El hecho es que, sin ningún grito, Baltazar Muro calló a 54 mocosos. Incluyéndome.

Esta semana, estuvimos de gira por los siete colegios donde capacitamos a chicos y chicas para prevenir violencia basada en género, y noté un patrón singular: los grupos más indisciplinados y ruidosos suponen la presencia de un o una docente que se comunica a gritos; ergo, los grupos más ordenados suponen un o una docente que se comunica hablando.

Y, dice el adagio, hablando se entiende la gente.

No quiero aquí analizar quién rompió esa regla pues merece que se estudie con cuidado y es una observación preliminar, pero ahí está el hecho.

Durante esta semana, aprendimos (o reaprendimos) que comunicarse a gritos es un tipo de violencia, no importa quién inició la escalada.

Desde que no hay agresiones grandes o pequeñas, sino que todas son agresiones por igual, la comunicación a gritos constituye una agresión. Y quien diga que así es su voz, que se revise, porque aún así, algo fuera de lo usual está ocurriendo con su manera de abordar las relaciones consigo mismo o misma y con sus semejantes.

Combatir un grito con otro grito, según entiendo, equivale a apagar un incendio con nitroglicerina. ¿Ejemplo? Nuestras redes sociales sullaneras: basta un me-heriste-en-mi-orgullo para que los dedos tecleen cuanta sandez se nos ocurra.

En vez de respirar profundo, no responder de inmediato, o no responder simplemente, atacamos porque nadie nos debe pisar el poncho. ¿Y qué conseguimos? Una bomba de hidrógeno virtual.

El hermano Baltazar, como seguidor de San Marcelino Champagnat y su pedagogía del cariño, tenía la opción de hablar más alto, de agredir incluso, de imponerse a medio ciento de mozuelos malcriados.

No lo hizo.

Optó por un tiempo fuera, y, sin violencia, consiguió su objetivo.

Y el ejemplo enseña y perdura más que el discurso. ¡Alucina! Casi 30 años después.

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @nelsonsullana)

 

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